
La gran guerra africana
Ubicado en una de las zonas más ricas del planeta, donde hay diamantes, petróleo, uranio, oro y tierra fértil, el país se encuentra sumergido en la miseria. Con 35.000 soldados de seis naciones combatiendo en su territorio por rivalidades políticas y étnicas, es también el centro de un conflicto que pone en peligro toda la región.
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KINSHASA.- LA República Democrática del Congo y las nueve naciones en torno de ella se encuentran en lo que quizá sea el territorio más rico del planeta: hay diamantes, petróleo, uranio, oro, agua abundante, tierra fértil y vida silvestre abundante y exquisita. Esa región, sin embargo, es ahora también uno de los mayores campos de batalla en la historia africana, sacudida por un conflicto armado que ha sido llamado "la primera guerra mundial africana".
Tan sólo en el Congo democrático hay seis naciones extranjeras que combaten dentro de su territorio, con no menos de 35.000 soldados, hombres y niños que combaten por una variedad desconcertante de razones. Algunos ejércitos están aliados con grupos rebeldes que pretenden derrocar al presidente, Laurent Kabila. Otros lo protegen. Nueve grupos rebeldes combaten para derrocar a gobiernos de naciones vecinas. Y casi todos se las ingenian para saquear las riquezas del país.
Estos conflictos son una serie de guerras interrelacionadas, alimentadas por rivalidades y odios étnicos, por una lucha descarnada en busca del poder y riquezas entre pueblos y grupos que carecen de ambos, y por líderes con muy poca idea de responsabilidad hacia su pueblo. Los combates, enraizados en el genocidio de Ruanda, en 1994, han proseguido durante 18 meses.
La población congoleña no proporciona un apoyo vigoroso a Kabila ni a los rebeldes, y los ejércitos extranjeros en ambos bandos se han mostrado renuentes a comprometer a sus hombres en batallas en gran escala que podrían degenerar en una gran expansión del conflicto, quizá más allá del Congo democrático.
Fuerza de paz
En medio de este caos, las Naciones Unidas analizan si emplazan tropas para monitorear un cese al fuego firmado el verano (boreal) pasado, pero violado con impunidad por todos los participantes desde entonces. A finales de enero último, siete presidentes africanos se reunieron en las Naciones Unidas en un esfuerzo por hacer respetar el cese del fuego.
En realidad, los líderes hicieron poco más que reafirmar los objetivos del acuerdo, y las negociaciones que continúan en un nivel menor ofrecen esperanzas mínimas de lograr alguna meta. Los expertos afirman que Africa no había estado tan consumida por conflictos armados desde la era colonial. Decenas de miles de seres humanos han muerto. Cientos de miles han sido desarraigados de sus hogares. Elefantes y gorilas son cazados por combatientes en busca de carne. Las economías de los países de la región, de por sí tan enfermas y desnutridas como sus pueblos, están agonizando.
En las fronteras orientales, dos naciones que ayudaron a Kabila a tomar el poder hace sólo tres años, Ruanda y Uganda, están combatiendo ahora con igual fiereza para derrocarlo, aliadas con tres grupos rebeldes congoleños, que también han sostenido enfrentamientos armados entre ellos.
En el otro lado, Angola, Zimbabwe y Namibia salvaron a Kabila de una derrota casi segura al inicio de la guerra, en agosto de 1998, y Kabila también se ha aliado con decenas de miles de milicianos hutus responsables por el genocidio en Ruanda, así como con guerreros indígenas conocidos como mayi-mayi, que creen que el agua tiene propiedades mágicas que los protegen de las balas.
Los motivos son tan variados como los conflictos. Para los que están en contra de Kabila, la clave es la devastadora rivalidad entre hutus y tutsis, que ha convulsionado en forma intermitente y devastadora a Ruanda y Burundi desde hace años. El gobierno de Ruanda, encabezado por los tutsi, se encuentra allí para combatir a los milicianos hutu; Uganda se unió a la lucha para apoyar a Ruanda y combatir a sus propios rebeldes que operan desde el Congo democrático.
Burundi ha enviado fuerzas a este país para participar en la lucha contra los rebeldes hutu. Desde el sur, Angola necesita a Kabila para combatir contra los rebeldes del Unita, basado en el sur del Congo, que luchan contra el gobierno angoléño. Namibia está allí para ayudar a Angola. El presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, ha acudido en apoyo de Kabila obedeciendo a su ambición de ser una fuerza importante en la región, y también porque sus generales se están enriqueciendo mediante la explotación de los ricos recursos congoleños de madera, oro, diamantes y metales.
La participación de estas naciones, a su vez, ha enviado ondas de choque al exterior, en forma de refugiados en fuga o rebeliones oportunistas, en Zambia, Burundi, Tanzania y Sudán.
