Las islas del mar y los reclamos de soberanía
El Mar del Sur de China es escenario de complejos diferendos de soberanía que enfrentan a China, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei entre sí. Particularmente en torno a las Islas Spratly. China reclama soberanía sobre la mayor parte de ese mar y sus islas. En los últimos tiempos esos reclamos se han activado y adquirido prioridad en la política exterior del gigante asiático.
Las estrategias que los distintos reclamantes siguen respecto de esos conflictos tienen algunos perfiles particulares y –como veremos- diferentes.
China, por ejemplo, ha construido unilateralmente y sigue construyendo distintas islas artificiales en pleno mar abierto para así tratar de robustecer, con presencia, sus intensos reclamos de soberanía sobre el mar adyacente, debajo del cual sospecha que podrían existir importantes yacimientos de hidrocarburos.
Para ello, las dragas chinas se han transformado de pronto en inesperados instrumentos "creadores" de soberanía. Lo que no está de acuerdo con el derecho internacional, que en la "Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar" define a las islas como "extensiones naturales de tierra" que están sobre el agua en momentos de mareas altas (pleamar), excluyendo específicamente de la definición a las "rocas" cuando ellas no pueden sostener la vida humana o la actividad económica, aclarando que carecen de zona de actividad económica exclusiva y de plataforma continental.
Las islas artificiales no son entonces consideradas capaces per se de sostener reclamos de soberanía. En rigor, no poseen la condición jurídica de islas, ni tiene mar territorial propio. Su presencia, para el derecho del mar, no afecta la delimitación del mar territorial, ni la de la plataforma continental.
China construye islas artificiales en mar abierto para robustecer con presencia sus reclamos de soberanía sobre el mar adyacente, debajo del cual sospecha que existen yacimientos de hidrocarburos
No obstante, China sigue adelante con su política de construirlas para crecer en argumentos que puedan eventualmente tonificar sus reclamos, apoyados en el resultado artificial de la actividad de sus dragas y empresas constructoras.
En las nuevas islas artificiales, China construye rápidamente instalaciones y pistas de aterrizaje. Así lo ha hecho en los atolones llamados: "Subi", "Mischief" y Fiery Cross", todos emplazados en el Mar del Sur de China.
China sostiene que esto no supone militarizar las islas artificiales y que todo lo construido en ellas tiene objetivos de naturaleza exclusivamente civil. Muchos dudan de esa afirmación. Particularmente sus vecinos, esto es sus contrapartes en los diferendos de soberanía. Lo cierto es que, hasta ahora, las pistas de aterrizaje se probaron sólo con aeronaves civiles.
Ante lo que sucede, Japón no se ha quedado atrás. Pero avanza con otro perfil. Distinto. Científico, en este caso. Un ejemplo de su particular estrategia es el caso del atolón al que llama Okinotorishima, en el Mar de las Filipinas, en un área también en disputa con China. Para Japón, ese atolón es su extremo máximo hacia el sur. Para China, en cambio, es sólo una "roca".
El atolón referido ha estado siempre, hasta ahora, recubierto por un delgado manto de corales. Que, gracias al "cambio climático" y a las inusualmente fuertes tormentas que aparentemente son su consecuencia, ha comenzado a desaparecer lentamente. Si ese proceso no se interrumpe, en algún momento el atolón no sobresaldrá sobre el agua. El reclamo japonés se debilitaría, entonces.
¿Qué hace el Japón ante esta circunstancia? Logró reproducir y hacer crecer, en un laboratorio, lejos del atolón, el mismo tipo de corales que existen en Okinotoroshima. Con el propósito de trasplantarlos al atolón una vez que estén en condiciones de ser incorporados a la capa coralina que lo recubre. Para lograrlo se obtuvieron -de inicio- huevos del coral al que los científicos pretenden vigorizar para repoblar el atolón.
Cabe recordar que las islas de los océanos a veces son sólo los extremos de los picos de cadenas montañosas sumergidas en cuyas cimas se ha instalado coral, que frecuentemente sobresale de la superficie del océano.
