
Los cantos de sirena del falso liberalismo
Si, descorrido el velo de la impostura, quedara a la vista un nuevo capitalismo de amigos, es probable que el péndulo de la historia nos precipite otra vez en brazos de los fingidos progresistas
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A mediados de 2016, en el cumpleaños de un amigo, mantuve con José Luis Espert una amable controversia: él sostenía que Macri debía acelerar el ajuste fiscal, mientras que yo argumentaba que, de hacerlo, provocaría una recesión y perdería las elecciones legislativas de 2017, haciendo fracasar todo el proyecto político que laboriosamente se venía construyendo desde 2003. La respuesta de Espert ante mi objeción fue que si el ajuste no lo hacía el gobierno lo haría, más temprano que tarde, el mercado.
Unos meses después, fui a comer al ya extinto restaurante El Farol. Esa noche, estaba allí Javier Milei. Una señora le tiró del pelo para verificar si no era una peluca y un joven le acercó un teléfono celular y le pidió que grabara un mensaje de audio para alguien indeterminado: Milei lo hizo, con flamígeros insultos a Marcos Peña.
Macri tardó en avanzar con el ajuste fiscal porque temía que se produjera un estallido social, pero progresó rápidamente en lo cambiario, porque no tenía temor al mercado. Paralelamente, permitía un amplio debate de ideas. Milei, en cambio, procedió de inmediato en lo fiscal, rebajando las jubilaciones, echando empleados y cancelando toda la obra pública. No importó que los ancianos no tuvieran remedios, que los despedidos fueran al lote de los homeless y que las rutas se deterioran, con su secuela de accidentes mortales. El hilo se corta por lo más delgado. Pero ha mantenido una exasperante lentitud en lo cambiario, bajo excusas y justificaciones que, sin embargo, tropiezan a diario con constataciones de sentido común. El desbarajuste de todos los precios de la economía es ya inocultable.
Milei también canceló el debate de ideas, porque según él a Macri lo “limaron” los críticos: no quiere que le hagan beber de su propia medicina. Obsérvese que la furia del mileísmo se dirige mucho más hacia los liberales disidentes que hacia los populistas. Bajo este paradigma se entiende el maltrato infligido a Domingo Cavallo. Lo trató de “impresentable” y, en una represalia vicaria, echó a su hija del cargo de embajadora. De ese criterio se alimenta la crítica formulada al Cedes, un centro de estudios en el cual se agrupan grandes economistas: lo acusó de alentar una devaluación porque sus informes los cobran en dólares. En esta línea se inscribe el bullying al grueso de sus colegas, a los que llama “econochantas”. Traducción: prefiere monologar.
Los libertarios domésticos integran una secta que habla en nombre del liberalismo, al que jibarizan reduciéndolo a una vana caricatura, a un meme. Desprecian a la socialdemocracia, con lo cual parecen desconocer que la gran transformación capitalista de Nueva Zelanda la inició un gobierno laborista. Insultan a Marx con clisés tales como “zurdo empobrecedor”, demostrando así que ni siquiera hojearon Grundrisse.
El liberalismo es una doctrina que, lejos de tener respuestas para todo, admite divergencias y críticas. Y no solo divergencias mínimas como las de Cavallo o las de los economistas del Cedes, sino mayores, como las que podrían hacerse desde otros sectores menos amigables, esos con los que Milei, en un doble juego, trafica los jueces de la Corte al mismo tiempo que los llama “mandriles” y “ratas”.
El total rechazo de Milei y los integrantes de su secta a la igualdad de oportunidades es otra prueba de su desorientación. Nadie pretende que exista igualdad de ingresos para desiguales, los individuos deben ir diferenciando sus ingresos según sus habilidades y talentos, pero nada más injusto que cerrar los ojos frente una realidad incontrastable: que los hijos de las familias más pobres no gozan de las mismas oportunidades que los de las familias más prósperas, razón por la cual es indispensable que exista una educación pública que iguale en el inicio y asegure a cada generación un punto de partida común. Esto es negado por connotados libertarios, alegando que basta la igualdad ante la ley y que invocar la igualdad de oportunidades es como hacer jugar a un tenista con un brazo atado. Tal metáfora oculta una obvia inexactitud: al otorgar una educación de excelencia a los pobres no se ata el brazo del aventajado, sino que se desata el del más vulnerable. La igualdad de oportunidades, con una educación pública y gratuita de igual o mayor nivel que la privada, es lo que hizo grandes a países capitalistas como Francia, Suiza, Japón e incluso Singapur.
Gran parte de la sociedad se equivoca cuando piensa que Macri fracasó por no haber sido más autoritario. No: Macri cometió dos errores en los que, simétricamente, recae el actual gobierno. El primero fue la falta de sincronización entre los ajustes cambiario y fiscal: el cambiario se hizo de inmediato y el fiscal a cuentagotas. El segundo fue el déficit en el terreno cultural, que Macri directamente despreció.
Milei cae en equivocaciones inversamente proporcionales. Va muy rápido en lo fiscal mientras que es una suerte de “general Alais” en materia cambiaria; en lo cultural, cree estar operando cuando solo pone en circulación rancios principios con aroma a incienso. De manera tal que los tintes autoritarios y la sobreactuación no compensan sino que agravan el problema.
La verdadera batalla por la creación de sentido simbólico habría sido designar un secretario de Cultura capaz de pensar filosóficamente, no uno que –como declaró a este diario– no recuerda el título del último libro que leyó ni sobre qué versaba. Porque esa puja cultural requiere ficciones, películas, piezas de teatro, muestras visuales, grafitis y una variedad de manifestaciones que pongan en la superficie las soluciones que ofrece un liberalismo democrático, no el cálculo mezquino bajo el mantra machacón de que “no hay plata”.
Mucho menos es “batalla cultural” la tarea que cumplen sus opacos falangistas con ínfulas gramscianas, que creen que cambian la historia cuando, en lugar de difundir los valores y virtudes de la libertad individual levantan el dedo acusador, pontifican, se erigen en curadores policiales de la moral privada y –en nombre de una revancha después de dos décadas de malversación progresista, en las que llegaron a ensañarse con la sintaxis– catequizan inversamente la homofobia y el machismo más retrógrados, pareciendo desconocer que en Medio Oriente la lucha continúa, o que en la India la mayor inseguridad se concentra en delitos contra el cuerpo de las mujeres. Mucho más patético fue lo que hizo Milei en Davos, con un libreto que retrocede cien años, borra el Grupo Bloomsbury, borra el Informe Kinsey, borra el fenómeno Stonewall, ignora la lucha del FLH y fuerza, mediante un ejemplo disparatado, una abusiva equiparación de los gays con delincuentes y abusadores.
En una promiscua confusión entre lo público y lo privado a la que también era muy afecto el kirchnerismo, el episodio del tuit presidencial promocionando una criptomoneda de incierta reputación es, a escala molecular, la exacta metáfora del capitalismo líquido, especulativo, tecno e iliberal que encarna el proyecto mileísta: una frenética transferencia de muchos ciudadanos vulnerables hacia unos pocos timadores con contactos, una escenificación de vastos alcances, una apariencia de libre mercado que oculta una fuerte intervención estatal. Si, descorrido el velo de la impostura, quedara a la vista un nuevo capitalismo de amigos, es probable que se active el péndulo de la historia y nos precipite una vez más en brazos de los falsos progresistas, expertos en destruir todo género de progreso. La noria, agazapada e implacable, acecha.





