Macri en el Congreso. La trama de un discurso político
En la apertura de sesiones ordinarias del 1 de marzo, Macri definió oponentes y no eludió la batalla ideológica
LA NACIONEs un lugar común afirmar que el discurso macrista es un discurso antipolítico o al menos apolítico, en la medida en que elude los conflictos, no se inscribe en ninguna tradición política específica y carece de un horizonte colectivo. El discurso de apertura de sesiones parlamentarias pronunciado por el Presidente el último miércoles frente al Congreso en parte desmiente, o al menos tensiona, esa visión.
En primer lugar, en su discurso Macri estableció una frontera nítida con el pasado. Un pasado inmediato que se figura como el mal a superar pero que tiene, además, persistencia en el presente, en aquellos que "se resisten al cambio", que "ponen palos en la rueda" y que "ni siquiera hacen autocrítica de lo que han hecho". La ruptura con el pasado es de fondo y es de forma: el macrismo se distingue del "populismo irresponsable" y afirma no creer "en los liderazgos mesiánicos".
El rasgo dominante de ese adversario es la mentira. A la mentira, la insinceridad y el engaño de "los últimos años", el discurso de Macri opone la "verdad" y la "realidad" crudas, sustentadas en la transparencia de cifras y datos (que permiten realizar un diagnóstico "sincero" del estado de cosas), pero también en el reconocimiento de los límites del gobierno. El eje verdad/mentira estructura, en efecto, la totalidad de la alocución presidencial, y es ese clivaje el que articula las visiones sobre el pasado, el presente y el futuro: "Necesitamos más acuerdos y más realidades; menos exaltación y menos símbolos; menos relato y más verdad".
Horizonte comunitario
¿Cuál es el futuro postulado por el discurso presidencial? ¿Cuál es la comunidad imaginada por el macrismo, qué tipo de "nosotros" se postula allí? ¿Cuál es el sujeto político que protagoniza ese relato sobre el futuro? En el pasaje quizás menos protocolar de su discurso del 1 de marzo Macri esbozó, de manera enfática, una idea contundente acerca de ese nosotros: "Quiero profundizar en esto, por más que no sea habitual para un discurso presidencial. [?] los sentimientos, las emociones son lo más real que tenemos. De eso está hecho el país. Una sociedad es una inmensa red afectiva". El sujeto que se delinea en esta definición es, más que un actor público que forma parte de una colectividad, un ser afectivo, vinculado con el otro por emociones y sentimientos. Un sujeto privado, familiar y hogareño, como el propio presidente.
Ese sujeto común, que mediante la técnica del storytelling queda encarnado en Luis, el médico riojano, o en las maestras salteñas Mónica y Raquel (destinatarios privilegiados del presidente, invitados especialmente a presenciar el acto), es retratado como alguien que debe ser cuidado por el Estado: "Debemos cuidar a quienes nos cuidan", dijo el presidente en varios pasajes dedicados a la salud, la seguridad y la educación. Ese sujeto con nombre de pila se distingue, sin embargo, de Baradel, el líder sindical -interpelado indirectamente y por su apellido- que "no necesita ser cuidado por nadie" porque supone una amenaza de ruptura de ese orden comunitario familiar y afectivo.
Los hombres y las mujeres comunes tuvieron también protagonismo como destinatarios (y productores) virtuales del discurso, por cuanto Macri había convocado a sus seguidores en un posteo del 14 de febrero desde su cuenta de Facebook: "Ya empezamos a trabajar en el discurso y quiero conocer tu opinión. ¿Qué temas pensás que no deberían faltar? Con el equipo vamos a leer todos los comentarios que lleguen y los tendremos en cuenta a la hora de encarar esta guía para un nuevo año de trabajo juntos".
El futuro prometido por el discurso presidencial instaura, por otro lado, una temporalidad larga: se trata de un tiempo lejano, de largo plazo, opuesto al cortoplacismo y a la inmediatez del gobierno anterior que "no se animaba al largo plazo". La promesa de construcción de "bases sólidas y duraderas" y de trabajo sobre las "cuestiones de fondo" y las "estructuras fundamentales" del país (en el plano de la infraestructura, por caso) permiten trazar un horizonte de expectativas capaz de sobrellevar las dificultades del presente, y distanciarse de un bienestar tan inmediato como efímero: "La Argentina ya está creciendo y en base a políticas sólidas, sostenibles en el tiempo, sin atajos y sin mentiras. Basta de que nos regalen el presente para robarnos el futuro" es el quiasmo que resume esta idea. Verdad, confianza y tiempo son, según la mirada presidencial, las claves para llegar a consolidar ese futuro.
Discurso eminentemente descriptivo -aunque no por ello cargado de tecnicismos-, el de Macri está, a su vez, salpicado por un conjunto de ideas-fuerza que recurren y que evidencian más de un posicionamiento ideológico: "Durante años fuimos conducidos a un enfrentamiento permanente, padeciendo persecuciones y un estilo de pensamiento que descalificaba al otro. El diálogo no es sólo nuestra metodología, es nuestra manera de entender la política y la vida". Se configura así un imaginario antiheroico de lo político: "A algunos les parecerá menos épico que la retórica de las grandes batallas, pero no asumimos la presidencia para que nos hagan un monumento". Sin embargo, ese tono antiépico se superpone a la imagen de un camino arduo, plagado de dificultades y obstáculos que es necesario superar "aferrados a nuestras convicciones y a nuestros valores, convencidos de que somos mejores que esta vida que estamos llevando".
En suma, el 1 de marzo nos encontramos con un discurso presidencial que, en continuidad con la campaña y con las alocuciones anteriores, identifica adversarios (situados en el pasado, aunque no en el presente), presenta un horizonte comunitario (una red afectiva), establece una temporalidad futura (de largo plazo) y sienta algunos posicionamientos político-ideológicos: la apuesta por la verdad, por el diálogo y por la afirmación de las propias convicciones dan cuenta de un discurso político que no renuncia a dar la batalla ideológica por un "un cambio de mentalidad y una nueva manera de vincularnos".
La autora es socióloga y doctora en Lingüística, investigadora del Conicet en la Unsam
Ana Soledad Montero
LA NACION