Manipulación en lugar de argumentos
Si algo caracteriza la época electoral en nuestros días, es la constante apelación al recurso de la provocación en medio de la incertidumbre acerca del futuro. En lugar de promover procesos conscientes de reflexión-acción para superar los estados de inestabilidad y pesimismo generalizados, se apela al acoso mental mediante la utilización de un lenguaje que por momentos oscila entre el respeto impostado y la ofensa, pasando por la exageración y el señalamiento suavizado de hechos que puedan dejar mal parado al opositor. En ciertos casos, sea por ausencia de valores culturales que impiden pensar, sea por conveniencia utilitaria, los potenciales votantes se someten y son convencidos fácilmente ante la puja para lograr el poder a cualquier precio.
Las diferentes estrategias psicológicas y recursos emocionales que se utilizan en estos conocidos episodios, intentan asegurar la captación y la sujeción del votante. Con sofisticadas metodologías y técnicas, no pocos políticos apuntan a usar las mentes de los individuos y a generar imágenes para convencerlos. En este sentido, se podría decir que no hay político que no titubee en asignar a la mente y a las emociones de los votantes un papel decisivo y contundente para lograr sus objetivos.
Por tal razón, se busca crear, sin escrúpulo alguno, un ambiente de imágenes cautivantes para convencer y lograr adhesión mediante el dominio de las mentes. Sabemos que tal convencimiento se efectiviza en quienes la inmadurez del pensamiento les impide identificar las apariencias con que se revisten a la falta de compromiso ético y de idoneidad para gobernar. Es así como, ante la pérdida de la autonomía y del ejercicio del pensamiento crítico, la mayoría consume por anticipado imágenes de prosperidad a instancias de una manipulación potenciada por onerosos recursos distractores.
Se trata de que el sujeto se distraiga y no piense, a fin de conducirlo a la ilusión mediante la tracción de imágenes engañosas seleccionadas para dominar las mentes. Consecuentemente, la confusión generada por la incapacidad para pensar conduce al exceso imaginativo y al consumo de promesas hábilmente edulcoradas. En ese probable escenario futuro, la pretensión del camino fácil para lograr un bienestar sin esfuerzo, se convierte en el caldo de cultivo de la improvisación sistemática y de la ausencia de planificación y estrategias para mejorar la vida humana en toda su amplitud y extensión.
Pasado el tiempo, el mal uso de la inteligencia termina por condicionar la psiquis humana y promover movimientos estériles de queja. De esta manera, la inactividad y la ausencia de resultados adormecen las iniciativas individuales y conducen a la decepción social. Este funcionamiento mental caótico y carente de acierto y rigor, termina por convertirse en un hábito personal improductivo y en una cultura social que malogrará los esfuerzos para acceder a un cambio inteligente y promisorio.
En tal escenario, el demagogo fabrica imágenes para convencer, mientras el político honesto realiza propuestas para prosperar y fortalecer el acceso a condiciones de vida compatibles con el bien común y la armonía social. Aquí radican los términos palpables de una opción trascendental que no debe ser abordada con ligereza ni con intereses egoístas ni sectoriales que procrean daños irreversibles y agravios a la dignidad humana.
Doctor en Ciencias de la Educación, docente y consultor de universidades y empresas. Premio Academia Nacional de Educación.