La realidad paralela de Berni y Kicillof que intenta ocultar su fracaso
“No sé si nos tiraron un muerto”, dijo el ministro de Seguridad, Sergio Berni, luego de recibir una golpiza de parte de un grupo de colectiveros que protestaban por el homicidio de su compañero Daniel Barrientos en el barrio Virrey del Pino. Esta irresponsable acusación basada en suposiciones y en busca de rédito político, venía precedida por otras declaraciones suyas que aún cuesta entender, como que los colectiveros y los vecinos que protestaban por la inseguridad, que hace invivibles sus días, estuvieron “infiltrados” por militantes del Pro.
Pero la cosa no quedó ahí, porque el gobernador Axel Kicillof decidió hablar y se despachó con una teoría sobre los hechos digna de la serie americana CSI, en la escena del crimen. Sin dudar, aseveró: “Las circunstancias bajo las que se produce el asesinato a sangre fría del chofer no son dudosas sino inéditas. El colectivo fue cruzado por un auto y subieron dos personas con armas de gran calibre. Parecía el robo a un blindado. Se llevaron solamente un bolso y una mochila. Según testigos, mataron al colectivero a quemarropa y sin mediar palabras. Y el efectivo de la Ciudad actuó después de que esto ocurriera”. Además, conjeturó sobre una declaración de Patricia Bullrich realizada un mes atrás en su cuenta de Twitter y el “asesinato” (sí, dijo “asesinato”) de Cristina Kirchner, recordando el atentado fallido del que la vicepresidenta fue víctima en septiembre pasado. Dejando abierta así la hipótesis de que todo el hecho delictivo hubiese estado armado o conectado con alguna organización que buscó asestarle un golpe político negativo a su gestión.
Horas después, los pasajeros y testigos del crimen desmintieron con absoluta firmeza esas afirmaciones: “no se cruzó ningún auto”; “estaban asustados y pudieron dispararle a cualquiera de nosotros”, aclararon. A esos pasajeros, también víctimas del siniestro, el gobernador y su ministro de Seguridad les faltaron el respeto, los maltrataron, los expusieron a sentirse aún más vulnerables que del modo en que viven diariamente cada vez que salen o vuelven de su trabajo, cuando caminan las calles de La Matanza o de cualquier lugar del conurbano. Están solos, las autoridades no piensan en ellos y en su seguridad, porque el comportamiento posterior al asesinato de Barrientos de parte de los funcionarios provinciales demostró que su interés solo está puesto en su vida política, en el poder, en la interna, no en las necesidades y urgencias de la gente, como debería actuar un gobernante.
La interna que azota al Frente de Todos, que hace que la actividad política sea como una partida de ajedrez donde cada jugada tiene tres o más pensadas con sus consecuencias como posibles escenarios, también involucra al gobierno nacional frente a este hecho: “Es un profundo desconocedor de lo que sucede”, dijo el ministro Aníbal Fernández sobre el gobernador Kicillof, al que acusó de no saber que los 6000 gendarmes que pide ya están trabajando en la provincia. “Le tiran un número y lo repite”, dijo sin filtro.
Como en Santa Fe, en la provincia de Buenos Aires la política de seguridad es un fracaso rotundo, todos tienen responsabilidad, los gobiernos provinciales mucho más, pero en los últimos dos meses asistimos azorados a una serie de pases de facturas entre el Presidente, su ministro y los gobernadores sobre quien carga con la mayor deuda de ese fracaso, con acusaciones tan insólitas como las suposiciones públicas sobre los acontecimientos tan poco salpicadas de realidad. Si no fuera porque están hablando de asesinatos, robos, narcotráfico o secuestros, se asemejaría a un gran paso de comedia política que hasta sería entretenido para seguir.
Todo esto sucedía mientras familiares y amigos velaban a un hombre de 65 años que estaba cerca de jubilarse, un laburante, una víctima más de la inseguridad del conurbano como otros miles, pero que para Berni y Kicillof es un “muerto” que les “tiraron”.
Porque mientras los responsables hablan, mienten, se chicanean, se acusan e inventan escenarios que les permitan meter en el barro a la oposición, las víctimas aumentan, ajenas a esa novela.
Un vecino de Ciudad Evita contó en una radio toda la movida de inteligencia y cuidado que debía hacer con su familia cada noche cuando llega a su casa: llamar antes; que alguien, sin salir, mire por la ventana; dar una vuelta manzana antes de ingresar el auto para corroborar que no haya ningún sospechoso dando vueltas, y si todo está en orden, en un rápido movimiento abren la reja para ingresar.
Esas personas son los que sufren este fracaso en materia de seguridad, no están dentro de los indicadores favorables que esgrime Berni y no les interesa la ficción en la que viven sus gobernantes, que intentaron -como salida a la alta exposición que sufrieron por su falta de políticas y capacidad- construir un relato político para justificar un hecho delictivo como si fuese un caso único y no uno más del fatídico paisaje cotidiano bonaerense. Es gente que no tiene custodia particular costeada por el estado. Muchos pagan seguridad privada y hasta “extras” a los mismos policías para que los cuiden en sus barrios, en sus casas. Es gente de a pie, vecinos, trabajadores, estudiantes, cansados porque hace rato se resignaron a que el miedo se haya apoderado de sus vidas. Su único interés está en vivir en paz. Son los “mansos” hartos del desamparo estatal, a tal punto que hasta aceptan que la defensa y la justicia por mano propia ingrese en su conversación pública. Están dispuestos a todo, porque sus vidas no forman parte de esa realidad paralela ilusoria a la que intentan llevarlos gobernantes demostradamente fracasados.