Los diplomáticos: mérito e infortunio
La diplomacia ha sido, desde siempre, un elemento inescindible del progreso e integración de los pueblos. La creciente interdependencia y complejidad del orden mundial le confieren hoy aún mayor significación. Esto explica que los países desarrollados, sin excepción, confieran una importancia particular a su política exterior y cuenten con una diplomacia altamente profesionalizada. Brasil, Chile y México asocian su prestigio al de sus respectivas cancillerías y en el mundo son muchos los países que, aun sin disponer de un sólido poderío económico o militar, logran ocupar un espacio importante en la escena internacional y provechos concretos para sus pueblos gracias a la inteligencia y el vigor de su diplomacia.
Más allá de las vicisitudes que signaron nuestra vida institucional, en el pasado la Argentina contó con personalidades que prestigiaron su diplomacia y la proyectaron como una de las más destacadas de la región, como fue el caso de Luis María Drago y Carlos Saavedra Lamas, entre otros. En 1963 se creó el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, cuya autoridad y solvencia académica han perdurado, a pesar de las reiteradas injerencias que en el campo diplomático tuvieron las sucesivas irrupciones de gobiernos de facto.
Veinte años más tarde, con el regreso a la democracia, la reconstrucción del servicio exterior se transformó en una alta prioridad. Con justicia fueron reincorporados todos aquellos que habían sido separados por el régimen militar. Se privilegió la idoneidad y, al mismo tiempo, se pudo mostrar al mundo el sesgo pluralista de nuestra transición y la vocación democrática del proceso que empezaba. Sin embargo, de aquellos años a hoy han ocurrido hechos que afectaron gravemente al servicio exterior de la Nación, al extremo de que ese cuerpo pasa por uno de los momentos más críticos de su historia.
Desde 1998, el régimen de promociones y ascensos está congelado. Hay un importante contingente de profesionales que hace entre seis y ocho años que no ascienden. A este hecho, en sí mismo inaceptable, se suma el deterioro de los sueldos. Nuestros diplomáticos constituyen el cuerpo profesional más antiguo de la administración pública y, sin duda, uno de los mejor capacitados. Cuentan con una sólida formación y disponen de la experiencia necesaria para defender los intereses del país en la compleja vida internacional, en permanente mutación.
La imagen de los argentinos
Luego de haberme desempeñado durante varios años como embajador extraordinario y plenipotenciario, puedo testimoniar con inocultable gratitud sobre la excelencia profesional y la vocación de servicio de la mayoría de los cuadros, sobre todo los jóvenes, de la Cancillería argentina. La incorporación de mujeres a la carrera diplomática ha crecido considerablemente en las últimas dos décadas y prácticamente ha desaparecido toda forma de discriminación ideológica o de otra índole, incluso la que en forma velada se aplicó, hasta el advenimiento de la democracia, para el ingreso a la carrera de ciudadanos de origen judío. No obstante, la difícil situación que enfrenta nuestro servicio exterior parece estar ausente de las preocupaciones corrientes de los responsables del Estado y de la agenda de los problemas del país que exigen inmediata resolución. Sumado al deterioro social que se registra en el país, a los continuos recortes en su presupuesto y el consecuente cierre de embajadas en el exterior, este cuerpo profesional se encuentra como abandonado a su propia suerte y, lo que es peor, muchas veces afectado por las disputas interpartidarias. Aunque destacados diplomáticos de carrera ocuparon cargos de importancia en el Palacio San Martín, este hecho no se tradujo en un mejor tratamiento de los funcionarios.
Es de esperar que las nuevas autoridades de la Cancillería tengan una actitud más justa y positiva con el cuerpo y que el Senado de la Nación considere lo antes posible los ascensos que le han sido sometidos.
En momentos en que miles de compatriotas se precipitan sobre los consulados extranjeros con el propósito de abandonar el país en busca de un mejor porvenir, la atención de los cuadros profesionales de la Cancillería adquiere una importancia singular. Ellos, merced a su alta calificación, cuentan con mayores posibilidades para ocupar cargos de jerarquía en organismos internacionales o, simplemente, para emigrar y obtener trabajos calificados en el exterior. Para evitarlo, el Estado debe actuar con rapidez y responsabilidad.
Nuestro cuerpo diplomático es la carta de presentación de los argentinos en el mundo y, en cierta forma, el portador de nuestra propia imagen. Han sido los profesionales de la Cancillería los artífices de muchos de los grandes logros de política exterior. A la diplomacia profesional debemos la articulación práctica del proceso de integración regional a través del Mercosur y las principales iniciativas tendientes a defender la democracia en el continente, como fue la reforma de la Carta de la OEA para suspender a los países en los que se interrumpa la legalidad constitucional.
La activa presencia del país en las operaciones de mantenimiento de la paz en el mundo ha sido posible gracias al decidido apoyo e involucramiento de la Cancillería. Sus funcionarios de carrera trabajaron arduamente para la resolución de todos los puntos de conflicto con Chile en materia limítrofe y dieron fundamento al fallo favorable a la Argentina en el arbitraje de Laguna del Desierto.
La construcción de una política exterior activa en el campo de los derechos humanos le ha permitido a nuestro país, a través de la diplomacia, recuperar su credibilidad internacional, denotar su apego a la democracia y su decidida voluntad de preservar los derechos de todos sus habitantes, cuyo respeto debe incluir, claro está, a quienes, por vocación, abrazaron la carrera diplomática.
El autor es presidente de la Auditoría General de la Nación. Fue representante especial para derechos humanos de la Cancillería argentina con rango de embajador y presidente de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.