Liderazgos que ayudan a crecer
El liderazgo es como el aplauso, un reconocimiento al decir o al hacer y, en el mejor de los casos, a los dos juntos. Es un baile, una coincidencia. Un punto de encuentro en el espacio y en el tiempo, donde la emoción nos sorprende muchas veces superando a la razón. Como en 1983, cuando Alfonsín recitaba el Preámbulo con el corazón en la mano, transformando su texto en una danza emocionante.
Sin pasión no hay liderazgo, sólo razones y cifras. Como las de Alsogaray, el ingeniero, incapaz de emocionar, de contagiar; nunca el PBI motivó un cambio, nunca las conductas se inspiraron en la reducción de la inflación. Un buen líder se vale de imágenes que, resonando en las fibras más íntimas de la gente, logran transportarla a otras realidades superadoras del pasado y del presente. Sin mentir, sin manipular. Porque un verdadero líder respeta profundamente a las personas hablando con la verdad y dando el ejemplo.
El interés de la sociedad por la honestidad de sus líderes habla de la valoración de los ciudadanos de su propia decencia. Se equivocó Frondizi al tolerar el "roban pero hacen", ya que una infección no se tolera, se la cura para erradicarla y evitar que siga avanzando. Y nosotros, tibios con nuestra propia corruptela, aceptamos el diagnóstico del presidente y encerramos nuestra conciencia en la caja de los recuerdos. El fin justifica los medios, decía Maquiavelo, y la mayoría de nuestros políticos, también.
Churchill le preguntó al pueblo inglés si quería ser libre o esclavo, y al recibir la respuesta que esperaba sólo le ofreció "sangre, sudor y lágrimas". La libertad era el fin; el sacrificio, el camino. Muchos argentinos pretenden la libertad sin sacrificio; el consumo sin ahorro; aprobar el examen sin estudiar. ¿Qué significa que un denunciante sea un buchón y que a los árbitros de fútbol se los insulte aun antes de empezar el partido? Esta manera de pensar nos hace mucho daño y habla de nuestro problema con los límites. Ese sentimentalismo adolescente que busca soluciones imposibles mientras consolida en el tiempo un sufrimiento estructural. ¿Cuándo pensaremos seriamente en nuestros hijos?
El buen líder construye con otros una visión que ilumine el camino. Una meta en el futuro que dé sentido a nuestros actos, el aliento tan necesario para los días grises; ese lugar que nos espere a todos a pesar de nuestras diferencias, esa morada amplia y generosa en la que todos tengamos lugar. Recuerdo ahora a Mandela, ese estratega del perdón y la integración. Ese hombre paciente y notable en el arte de seducir que condujo a negros y blancos por un camino plagado de odios y problemas. Y también me vienen a la cabeza el sueño de Martin Luther King y la locura de nuestro Sarmiento con ese otro gran sueño, el de un pueblo educado.
El líder es siempre parte de su gente y de su tiempo. Es un emergente de la sociedad a la que pertenece. Nosotros, los argentinos, hemos tenido líderes democráticos, dictadores, débiles, fascistas, corruptos, que han expresado fielmente nuestras propias características y contradicciones como sociedad. Son ellos nuestro reflejo, la imagen que nos devuelve el espejo.
En una sociedad democrática, la calidad de la política depende, en última instancia, del nivel de compromiso de sus ciudadanos, de lo que ellos estén dispuestos a ser y exigir a sus dirigentes. ¿Cuándo venceremos la apatía, el "no te metás", nuestras pequeñas corrupciones e hipocresías? ¿Cuándo nos decidiremos a impulsar el vendaval que barra nuestras arcaicas convicciones para generar líderes que genuinamente piensen en nuestros hijos y, juntos, cambiar la historia?
Titular de Joaquín Sorondo & Asociados, Liderazgo y Relaciones Humanas







