Las guerras comerciales se pueden prever
Existe una cierta convicción de que las ciencias sociales, la economía incluida, tienen escaso o nulo poder de predicción. El espacio para los diversos aportes parece ubicarse solo en dos polos no refractarios: cuando los resultados y discursos son funcionales a los intereses dominantes; cuando son funcionales al escándalo o a una oposición antisistema. Estos dos modos, supuestamente opuestos, son en realidad complementarios: contribuyen a impedir crear un mundo un poco mejor. Es el contexto de la posverdad.
A partir de mi experiencia, sostengo que es posible realizar predicciones robustas en ciencias sociales. En 2001 publiqué un trabajo en Elsevier, donde señalaba, con base a un desarrollo teórico-conceptual propio iniciado muchos años atrás, que "si el análisis es relevante y conceptualmente correcto, el problema de la sobrecapacidad estructural (del aparato productivo) a escala mundial, se vería aliviado durante una década debido a la participación de China y la India en el proceso de urbanización, pero que inevitablemente dicho problema se vería agravado en la próxima década y a más largo plazo, de modo tal que la progresiva exclusión social se convertiría más en la regla que en la excepción". Por cierto, el posible inicio de esa crisis se situaría en 2009, según la lógica de aquel análisis centrado en las interacciones entre urbanización, crecimiento y cambio tecnológico.
A partir de allí, a comienzos de 2005, publiqué otro libro sobre las problemáticas, desafíos y escenarios del choque de civilizaciones o crisis de la civilización global. Se anticiparon allí no solo una crisis económica, sino una civilizatoria. Se alertaba sobre la pérdida de derechos y amenazas a las democracias; conflictos geopolíticos; el papel de las infowars, la guerra mediática. En Cómo lograr el Estado de Bienestar en el siglo XXI, finalizado en 2015 y publicado en 2017, el análisis fue aún más específico y se centró en industrias de infraestructura: acero, cemento, construcción, pero también en nuevas industrias culturales, como Netflix. Algo ya implícito en las anteriores.
En síntesis, si hoy es noticia mundial la cuestión de la guerra comercial entre los Estados Unidos y China, o la guerra comercial por el acero que afecta hasta a países como Turquía, buena parte de una explicación científica que preveía este escenario ya se hallaba muy bien desarrollada entre al menos 13 y 15 años antes. Lo mismo respecto de la guerra por la relocalización de inversiones cuando las rentas son globales, por caso la regulación europea. Ejemplos de predicciones exitosas deberían haber abierto un debate científico sobre la validez de dichas predicciones basadas en hipótesis contrastables bien enunciadas. Pero, para la mayoría, el tema es el capitalismo y punto, o bien agitación social y punto. Hablar de estos grandes temas desde la Argentina no está previsto en el mapa de la división internacional del trabajo intelectual. El sistema es refractario. No se trata de que es injusto, se trata del mensaje, el cual, por supuesto, contribuye a un mundo sin rumbo o con rumbo presumiblemente catastrófico. Aun, con todo esto, no es inusual escuchar que los intelectuales y las universidades deberían participar más en las cuestiones de políticas públicas. ¿Cuán dispuestas se hallan las dirigencias a tomar los aportes más serios y relevantes, cuando las consecuencias de estas predicciones no le son funcionales?
Economista, vicerrector de la Sede Andina de la Universidad Nacional de Río Negro