La revolución en ojotas y frente al mar
Todos los veranos asistimos al mismo minué. Como en aquellos salones del período barroco, vemos a políticos de la oposición acercarse y separarse en un rítmico vaivén, al compás de sutiles cabeceos y sonriendo para la foto. Muchos de estos coqueteos florecen en la playa. Allí, en vez de pollera tutú y zapatos de baile, los que buscan a quién arrimar llevan traje de baño y suelen posar sentados ante una mesa de truco, los pies hundidos en la arena tibia. En lo que va del año, un lector de diarios desprevenido se habrá encontrado con parejas varias, entre ellas Francisco de Narváez y Jorge Macri, Facundo Moyano y Sergio Massa, Alfonso Prat- Gay y Victoria Donda.
Mientras estos romances de pretemporada entretienen a la oposición, el Gobierno no descansa. La gira de la Presidenta no trajo sosiego: ella se encargó de agitar las aguas desde el mismo lunes. En medio de su actividad protocolar, despuntó el vicio y lanzó sendos tuits contra este diario. Así, desde Abu Dhabi, mantuvo caliente una de sus batallas, la que libra contra la prensa crítica. También cosechó el halago fácil de Maradona , que se fotografió con la comitiva oficial enarbolando un cartel en el que dedicó su última frase célebre ("LTA") al Grupo Clarín (si el exabrupto hubiera tenido un sentido inverso, es decir, desde la vereda de enfrente hacia el Gobierno, los aplaudidores seriales hubieran puesto el grito en el cielo). Así, la ilusión de una semana que no girara alrededor de Cristina y, sobre todo, en la que los ánimos se aplacaran, quedó trunca.
Pero a no desesperar. Queda una carta que quizá consiga lo que no pudo la distancia: ¿nadie le ha recomendado unas verdaderas vacaciones a la Presidenta? ¿O acaso la revolución no puede regalarse un descanso? Es posible que la cuestión se complique cuando la revolución depende de una sola persona, pero los que tienen el privilegio de llegar hasta el oído presidencial deberían convencerla de que esos pocos días que se tomó a principios de mes no cuentan. Sería un acto de justicia, porque nadie trabaja tanto como ella. Una temporada de desenchufe de Cristina Kirchner, sin micrófono ni Twitter ni Facebook, representaría además la posibilidad de abrirse a una experiencia de consecuencias insospechadas. Tanto para ella como para el resto de nosotros.
Imaginemos una quincena sin que la Presidenta aparezca ni en la cadena nacional ni en Twitter ni en la tapa de los diarios. Al principio estaríamos tan desorientados y a la deriva como un planeta que de pronto, huérfano del sol, pierde su órbita. ¿Alrededor de quién giraría nuestra existencia? Pero es posible que pronto, como sugirió ayer Luis Alberto Romero en estas páginas, la energía que consumimos en responder a sus provocaciones, en refutar a sus cortesanos, encuentre un mejor destino. Porque hay una vida más allá de Cristina. Ante esta evidencia, la oposición, ya más atenta a proyectos alternativos que a cada gesto del poder, bien podría empezar a bosquejar algunas de sus posibles versiones.
De la Presidenta, en cambio, no esperaríamos nada durante estas imaginarias vacaciones. Sólo que descanse. Lo merece de verdad, porque ha de ser agotador estar produciendo noticias todo el tiempo para mantener a raya una realidad díscola. Que distienda el músculo, elija destino y se aloje en el mejor hotel que encuentre. Esta vez, en la inesperada tregua estival, nadie dirá ni escribirá nada. La prensa no osaría interrumpir con ninguna nota discordante sus caminatas solitarias por playas lejanas, en las que la geológica paz de los elementos quizá la lleve a recordar que no todo es confrontación y dialéctica. Y como las cosas se consiguen cuando dejamos de luchar por ellas, durante ese retiro tal vez ocurra lo impensado: que aquella mitad de la sociedad a cuyo corazón nunca pudo llegar sienta su falta y hasta la extrañe.
Tal vez una hipótesis como ésta la convenza y acepte dejar el ruedo. Pero si no cree en milagros, alguien deberá persuadirla de que durante su ausencia la revolución quedará en buenas manos: Randazzo demostró que es capaz de echársela al hombro. "Cuando todo eso esté funcionando se va a notar una verdadera revolución en el transporte", dijo en alusión a la promesa oficial de renovar los vagones de los trenes metropolitanos. En días en que se agravan las penas en el juicio por la tragedia de Once y en que viajar en tren es una tortura oriental, tonificado por el aire de mar en su paso por la costa atlántica, el ministro da cátedra: "Macri imagina el transporte como una empresa particular, mientras que para nosotros es una política de inclusión". Debería ir a decir estas cosas en los andenes de Retiro o simplemente subirse a un tren. Es difícil decidir qué sería más peligroso.
Con Randazzo cubriéndole las espaldas, la Presidenta tal vez se anime incluso a seguir los pasos de la novia del vicepresidente y visite el ashram de Osho en la India. Allí, en una suerte de resort donde el gurú ofrece meditación cinco estrellas, su cambio podría ser aún mayor. Dicen que Agustina Kämpfer ya alcanzó el primer síntoma del despertar espiritual, que se verifica en un asunto nada inocente en estos días: desde que ingresó en el ashram del polémico santón ha dejado de tuitear.
Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicar su habitual columna el sábado 2 de febrero