La conjura de los necios, el best seller de la política
Ignatius J. Reilly descubre, se convence y cree comprobar que el mundo está en su contra. No es comprobable, pero para él no hay dudas. "La conjura de los necios" es un hecho. Gente a la que poco o nada la une y muchas veces está en mundos antagónicos tiene sí algo en común: la decisión de arruinarle su vida y la de su entorno.
John Kennedy Toole no conocía la Argentina, ni era vidente, pero el Ignatius J. Reilly que protagoniza su novela (objeto de culto en los 80) es una gran metáfora de la política nacional de estos tiempos.
No es que antes no hubieran funcionado eficazmente las teorías conspirativas, sino que pocas veces han sido tan utilizadas con tan poco prurito para justificar tantos desaciertos. En estos tiempos y por estas tierras son pocos los que equivocan y demasiados los que pactan desde las sombras para que las cosas salgan mal. Sobran los Ignatius Reilly, que, lejos de cualquier autocrítica, ponen toda su libido para demostrar que La conjura de los necios es mucho más que un gran libro.
Dicen que el horror vacui (el miedo al vacío) domina la política, y Lilita Carrió parece decidida a confirmarlo. En medio del silencio sanitario impuesto a Cristina, ella ocupó todo el espacio que dejó vacante la Presidenta en el espectro de la denuncia de conspiraciones y conspiradores. Con la desmesura apocalíptica con la que sabe escenificar sus condenas al infierno político, volvió a arrasar con autores y cómplices de la destrucción de la República, violadores irredimibles de su singular código de conducta democrática.
Consecuente con su rechazo a cualquier comparación con Cristina, Carrió no la emprendió esta vez contra sus adversarios o enemigos políticos conocidos, como hace la Presidenta. Orientó toda su artillería contra sus propios ahora ex aliados. Las llamas de su discurso quemaron todo lo que tenía cerca, con algunas pocas excepciones y una curiosidad.
No salió de su fértil boca una sola crítica a Ernesto Sanz, aunque es el presidente del partido cuyas decisiones desataron el tsunami Lilita.Tampoco cayó bajo su diatriba Daniel Scioli, a quien, según ella, favorecen los necios.
Sanz no pudo, no supo o no quiso, según la famosa fórmula de Alfonsín, conducir al radicalismo hacia una alianza más amplia para enfrentar a las diferentes variantes del peronismo. Y los arquitectos del kirchnerismo más puro y radical siguen dándole forma al caballo de Troya en el que están convencidos que convertirán a Scioli para conseguir lo que tanto dice temer Carrió: continuar cabalgando sin límites en el lomo del poder más allá de 2015.
Pese a todo ello, la Empresa de demoliciones Lilita (como bien la definió Jorge Asís) no los tocó. Todo su empeño estuvo puesto en derruir una más de las tantas casas en las que ha habitado y abandonado en su ya larga trayectoria política.
Fue una vez más una de las caras de esa medalla que en su reverso lleva la imagen de Cristina y que en el canto que las une está grabada la máxima: "Los errores son ajenos".
No hay dudas de que en la política argentina sobran los necios y no faltan las conjuras. Pero parece quedar en evidencia que lo que más escasea son constructores de consensos para hacer un país mejor.



