"Los argentinos hacemos del fracaso una militancia"
El joven filósofo porteño cree que el sentido común argentino demoniza al contrario para sentirse en el lugar de la pureza
Alejandro Rozitchner es un filósofo particular, no adopta poses de intelectual malhumorado o taciturno; por el contrario, defiende abiertamente la alegría como valor, cosa que el argentino medio, afirma, se empecina en rechazar. Cree que la filosofía sirve para interpretar el mundo, pero no para promover grandes cambios. Está convencido de que uno puede adquirir nuevos saberes tanto leyendo ensayos de Friedrich Nietzsche o Georges Bataille como una novela de John Irving o un folletín de Corín Tellado. En suma, no se alinea en la categoría de los intelectuales "políticamente correctos".
Declara que la mayor felicidad de un hombre es vivir con la mujer que ama, tal parece ser su caso, y defiende el rock and roll como expresión de libertad. Sin autocensurarse, opinó sobre la crisis argentina y criticó la predisposición nacional por el fracaso.
-La crisis que atraviesa la Argentina es tan profunda y abarca tantas dimensiones que por momentos hay miedo de que el país sucumba, deje de ser, se rompa en mil pedazos... Si la Unión Soviética dejó de existir como tal, ¿no podría ocurrirnos a nosotros algo similar?
-Cada vez pienso más que la clave para entender la crisis argentina hay que buscarla por el lado de la psicología. La fantasía de que la Argentina podría disolverse me parece que tiene que ver con la fantasía primaria de la disolución del cuerpo. Yo creo, como el psicoanalista inglés Donald Winnicott, que una comunidad no puede adquirir una maduración mayor de la que poseen sus miembros; me parece que esto es una clave para entender qué nos pasa. La Argentina es una sociedad muy inmadura porque sus componentes son inmaduros. El argentino medio no se hace cargo de nada de lo que pasa a nivel social. Espera que los demás lo resuelvan, y si no lo hacen como él imagina, entonces nadie sirve, todo esta mal...
-La consigna "que se vayan todos" expresaría esa inmadurez?
-Sin duda. Que se vayan todos expresa una visión salvaje, despreciativa del país y sus dirigentes. ¿Quienes son todos? Ese dicho tiene varios defectos; uno de ellos es que no pone en movimiento a la opinión pública, sino que la desmoviliza.
Por otro lado, los políticos no nacieron de un repollo, son producto de esta sociedad. Pero el argentino medio siempre piensa que el mal está en otro lado. Nuestro sentido común demoniza al contrario para sentirse en el lugar de la pureza. De cualquier forma, vale subrayar que estas cosas no le pasan sólo a nuestro país; las guerras se hacen a partir de ubicar a los otros (extranjeros, invasores, enemigos políticos) en el lugar del mal absoluto. Las guerras, como las crisis, hasta pueden ser un alivio porque permiten eludir el difícil trabajo de tener que crecer. Nietzsche, interpreta que los pueblos se lanzan a la guerra felices porque encuentran un sentido de vida. Parece paradójico, pero es así. Las personas se salvan del trabajo de buscarse a sí mismas tirándose de cabeza a una causa meritoria.
-Esta crisis no parece aliviarnos...
-Pero nos excita porque nos pone frente al abismo. Nosotros hemos producido un gran desastre. Una persona, un país, necesita emociones fuertes, cosa que se puede lograr por distintos medios, a través de un gran triunfo o por medio de una gran derrota. Nosotros nos hemos especializado en la segunda opción, por eso cuando cae un presidente, o un ministro de Economía, sentimos una satisfacción íntima, una confirmación de algo que todo el mundo decía: "Este tampoco va a andar"
-Que es como decir: a éste también lo vamos a voltear...
-Exacto. La derrota del otro, no importa si se trata de un gobierno elegido libremente, es una manera de sentirnos potentes. Por eso cuando un presidente cae, uno siente una especie de fiestita personal. Desde que se inicia un gobierno, empezamos a señalar sus defectos, sus incoherencias... Al final, le hacemos jaque mate.
-A veces parecería que esa ideología del fracaso justificara moralmente a los delincuentes: si el ladrón le roba a gente con poder -económico o político- está todo bien, lo tenía merecido... En el momento de los saqueos, por ejemplo, eran sorprendentes los comentarios que se hacían legitimando los asaltos...
-De acuerdo con el sentido común imperante, el ladrón estaría justificado porque actúa como una especie de luchador social, alguien a quien no le quedó otra. Esto me parece una locura.
-Otra interpretación válida sobre el afán por sentirnos derrotados es que actúa como antídoto frente a un hecho que mayoritariamente se interpreta como inevitable, fatal: "A este país no lo arregla nadie..."
-Lo que pasa es que todo intento de huir del mal lo único que consigue es incrementarlo. Es decir, mientras más tarde uno en enfrenta sus problemas peores van a ser, y más cruento el método de curación. Esa actitud extrema contra los gobiernos, en el fondo, esconde una gran pasividad. La gente cuando habla parecería que va a tomar las armas mañana, pero en los hechos no pasa demasiado, muy pocos están dispuestos a incidir en la realidad.Virulentos en las palabras y ausentes en los hechos: ésa es otra característica nacional.
