La sonrisa helada
BRUSELAS.-(El País) JAVIER SOLANA tiene la sonrisa helada. Famoso en España y en el mundo por sus buenas maneras públicas, por sus cumplidos y abrazos, el secretario general de la OTAN parece en estos días estar abrumado por la decisión que ha tomado hace dos semanas: atacar al régimen de Slobodan Milosevic.
Antimilitarista en su juventud, se ha visto en la paradoja de tener que apretar el botón rojo que ha empezado a lanzar misiles contra las defensas antiaéreas serbias. No parece arrepentido, pero sí afectado.
Javier Solana Madariaga, madrileño próximo ya a los sesenta, ha protagonizado uno de los casos más asombrosos de transformación política. El azar y la vida han trastrocado su destino aparente. De sucesor presumido de Felipe González, condenado a atravesar el largo desierto de la oposición política en España, pasó en unos días a convertirse en secretario general de la OTAN.
Era el invierno de 1995. El belga Willy Claes, efímero número uno aliado, había caído por un asunto doméstico de corrupción. Solana, para sorpresa de muchos, fue elegido para sucederlo. Un "recién llegado a la política exterior y a los asuntos de seguridad", con sólo tres años de experiencia en el escenario internacional como jefe de la diplomacia española, se había convertido en el eslabón que une los intereses transatlánticos, con un pie en Europa y el otro en América. La suerte lo había acompañado. En ese momento decisivo, Solana estaba presidiendo la Unión Europea y España ocupaba una silla en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Dos trampolines que lo catapultaron hacia la sede atlántica en Bruselas.
Su entrada en Exteriores, en julio de 1992, no fue fácil. Sustituía a la figura mítica de Francisco Fernández Ordóñez, un hombre que tenía, desde siempre, cautivada a la prensa. Solana fue recibido de forma hostil. Se lo acusaba de repartir muchos abrazos y pocas noticias. Su antecesor, en cambio, había sabido combinar las dos facetas, la sonrisa y el titular.
Pero las cosas cambiaron radicalmente en el verano de 1995. España asumió el 1º de julio de aquel año la presidencia de turno de la Unión Europea. Solana cambió las lecturas científicas e históricas de sus largas noches insomnes por los densos memorandum de la diplomacia española. Estudió. Estudió mucho. Y aprovechó los contactos inmensos que tenía el ministro de Exteriores de un país que presidía Europa y que tenía voz y voto de primera fila en la ONU. El no lo sabía, pero los conocimientos que estaba adquiriendo sobre los Balcanes y la estrecha amistad que en esos meses cultivó con sus colegas europeos y con Warren Christopher, ex secretario de Estado de Clinton, le estaban abriendo las puertas de la OTAN.
Europa del este está marcando su vida. Como secretario general aliado tuvo que afrontar tres grandes tareas: la pacificación de Bosnia con el despliegue de las tropas occidentales sobre el territorio, la ampliación a Europa del este y las relaciones con Rusia.
El acuerdo con Rusia, en mayo de 1997, es el logro que más lo enorgullece. "Esto es muy emocionante, único. Dudo de que vuelva a vivir un momento así", declaró entonces.
Sumergido desde el primer día en los problemas de Europa oriental, en el verano de 1996 recorrió Alemania del este y Polonia en furgoneta con su familia. Hizo la ruta de Lutero, desde Worms hasta Wittenberg, pasando por Weimar, "que no está ligada tanto a Lutero como a Goethe", puntualiza. Durmió en la pensión El Elefante, donde supuestamente Goethe se veía con sus amantes. Y allí leyó una novela de Thomas Mann, Carlota en Weimar , que recrea un encuentro entre el joven Werther y su amada.
Al año siguiente, en el verano de 1997, eligió Rusia como destino de sus vacaciones. "Los rusos estuvieron encantados con aquel viaje", afirma uno de sus colaboradores, "porque para ellos fue muy importante que Solana haya querido pasar con ellos sus vacaciones, y esas cosas luego ayudan mucho".
Esos detalles han permitido a Solana "darle un rostro a la OTAN". Lo primero que hizo al llegar al cargo fue ponerse a viajar. Llegó a visitar 40 países en un mes. Eso lo ha enriquecido. Recuerda sus primeros contactos con la ciudad mártir de Sarajevo: "En el verano de 1995 atravesé el aeropuerto de Sarajevo a tiros y un año después pude aterrizar en el mismo aeropuerto, pasear y tomar café con amigos en plena calle. Me emocionó entonces ver el Holiday Inn, donde después del tiroteo pasé una noche inolvidable sin luz, sin agua, sin cristales en las ventanas".
Solana ha hecho algo más que darle un rostro a la OTAN. Ha logrado encarnar el cambio de la Alianza. Una función que ha salido bien en Bosnia, pero que lo ha llevado a la contradicción de convertirse en agresor para imponer el respeto a los derechos humanos en Kosovo.
Algo difícil de llevar para un hombre que cree que "las guerras sirven para poco" y que hace muy poco tiempo afirmaba que "la OTAN ha sido una alianza defensiva enfrentada a otro bloque y nunca ha atacado a nadie. Hoy desarrolla operaciones de paz. No estamos en guerra contra Yugoslavia, lo que pretendemos es que Milosevic respete los derechos de los albaneses de Kosovo", recordó estos días.
Javier Solana es muy accesible. Habla con todos. Se pasa el día colgado del teléfono. Le gusta la prensa, pero eso no quiere decir que dé noticias. Normalmente procura obtener más información de la que da.
Es un nuevo Solana, cada vez más alejado de aquel que sólo se preocupaba de las querellas internas del PSOE. Un Solana cada vez más alejado del que a principios de los ochenta aún se manifestaba por las calles de Madrid para cantar "OTAN no, bases fuera". Siempre se le reprochará ese cambio: del antiatlantismo a la secretaría general del organismo que más simboliza el poder de Estados Unidos.
Lo que rara vez admite es su añoranza de la política española. Solana, al contrario que la inmensa mayoría de los políticos españoles, es un científico. No es ni abogado ni economista. Es catedrático de física, aunque desde 1979 no dirige una tesis. Sobrino nieto del hispanista Salvador de Madariaga, hijo de científico, ingresó en 1964 en las Juventudes Socialistas del PSOE, partido que nunca ha abandonado.
Su formación científica ha marcado su forma de ser. "El amor es física y química", sostiene. "Son aminoácidos que se mueven, son reacciones químicas. Somos un fantástico equilibrio entre carbón, agua y electrones y protones verdaderamente maravilloso", razona.
Es, según el entonces ministro de Exteriores y ahora primer ministro ruso, Yevgueni Primakov, alguien en el que se puede confiar: "Es una buena persona. No usaría esos mismos términos para describir la organización que encabeza". O, como dice su hermano Luis, "es caliente por fuera y frío por dentro".