La vida, maestra impredecible
"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla", cita Ivonne Bordelois a García Márquez en la primera página de Noticias de lo indecible, su raro y hermoso libro de memorias.
Suele el lector, en este tipo de soliloquio, encontrarse con un autor en pleno dominio de su materia, una sucesión de acontecimientos hilvanados de manera más o menos causal que, arraigados en el pasado, terminan por explicar el presente, el devenir de una trayectoria. No es ese el caso de Bordelois.
Pronto la escritora reconoce algo que la acompañará a lo largo de toda la narración: un sentimiento de extrañeza, de desdoblamiento aun respecto de la propia vida.
Una perplejidad ante las estaciones a las que fue arribando. Una especie de no saber cómo -inconsciente victoria poética sobre el utilitario know how- llegó a pasar lo que pasó; un no saber agradecido por las cosas buenas, resignado frente a las malas ("Mi vida y yo no hacemos cuerpo, sino que nos enfrentamos -y ella gana siempre, por cierto-. Una maestra despiadada y dura -pero siempre más sabia que yo misma- que me trató a los cachetazos, porque yo era rebelde y testaruda. Y a la vez una maestra benévola que me regaló felicidades y triunfos impensables. Una maestra que me llevó por caminos sorprendentes, imprevisibles y que yo por mí misma nunca hubiera elegido, una maestra insuperable, poderosa e insobornable").
Antes de los viajes, de las prolongadas y fecundas estadas en el exterior (treinta años repartidos entre Francia, Estados Unidos, Holanda), el obligado paso por la infancia remonta la historia hasta el campo bonaerense donde la pequeña Ivonne, rodeada de exuberancia vegetal, pájaros, puestas de sol y claros de luna, parece haber sido feliz.
La protegían el caserón familiar, el alboroto de primos y hermanos, y los cuentos de las abuelas, de origen francés por el lado paterno, de tradición española por vía materna, que la iniciaron en un mundo de aventura y fantasía, en el que los relatos del Antiguo Testamento no tenían parangón con nada de lo que la modernidad pudiera ofrecer ("El pasado es más fascinante que el futuro porque se parece más al deseo, ya que el futuro es -aparentemente- alcanzable, mientras que ni el pasado ni el deseo verdaderamente lo son, y lo que precisamos ante todo, mucho más que el logro del deseo o la recuperación del pasado, es saber que existe lo inalcanzable").
Bordelois avanza a tientas, siempre asombrada por los episodios singulares de su vida; y aunque no omite algunas de las situaciones dolorosas que le tocó atravesar -dolor psíquico que evoca con sobria y descarnada generosidad-, es en el capítulo que dedica a sus amigos (Enrique Pezzoni y Alejandra Pizarnik, entre muchos otros) en el que mejor se aprecia la fragilidad de ese laberinto que es cualquier vida humana, en cuyos pasadizos no hay quien no vacile, a ciegas aunque se finja certeza, tratando de ignorar la delgadez de las paredes que nos separan del abismo.
Uno de los apartados más breves -y más contundentes-va a la memoria de su amiga Emma de Cartosio, de quien reproduce un poema, acaso cifra de toda la belleza y desolación que Ivonne despliega en el libro de su propia vida.
El poema se titula "Self service": "Iba sola y se servía un steak con papas fritas/ una fruta quizás pan, y se sentaba junto a la pared/ o la vidriera porque iba muy temprano o muy tarde./ Una mañana llegó con la multitud; su bandeja/ tropezaba con gestos actitudes movimientos/ y tal vez para huir de sí misma se sirvió nada/ sentándose a contemplar sus árboles de Cluny./ Un camarero y la señorita de los tickets/ la echaron entre las risas contenidas/ de la gente que come comida sin árboles/ que bebe sin otoño que ama sin amor./ Hicieron bien".