-Una de las peores consecuencias de la crisis es la desconfianza; nadie cree en la Argentina que alguien acceda a situaciones de poder por su mérito.
-El tema del poder, y el resquemor que despierta, es un capítulo aparte. Yo creo que hay una militancia del fracaso, una militancia que persigue a los que les va bien. Hay un esfuerzo comunitario muy fuerte por afirmar la imposibilidad. Nos une la derrota, por eso el que se atreve a apostar por el éxito queda afuera, y es objeto de sospecha. Aparte, el factor de la crisis política- económica sirve para justificar todo fracaso personal; ejemplo: si a uno le va mal en su pareja, es porque el país es una m..., si uno no consigue trabajo, es porque son todos unos ladrones. Creo que la crisis es tremenda porque hemos hecho este juego durante demasiado tiempo, y de tanto no hacernos cargo, de tanto jugar a nenes indefensos a los que los otros les hacen daño, hemos creado una comunidad inexistente.
-Algunos achacan a la cultura cristiana una predisposión en contra de la competitividad, la ambición, el deseo de progreso... ¿usted está de acuerdo?
-Puede ser, pero hay otros países con raíz cristiana que no están en nuestra situación. No me parece conveniente detenernos a analizar las causas finales de esta crisis; lo que esta situación crítica pide a gritos es que encontremos soluciones, cosa que, en general, nuestros intelectuales no hacen. Detenernos en las causas nos desvía del trabajo del diseño. Antes que preguntarnos cómo llegamos a esta situación, cada uno de nosotros debería preguntarse cómo querríamos que fuera la Argentina, y qué estamos dispuestos o en condición de hacer para mejorar a nuestro país.
-Parece difícil encarar este trabajo cuando la ideología progresista -con enorme influencia en nuestro país- preconiza, aún más que el cristianismo, la idea de la pobreza y falta de ambiciones como virtud.
-Esa ideología nos ancla en el pasado, porque para la izquierda lo importante es recordar, no mirar para adelante.
-¿No le parece que deberíamos recuperar algunos valores, algunas normas del pasado?
-No, no me parece. Creo que la pérdida de antiguos valores tiene que ser puesto a cuenta de un avance de la Argentina. De tan enamorados que estamos del fracaso, no podemos ver el avance que tuvo nuestro país en estos últimos años. Basta mirar un noticiero de hace dos décadas. Salta a la vista que ésta era una sociedad mucho más dura, más formal, más pacata. Ahora hay mucha más libertad que antes. Fíjese, ya no existe el servicio militar, los jóvenes no se plantean dejarse matar por una visión idealista del mundo. Dígase lo que se diga, en algunos aspectos bastante importantes, estamos mejor que antes. El sentido común expresado por la opinión pública muchas veces atrasa; si uno no permite que se desplieguen los valores nuevos, aborta una reinterpretación de la vida.
-También se percibe una gran melancolía. ¿No será que se añoran otros tiempos, en los que imperaba menos esta sensación de derrota y había un poco más de fiesta porque ganábamos en algún Mundial, o en algo?
-Me parece que en un sector grande, la tristeza es un recurso demasiado usado. Emocionalmente comulgamos más con la tristeza que con la alegría, como si una actitud feliz frente a la vida fuera menos profunda o más frívola. Pero bueno, quizá la exageración en esta línea de pensamiento, esta suerte de enviciamiento en el fracaso y el sufrimiento nos provoque susto ahora y busquemos cambiar algo... Votar de manera distinta, por nuevos partidos, nuevos candidatos...
-Eso ya pasó con la Alianza y fue otro fracaso...
-El problema es que el valor de la Alianza estaba dado por su oposición a Menem, como si eso fuera un programa político: estar en contra de alguien no sirve para conducir un país como quedó demostrado. Uno de los principales combatientes de esa unión, Chacho Alvarez, en lugar de dar batalla en el Congreso dijo como una señorita ofendida que no iba a transar... Como si no hubiera sabido donde se metía... Es decir que nos traicionó Chacho. No tenían voluntad de poder, ni una idea de nada: estaban aglutinados en contra del otro. Otro fenómeno importante es que un altísimo porcentaje en los últimos comicios no votó a nadie...
-Esa fue una renuncia colectiva...
-Con una actitud del adolescente; es como el chico que se niega a sacar la basura, como si ese gesto de no votar a nadie produjera algún tipo de reacción en los gobernantes. Es ridículo creer que la abstención puede servir de lección; hay que dar batalla, la política es una lucha por el poder. Todas esas posiciones dignas de renunciar, hacerse el ofendido para que el otro entienda es una ridiculez. La misma actitud tiene Reutemann ahora que dice que no se quiere poner en medio de la pelea entre Menem y Duhalde. ¡Si la política es pelea...! Reutemann tiene un problema personal, un problema psicológico, es evidente: le cuesta bancarse la situación, lo que es respetable; pero, ¿cuántos líderes más van a dar un paso al costado? Es el país de los que renuncian... Absurdo.
