
La gran travesía argentina: del corazón urbano al horizonte azul
En la Argentina de los últimos años, el debate público ha estado dominado por la urgencia: estabilizar la macroeconomía, contener la inflación, frenar el deterioro del poder adquisitivo, renegociar la deuda. Todos estos son pasos imprescindibles, sí, pero también limitados si no los acompaña una mirada más profunda y estratégica. Porque ordenar la macroeconomía es apenas el punto de partida. La verdadera pregunta, la que debería ocuparnos con urgencia y esperanza, es: ¿cómo vamos a hacer crecer a nuestro país? ¿Dónde están las oportunidades de desarrollo sostenible y masivo que puedan sacar a millones de argentinos de la pobreza?
Para responder a estas preguntas, tenemos que mirar más allá de los esquemas clásicos. Ya no alcanza con esperar que el campo, la industria o la minería empujen solos. Necesitamos nuevos motores de crecimiento, y para encontrarlos tenemos que dirigir la mirada hacia dos dimensiones muchas veces subestimadas: la economía urbana y la economía del mar.
Argentina es, a la vez, un país con una de las tasas más altas de urbanización del continente y uno de los litorales marítimos más extensos y desaprovechados del mundo. Ambas condiciones, lejos de ser obstáculos, son enormes ventajas comparativas si sabemos organizarlas como base de una estrategia nacional de desarrollo.
Las ciudades son mucho más que centros de consumo: son nudos de innovación, producción y circulación. En ellas habita la inteligencia colectiva del país, su creatividad, su diversidad, su energía emprendedora. La economía urbana no es un rubro más, sino el entramado vivo de comercio, servicios, tecnología, infraestructura, industrias culturales y nuevas formas de trabajo que, bien orientadas, pueden constituirse en una máquina de generación de empleo y riqueza. Impulsar el crecimiento urbano implica repensar la planificación, invertir en infraestructura logística, digital y energética, pero también en capacitación, economía del conocimiento y servicios de cercanía. Las ciudades son, en definitiva, el gran escenario donde se juega el futuro del trabajo.
Pero para que ese crecimiento urbano no sea desigual ni centralista, necesitamos también una expansión territorial planificada, que reconecte al país con sus recursos estratégicos. Y ahí es donde aparece nuestra segunda gran oportunidad: el mar.
La economía del mar, la “economía azul”, como se la conoce en el mundo, abarca desde la pesca y la acuicultura hasta la industria naval, la energía offshore, el turismo costero, la biotecnología marina, el transporte, la logística portuaria y la investigación científica. Es un universo de posibilidades que, en Argentina, apenas hemos empezado a explorar.
Para liberar todo su potencial no basta con explotar los recursos del mar. Hace falta desarrollar también, y sobre todo, la industria en tierra que se relacione con ese mundo marítimo: astilleros, parques industriales costeros, centros logísticos, universidades, institutos técnicos, redes de servicios, puertos inteligentes. Y más aún: hace falta poblar el litoral, dotarlo de vida, cultura y pertenencia.
Por eso, proponemos una visión concreta y ambiciosa: promover la radicación de cien nuevas comunidades autosustentables a lo largo de la costa atlántica argentina. No como proyectos aislados, sino como parte de una política de desarrollo geopolítico a gran escala. Comunidades planificadas que integren viviendas, escuelas, centros de salud, polos productivos, conectividad digital y energías limpias. Lugares pensados para habitar, para trabajar, para innovar, para cuidar.
Estas comunidades, ligadas a la economía del mar, serían semilleros de empleo, polos de arraigo y motores del crecimiento federal. Su impacto sería profundo: permitirían reequilibrar el mapa poblacional argentino, hoy excesivamente concentrado en pocos nodos urbanos, y recuperar la dimensión estratégica del Atlántico Sur como frontera de soberanía, ciencia y desarrollo.
No se trata de una utopía, sino de una decisión política. Como alguna vez lo fueron los ferrocarriles, los diques o los parques industriales. Se trata de pensar el desarrollo no como una consecuencia inercial, sino como una construcción voluntaria.
La Argentina tiene recursos, talento, geografía y oportunidades. Lo que necesita ahora es un rumbo. Una visión de país que no se conforme con administrar la escasez, sino que se proponga crear riqueza real, sostenible y distribuida.
Pensar en grande es la única salida de la trampa del empobrecimiento. Hacer crecer la economía desde las ciudades y desde el mar no es solo posible: es urgente. Porque ningún ajuste, por exitoso que sea, podrá reemplazar la fuerza transformadora de un proyecto de crecimiento con raíces en el territorio, en la comunidad y en la producción.
Es tiempo de imaginar un país en expansión. De dejar de hablar solo del déficit y empezar a hablar del desarrollo. De poner en marcha un nuevo ciclo de esperanza, donde el progreso deje de ser un privilegio y vuelva a ser el logro de un esfuerzo colectivo.
Exdiputado en la legislatura de la ciudad de Buenos Aires y presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), presidente del Partido de las Ciudades en Acción