¿Ha llegado el momento para volver a ver a Africa con profundo pesimismo? ¿Sus interminables conflictos y problemas dan a las naciones ricas la excusa para descartar de su conciencia a Africa, ya de por sí olvidada ahora que el fin de la Guerra Fría eliminó la importancia estratégica del continente?
Hace sólo dos años, el presidente Bill Clinton viajó a la región para proclamar un "renacimiento de nuevos y vitales líderes, economías vibrantes y grandes esperanzas". Y los optimistas insisten en que todavía hay muchas cosas buenas: Sudáfrica y muchas naciones del sur están prosperando, y Nigeria, donde habita uno de cada seis africanos, regresó a la ruta de la democracia en mayo último. En 1975, sólo tres cabezas de Estado fueron designadas por elecciones. El año último, 32 de los 54 líderes africanos fueron elegidos.
No obstante, muchos de ellos mencionados como modelos por Clinton, ahora están en guerra. La lucha traza una línea ardiente desde el Atlántico sur hasta el mar Rojo: Angola, Namibia, Repúbica Democrática del Congo, Ruanda, Uganda, Burundi, Sudán, Somalia, Etiopía, Eritrea (y eso sin mencionar un golpe militar en Costa de Marfil, una nación que fue un modelo de estabilidad).
Para los forasteros es prácticamente imposible ser testigos de los combates que libran entre sí diez naciones y diversos grupos rebeldes africanos, frecuentemente porque los enfrentamientos tienen lugar muy en el interior de junglas espesas.
Es una guerra al mismo tiempo moderna y primitiva, librada con helicópteros artillados y bombardeos aéreos, pero también, más frecuentemente, por hombres armados con rifles y machetes, que se internan y salen de una selva que se ha tornado inaccesible. Nadie sabe cuántas son las bajas; la cifra más frecuentemente mencionada es de 100.000 combatientes, refugiados y civiles muertos desde que las luchas en el Congo estallaron claramente en agosto de 1998.
Pese a su fabulosa riqueza potencial, la República Democrática del Congo prácticamente estaba en estado de quiebra cuando estalló esta última guerra en agosto de 1998. Tres decenios de saqueo por parte de Mobutu Sese Seko, el dictador que se mantuvo en el poder gracias a las riquezas nacionales y el patronazgo de los Estados Unidos durante la Guerra Fría, habían dejado sin reservas a la tierra que Mobutu rebautizó como Zaire. Pero, cerca de tres años después de que Mobutu fue derrocado por Kabila -generando grandes esperanzas entre la población local, los países vecinos y las distantes potencias extranjeras- la vida en este país sigue siendo un panorama surrealista de pobreza.
Los hospitales estatales que aún funcionan deben buscarse recursos por su cuenta. Sólo un puñado de aerolíneas privadas conectan las regiones de esta vasta nación; los teléfonos son muy escasos en Kinshasa y prácticamente inexistentes en muchas partes del país; los caminos y carreteras que quedan son terribles.
En las afueras de Kinshasa -capital del Congo y la ciudad más importante al occidente del país, cuya población ha crecido a cerca de 6 millones de habitantes, de 400.000 que eran al lograr la independencia de Bélgica, en 1960- uno de cada 10 niños está desnutrido. Rituales tan básicos como la comida familiar han desaparecido, a medida que los precios de los alimentos básicos se han triplicado desde noviembre último.
Responsabilidad de Occidente
El mundo exterior comparte buena parte de la responsabilidad por la situación caótica del Congo y sus vecinos: los colonizadores europeos dividieron el continente en naciones que rara vez tenían relación alguna con las fronteras étnicas o geográficas. Durante la Guerra Fría, las superpotencias eligieron a quienes debían ser sus aliados y defender sus intereses, pasando por alto la corrupción y los abusos contra los ciudadanos comunes.
Hoy, Occidente es acusado frecuentemente, en el mejor de los casos, de carecer de imaginación para encontrar soluciones en Africa. Y, en el peor de los casos, Estados Unidos es acusado de mantener vigente la guerra en el Congo al no condenar vigorosamente a sus aliados, Ruanda y Uganda, que ingresaron con sus ejércitos en este país en agosto de 1998, ocultándose detrás de rebeldes a los que ellos financiaron.
Funcionarios estadounidenses afirman que en privado han exhortado a Ruanda y Uganda a retirarse del territorio congolés, pero los líderes de los dos países están entre los dos aliados más estrechos de Estados Unidos en Africa. Otros factores han motivado a la Administración Clinton para esta benevolencia: en el caso Uganda, porque es uno de los reductos contra Sudán, cuyo gobierno islámico extremista ha dado albergue a terroristas antiestadounidenses.
Y mientras tanto, las guerras y las batallas continúan. En Kinshasa, el gobierno ha lanzado anuncios espectaculares en los últimos meses, cuyo objetivo es preparar a los congoleños para una larga guerra: "La paz tiene un precio", dicen los anuncios. "Preparémonos para cualquier sacrificio".






