La China se avecina
En 1967 el director de cine italiano Marco Bellocchio estrenó un film con el mismo título de esta nota. En ese momento la China era para Occidente un país desconocido. Aún hoy se habla del “enigma chino”. Mucho se ha escrito sobre el fenómeno del desarrollo chino. Y mucho se va seguir escribiendo. Aquí nos limitaremos a destacar cuáles son las notas que conviene priorizar.
En Occidente, principalmente en Estados Unidos y en la Unión Europa, se pensó equivocadamente que el desarrollo económico de China facilitaría su transición a una democracia republicana que facilitaría las relaciones comerciales y políticas con ella.
Como consecuencia de la pandemia, China es, entre los países desarrollados, el que ha tenido el mejor resultado económico, ya que su producto bruto creció en 2020 un 2,3%, mientras que en Estados Unidos se redujo un 3,5%. Los datos sanitarios que han dado a conocer son tan buenos que los hacen poco creíbles. Pero han demostrado premura y eficiencia para tomar las medidas de contención. Es conocida la opacidad de los datos que da a conocer China: su falta de transparencia y su problema con la corrupción son características propias del régimen, como así también su poca preocupación en lo que hace a la contaminación. Su líder, Xi Jinping, que ha sido reelegido modificando una política de no reelección de los líderes, ha incrementado el autoritarismo del régimen y ha entusiasmado a la juventud con sus prédicas nacionalistas.
China está desarrollando el programa que llaman one belt, one road, que implica crear una ligazón con los países que le interesan en Europa, Asia Central y del Este y en África para ayudar en el desarrollo de su infraestructura para poder incrementar la venta de sus productos a ellos y su capacidad de consumir, y no con el exclusivo propósito de que la abastezcan de materias primas. Quiere crear un vínculo asociativo. Hay que destacar que este programa le está provocando un incremento de su endeudamiento. China también acaba de suscribir muy importantes acuerdos comerciales, uno de protección de inversiones con la Unión Europea –a pesar de las resistencias de Macron hacia sus políticas autoritarias– y el RCEP (por las siglas inglesas) con quince países de Asia, sumadas Australia y Nueva Zelanda. Es el mayor tratado de libre comercio a nivel mundial.
Lo que queda por ver es cómo se va a seguir relacionando China con Estados Unidos ahora que ha habido un cambio de gobierno en ese país. Lo evidente es que las relaciones se han deteriorado y mucho con motivo de las políticas que aplicó el presidente Trump. Ellas han encrespado las relaciones comerciales y políticas entre las dos potencias y han perjudicado a las empresas de Estados Unidos. El cambio ha repercutido fuertemente en la imagen que el pueblo chino tiene de Estados Unidos, así como la inversa ha pasado con el pueblo estadounidense.
Trump intentó modificar lo que él entendió como un aprovechamiento que China hizo en su beneficio de las reglas de la Organización Mundial del Comercio, en perjuicio especialmente de Estados Unidos. Pero lo hizo de manera autoritaria, ya que las medidas que adoptó no fueron consensuadas con China.
El reclamo tiene su lógica porque China, a pesar de haberse integrado a la OMC, no es en la realidad una economía de mercado, ya que el Estado subsidia de diversas maneras a sus empresas, y Estados Unidos tiene razón cuando pretende revisar la cuestión. Paradójicamente, China se convirtió , frente a los embates disruptivos de Trump, en defensora de los principios de la OMC.
¿Cómo va a reaccionar Estados Unidos y por ende el sistema liberal republicano ante el desafío que implica que China pase a ser el nuevo hegemon mundial? ¿Serán capaces de amoldarse a una nueva realidad en este interregno que ha comenzado el 6 de enero de 2021, primer día de la “poshegemonía” de Estados Unidos?
Para eso hará falta un esfuerzo intelectual de comprensión por ambas partes, ya que los sistemas responden a culturas muy diferentes y existen múltiples intereses cruzados en los que intervienen la Unión Europea, Rusia, India y otros países del sudeste asiático. Se está enfrentando la tradición liberal republicana racionalista de Occidente con el milenario “Imperio del Medio”, con sus tradiciones de autoritarismo jerárquico, en el que la contradicción se considera una virtud y en el que no existe la verdad, sino que las realidades son cambiantes y por lo tanto hay que ir amoldándose a ellas. Fue la economía más fuerte del mundo hasta mediados del siglo XIX. Paradójicamente, a los estadounidenses, tener que enfrentar al nuevo hegemon les puede servir de acicate para que puedan unirse y así superar la brecha que los divide.
Pero China se encuentra en una etapa ascendente y está solucionando sus problemas por ahora de manera eficiente presumiendo que se “transforman” siempre de la mejor manera. En contrapartida, Occidente enfrenta serios problemas que le complican el futuro, ya que aparecen en el horizonte tendencias nacionalistas que son de muy difícil contención. Sobre todo teniendo en cuenta que Estados Unidos, que ha sido hasta ahora el paradigma a imitar como líder de las democracias republicanas, se encuentra inmerso en una grieta que infunde desconcierto a los países que lo tenían como ejemplo.
China ha llegado, y más vale que la tengamos en cuenta.
Abogado. Becario Fulbright. Máster en Derecho Comparado por la Universidad de Nueva York