
La inmoralidad de Catón
René Balestra Para LA NACION
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"Catón. Por alusión a Marco Porcio Catón, célebre por la austeridad de sus costumbres. Censor severo." Diccionario Enciclopédico Abreviado.Espasa Calpe. 1940
ROSARIO.- Karl Reinhold Niebuhr, teólogo norteamericano, tituló uno de sus libros: Moral man, inmoral society , traducido como El hombre moral en la sociedad inmoral . En rigor, en nuestro idioma debió decirse: "sociedad amoral". La "a-" indica ausencia; "in-", en cambio, es condenatorio. La tesis es que las comunidades humanas carecen de ética, por la sencilla razón de que la ética es siempre una creación individual. Una persona decide -o no- vivir su vida sujetándola a valores, a principios, a normas de pulcritud en sus acciones y en sus omisiones. Hace y deja de hacer ciertos actos que van delineando un estilo superior por la corrección de su conducta.
Todos sabemos que en nuestro derredor conviven personas cuidadosas y negligentes; gente que atraviesa la vida sin siquiera plantearse el problema. Otros, en cambio, son escrupulosos con lo que dicen y con lo que hacen. En general, las sociedades -de la boca para afuera- exaltan a los honestos y condenan a los desaprensivos. Decimos "en general", porque es una comprobación cotidiana que el común no sentencia la inmoralidad. No la censura en los hechos, aunque suele exagerar la diatriba verbal hasta el punto de merecer la locución latina flatus vocis que, traducido a nuestro castellano corriente, significa "vientos de la boca".
El mundo político es el mundo exterior; el público, el exhibido. Siempre lo ha sido, pero nunca como en nuestros días. En nuestro propio país y en cualquier parte del mundo. Los medios de comunicación contemporáneos ponen lo que tiene que ver con la política en una vitrina a la cual todos tienen acceso. Como nunca antes, los gobernantes están a la vista. Ese hombre o mujer común protagoniza en primera persona, verbalmente, exigencias morales. Asiste como espectador, modula elogios y diatribas, aplaude, vota y consagra. Interactúa. Se manifiesta de mil maneras. La cantidad y la calidad de los que reprueban varía. Existen pretendidos moralistas que son sólo incendiarios de la lengua. En la Argentina de nuestros días no hemos inventado la simulación, pero somos originales en el hecho de acumular disfraces. Entre esos implacables sostenedores teóricos de principios morales nuestro país exhibe un muestrario abundante.
Como ejercicio de pedagogía política, vale la pena repasar el catálogo de falsos Catones que el presente de nuestro país ofrece. Por ejemplo, existe en nuestros días un censor mudo y quieto que en la década de Menem escribió un texto de denuncia implacable. No se tienen noticias de que, ante la comprobada, pública y notoria inmoralidad actual, esté escribiendo un libro -por ejemplo- con este título: La corona roba . Su presente silencio de iglesia justificaría la imprudencia de imaginar que aquel ejemplar despiadado no haya sido más que el testimonio de alguien dolido que, en la oportunidad del reparto, fue dejado de lado. Algo similar puede decirse de un ex vicepresidente que, en su momento huyó espantado por la inmoralidad de una coima, y que hoy perdura como funcionario rentado de este gobierno, que ejercita el oficio a la vista de todos.
La inmoralidad de Catón atraviesa la vida política argentina de nuestros días. Hombres y mujeres que señalan implacables con el dedo de una mano mientras aprietan con la otra canonjías espurias. Con ser grave, lo peor no está en las máscaras, sino en la numerosa columna que los rodea y los acompaña. La medicina sabe lo que es la septicemia. Y porque sabe lo que es, le teme. Un foco de infección individual afecta una parte del organismo, pero después de cierto grado, el fenómeno se generaliza e involucra al resto. Este es el mayor peligro que amenaza nuestro turbulento presente: la septicemia. Es decir, la aceptación mayoritaria de la inmoralidad. De la inmoralidad privada y de la inmoralidad pública. Porque, a contramano de la sedicente y sediciosa opinión de algunos pretendidos intelectuales, la inmoralidad -en el ámbito público- es de igual o parecida consecuencia que en el ámbito familiar. Más allá de lo que repitan estos tramposos, no es lo mismo que hayamos tenido padres honrados o madre prostituta y padre ladrón. Lo mismo ocurre con la función pública y el accionar del Estado. Mussolini, Franco, Hitler, Pol-Pot, Stalin, Castro son chacales que se disfrazaron y se disfrazan de mil maneras. Si se trata de hacerle gambitos a la verdad, de continuar alimentando una colosal mentira, es funcional a la peor sociedad reaccionaria minimizar el escándalo cotidiano de la corrupción estatal. La inmundicia moral -como el crimen- no tiene izquierdas ni derechas. Hablar de "tipos de sociedad" frente a ellos, es asociarse al pantano.
El acervo común de nuestro idioma conserva un certero aforismo: "De lo que blasonas, adoleces". Esta avalancha de falsos Catones que anega la vida argentina, está integrada por personajes que vienen de todos los cuadrantes, pero tienen en común un pasado inmoral. Por acción u omisión, sienten la culpa de haber hecho o de no haber hecho algo en ese pasado. La ampulosidad de sus gestos de aspas de molino, la estridencia de sus admoniciones, su constante sobreactuación, patentizan y certifican, como ante escribano público, de lo que adolecen: la autenticidad. Precisamente, como consecuencia de esa falsedad visceral, serán efímeros en términos históricos. Serán un capítulo más de nuestra historia empañada. Todo lo que se pueda hacer para lograr que el país se libre de ellos debe ser hecho. No hay esfuerzo, por modesto que sea, que no sume en este sentido. Estas líneas son testimoniales. © LA NACION