-Está bien vista esa cuestión del renunciamiento. Pero la crisis nos demuestra que esos gestos no alcanzan para sobrevivir.
-Ojalá que exista esa conciencia. Ojalá se comprenda que el poder es imprescindible. La naturaleza está regida por el poder, no es un fenómeno humano. No es un problema moral, es una constatación de la realidad. Lo que le pasó a Chacho es que no podía bancarse asumir una posición de poder porque se sentía traidor. No quería venderse al poder, pero si no se vende nadie entonces el pescado queda sin vender. No sé... Hay demasiada mala conciencia, se cree demasiado en la crítica como un factor que demuestra inteligencia. El que señala que algo está mal aparece como inteligente, lo cual es una idiotez absoluta. Lo real es que la inteligencia se demuestra creando, produciendo algo nuevo. Una cultura basada en la crítica, en la denuncia o en la desconfianza es una cultura de la pobreza, es una cultura resentida e impotente. Nuestra intelectualidad está signada por un rasgo fundamental: la mala conciencia.
-¿No cree que pese a ese culto del escepticismo hay una necesidad de afirmación nacional, de sentirnos orgullosos por algo?
-Para nosotros es muy difícil sentirnos un país, porque los símbolos de LA NACION los hemos dejado en manos de fuerzas muy reaccionarias: es como si la patria y sus símbolos los hubiéramos abandonado y ahora fueran expresión de los militares o la derecha.
-Si estamos enamorados del fracaso, como usted afirma, entonces su pronóstico acerca del futuro de la Argentina no puede ser bueno, ¿no?
-Se trata de cambiar la actitud pasiva, y de denuncia declamativa por una participación responsable, si esto pasara entonces me parece que no está todo perdido ni mucho menos. Hay que ir al Congreso, meterse en las comisiones, participar en los problemas del barrio... Uno no puede limitarse a criticar a los dirigentes porque no cumplen nuestras expectativas. Uno puede querer enamorarse de la mujer más hermosa y quedarse en su casa sin hacer nada... Lo mismo pasa con la política, con los dirigentes: no emergen de la galera como un acto de magia. Uno puede anhelar que existan nuevos, pero el deseo no alcanza. En fin, lo que quiero decir es que quejarse no sirve para nada, es una forma de sacarse de encima la responsabilidad.
-¿Su propuesta es que todos nos convirtamos en militantes políticos?
-Da una fiaca bárbara, ¿no? Pero bueno, cada uno puede aportar según sus posibilidades y sus deseos... Además está el voto; hay que hacerlo valer, tomarlo en serio. Yo soy presidencialista, de modo que sea quien sea el que gane, en principio le doy mi confianza aunque no me apasione, aunque me espante le doy crédito. Como a cualquiera, hay que verlo actuar.
Perfil
- Alejandro Rozitchner tiene 42 años, pero aparenta menos, quizá gracias a la filosofía, su manera de pensar, el psicoanálisis, y por estar felizmente casado.
- Ha sido profesor de Filosofía en diversas instituciones, entre ellas en la Universidad de Buenos Aires, el Conservatorio Nacional de Teatro y la Escuela Prilidiano Pueyredón. Actualmente dirige sus Talleres de creatividad abiertos al público, "para conjugar la filosofía con la producción". En sus ratos libres, que no son muchos, está terminando de escribir su octavo libro; dos de los publicados los hizo en colaboración con Mario Pergolini: Saquen una hoja y Cómo educar a los padres.
- En su caso, la filosofía, aparte de usarla como herramienta para interpretar la realidad, parece haberle servido para expandir su potencialidad creativa: ha sido conductor de programas de radio y actualmente es columnista en Radio Continental. Por su trabajo radial, canal á y el Museo Nacional de Bellas Artes le otorgó el Premio Leonardo 1998. Aparte, escribe guiones televisivos.
Unidos en la desgracia
Aquí sólo corresponde dejar discurrir las ideas de Rozitchner sobre distintos rasgos de la personalidad argentina y cómo combatirla: "El fracaso es nuestro logro, nuestra producción nacional. Esto tiene raíces históricas; en el tango, por ejemplo, el hombre llega al clímax cuando comprueba que no puede ser feliz... Y no sólo ocurre en el tango, también en la vida real: en general, se cree que el gran amor de la vida es un amor desgraciado. Lo otro es la convivencia. El matrimonio es visto con cierto desprecio.
"Por supuesto que hay problemas cuando uno convive, pero la vida tiene problemas. Un país maduro también tiene problemas, los países que nosotros admiramos tienen problemas, pero saben construir las soluciones posibles, paso a paso. No juegan al todo o nada. Esa idealización del enfrentamiento sin medias tintas también explicita una actitud muy inmadura. Si uno se decide a crecer, convivir con la persona querida es una fuente de felicidad constante.