Estamos frente a una batalla biológica. Paciente. Innovadora, por lo demás. Por ahora, los trasplantes coralinos tienen una tasa de supervivencia baja y el desafío es encontrar las razones de lo que sucede y corregir las cosas.
El experimento japonés puede tener consecuencias más allá de su objetivo inmediato por sus efectos en la posibilidad de revertir la tendencia hacia la desaparición del coral, en todo el mundo. Que es lo que ocurre en los aproximadamente 500 atolones desparramados por los mares, especialmente en el Pacífico y en el Océano Indico. En los últimos cuarenta años, sin ir más lejos, se estima que nada menos que el 40% del coral del globo ha desaparecido. Y el ritmo hacia una posible extinción es preocupante.
Si Japón tiene éxito, podría sostener -con argumentos- que se trata de una isla formada naturalmente. Sin recurrir a las dragas y a las estructuras artificiales, estimulando solamente el coral del atolón, complementando su crecimiento natural con el agregado fecundador de corales criados en un laboratorio y trasplantados luego a la isla.
El próximo paso de los japoneses es ambicioso, desde que supone cubrir tres hectáreas de coral en procura de incorporarlo al atolón al que llaman, como se ha dicho: Okinotorishima. El tiempo dirá si Japón logra -o no- su objetivo. Primero, en el plano de la biología marina. Segundo, en el del derecho internacional. Habrá que esperar. Aunque nada esté garantizado. Se trata, queda visto, de transformar arrecifes o atolones en islas en procura de robustecer reclamos de soberanía.
Taiwán, por su parte, sigue un curso de acción más tradicional. Basado en la ocupación física del atolón más extendido de las Islas Spratly. El que llama Taiping, pero que también se conoce como Itu Aba. Sobre el mismo penden reclamos simultáneos de soberanía de varios estados. El presidente actual de Taiwán (de perfiles pro-chinos), Ma Ying-jeou, lo visitará antes de terminar muy pronto su mandato. Simbólicamente, para afirmar con presencia los reclamos taiwaneses. Mientras al propio tiempo promueve la posición geopolítica de su país sobre el nudo de reclamos de soberanía que afectan a las Islas Spratly, basada en que todos suspendan sus pretensiones soberanas y se acuerde un esquema común de explotación de los recursos naturales de la zona, del que todos saquen una tajada.
Taiwán, no obstante, ha construido un faro y un puerto en ese atolón. Y mantiene allí a unas 180 personas y con ello una constante presencia física en el área que, sostiene, está bajo su soberanía.
En todavía otra forma de actuar, las Filipinas han iniciado un arbitraje contra China con relación a Taiping o Itu Aba, sosteniendo que se trata de una "roca", no habitable, razón por la cual quien resulte su titular sólo tendría eventualmente derechos sobre las doce millas náuticas que lo rodean.
Existe, queda visto, un entramado de reclamos cruzados de soberanía entre distintos actores que no terminan de dilucidarse y que, en los últimos tiempos, ha comenzado a generar tensión en los mares de Asia.
Los Estados Unidos, como era de suponer, no se han quedado quietos. Sus buques de guerra ya han reafirmado su apego a la libertad de navegación y su rechazo a las maniobras sin sustento legal en función de las cuales se procura extender -unilateralmente- las pretensiones de algunos en detrimento de esa libertad, que es de todos.
Ha ordenado entonces a sus buques de guerra navegar dentro de las doce millas de las islas artificiales construidas por China. Primero, en octubre pasado, cuando el destructor "Lassen" navegara muy cerca del llamado "Subi Reef", en las Islas Spratly, en el Mar del Sur de China. Luego cuando, hace pocos días, lo hiciera también el destructor "Curtis Wilbur", cerca de la isla Tritón, en las islas Paracel, también en el Mar del Sur de China, donde China mantiene ahora un destacamento militar. En ambos casos, pese a las protestas de China, a las que no respondió porque sostiene que sus reclamos soberanos contravienen el derecho internacional, lo que parece ser así.