
La idea del "punto cero"
Por Julio César Moreno Para LA NACION
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La insatisfacción y el escepticismo que se han apoderado de la sociedad argentina, que a veces adquieren la forma de la protesta furiosa y violenta, han dado pie a curiosas visiones o hipótesis sobre el futuro. Una de ellas es la que sostiene que el país marcha ineluctablemente hacia un desenlace final, una especie de explosión o "punto cero", a partir del cual sería posible la reconstrucción de la Nación o el nacimiento de una nueva República.
Hay muchas personas -quizá las más descreídas, las más enojadas, las más repentinamente golpeadas por la crisis- que no se adaptan a la idea de que a la Argentina le llevará mucho tiempo, tal vez años, salir de esta grave e inédita encrucijada y recuperar los niveles de prosperidad y equilibrio social que tuvo hasta hace una o dos décadas. Son las personas que no están dispuestas a esperar (algunas, porque no tienen mucho tiempo de espera) y se inclinan, más por miedo que por convicción, por la idea del punto cero, de un corte vertical que sepulte el ayer y abra las puertas de una sociedad nueva.
Pero este punto cero, ¿no es la idea clásica de la revolución, de la toma del poder y la creación de un nuevo orden político, económico y social? Si se utilizaran las categorías del marxismo ortodoxo, se diría que en el país se vive una situación "prerrevolucionaria", y que por lo tanto existen las condiciones para la toma del poder y la formación de un gobierno revolucionario. Pero, más allá de que algunos partidos de izquierda sigan aferrados a estas categorías, la idea del punto cero tiene hoy otro significado: el de algo que está por suceder por imperio de los acontecimientos y no por un acto de voluntad. Es la imagen de un país que aún no ha terminado de derrumbarse y que tiene que llegar al momento del derrumbe final para plantearse la posibilidad de un cambio verdadero, de una "refundación" de la República.
Esta idea del punto cero es a la vez fatalista y utópica. Parte de la visión de la caída, de la catástrofe, que es a la vez la condición de posibilidad de una redención, de un resurgimiento. En estos meses se ha oído en la calle el siguiente razonamiento: "Vamos hacia una guerra civil y después empezamos de nuevo". Esta opinión ignora los padecimientos de una guerra civil (infinitamente mayores que los provocados por la devaluación del peso, el aumento del desempleo o el congelamiento de los depósitos bancarios) pero se ajusta a esa visión catastrófica y a la vez redentora del destino nacional.
Viendo las cosas con más objetividad, puede decirse que no hay signos de que el país vaya a una guerra civil, aunque atraviese una etapa de disgregación social. Se vive en cambio una situación que tiene que ver con la guerra: la de una posguerra. Es como si la guerra ya hubiera pasado y empezara ahora una larga etapa de reconstrucción, que puede ser más larga y más penosa de lo que se cree. De la actual crisis argentina no se sale, como antaño, con la venta de una cosecha de trigo, un préstamo stand-by , un blindaje o un megacanje. Costará años reconstruir la sociedad y recuperar sus valores históricos, entre ellos el equilibrio social. Y el gran interrogante es si el pueblo argentino aceptará los sacrificios de esa larga posguerra o si prefiere, en el corto plazo, la equívoca salida del punto cero.






