
María Teresa Fernández de la Vega: una vicepresidenta todo terreno
Maneja con autoridad un gabinete de 18 ministros y en sus manos han recaído algunos de los asuntos más calientes de la agenda política española, como la relación con el Vaticano y la crisis inmigratoria. Es, además, la funcionaria con mejor imagen del gobierno de Zapatero
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MADRID .- Es angulosa, habladora, de una delgadez imposible de confundir con fragilidad y propietaria generosa de una amabilidad que jamás roza la zalamería y que, en su punto justo, no suelta ni aún bajo la más dura de las presiones. María Teresa Fernández de la Vega es, antes que cualquier otra cosa, una mujer que cree en el buen modo. Y en la cortesía.
Nació en Valencia, hace 57 años. Y pese a que lleva más de veinte cimentando fama de trabajadora responsable, leal y fuera de la tentación de camarilla en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), su fama y exposición pública comenzaron hace sólo menos de tres.
Hasta entonces, el perfil de esta respetada jurista y reconocida militante feminista se cultivaba con discreción, como el de una trabajadora nata, casada con su vocación. Todo cambió cuando el entonces presidente electo, José Luis Rodríguez Zapatero, la invitó a su despacho, le pidió que se sentara en un sillón y le rogó que tomara con calma lo que iba a escuchar. Y, acto seguido, le soltó lo que esperaba de ella: "Necesito que seas mi vicepresidenta", dijo, palabras más, palabras menos.
Por entonces, ella hablaba de él como "un hombre inspirador". Y él, la había visto trabajar en silencio y con eficacia como secretaria del bloque socialista en Diputados. Casi como la abnegada hormiguita de la fábula de La Fontaine.
Hoy, la primera mujer que en la historia española llega a la vicepresidencia, que la ejerce y que, en los hechos maneja -¡y cómo!- un gabinete de 18 ministros tiene el gobierno entero en la cabeza. Y tiene, en las encuestas, la imagen del político mejor valorado en España, por encima, incluso, de su jefe, el presidente, quien día tras día deja en sus manos los problemas más calientes de la gestión política.
Es una mujer curiosa. Puede aparecer como la "mosca blanca" en un mundo político que transpira ambición y deseos de poder. A De la Vega, en cambio, no se le conoce más apetencia que cumplir con su papel y nadie -ni en su partido ni en la oposición- la imagina en un proyecto personal. "Es una excelente número dos", suele decirse de ella. Tanto, que confía Zapatero a ciegas en la lealtad y eficacia de su "vice", la que más de un presidente quisiera tener; una de las mejores elecciones en todo su equipo, a tal punto que la aprecian y respetan, incluso, en los sectores más duros de la oposición.
Ella se declara la primera sorprendida. Siempre hizo política pero su vida la dedicó al derecho y a la carrera judicial. Estudió abogacía en Madrid, vivió luego en Barcelona -"la ciudad donde viví sola y aprendí a ser libre", dijo- e hizo luego un posgrado en derecho europeo. No se casó más que con su trabajo. Alguna vez contó que tuvo un novio, "una relación muy larga", dijo. Y no prosperó. Y es de lo poco que se sabe de su vida personal, de la que no habla.
Salvo cuando se emociona al recordar a su padre, que padeció persecución durante el franquismo. O cuando rememora a sus tías, Elisa y Jimena, que figuran entre las primeras graduadas en Medicina en un momento en que la mujer española casi no accedía al conocimiento. Con su ejemplo, seguramente, nutrió el feminismo militante que practica desde joven.
No se le conoce internismo político a esta mujer que tiene buenos lazos con la Argentina y, sobre todo, con argentinos que buscaron amparo en España durante el gobierno militar, entre ellos, el actual embajador Carlos Bettini.
¿Qué le critican sus detractores que, por cierto, no son muchos? Pecado de impericia, posiblemente, fue uno de sus primeros actos públicos el que le mereció la crítica más virulenta y, también, le impuso el mote que aún hoy no se saca de encima. Ocurrió tras las primeras semanas de gobierno de Zapatero, cuando el presidente se vanagloriaba de tener el primer gabinete en toda Europa integrado, en partes iguales, por representantes de ambos sexos. Era tal la algarabía que las ocho mujeres terminaron posando, con María Teresa a la cabeza y los jardines del palacio de gobierno como fondo, para la revista Vogue ; en pose -claro- de modelo de pasarela. Que no era, precisamente, lo suyo.
La cosa dio para mucho pero, sobre todo, para un largo hazmerreír. Y en el caso de la vicepresidenta, para el mote que tal vez la acompañe por muchos años más y que hace que en voz baja se hable de ella como María Teresa Fernández de la Vogue.
La oposición del derechista Partido Popular batió el parche como si fuera el de un redoblante. Su espada femenina, Ana Pastor, así como la ascendente -y cada vez más- Esperanza Aguirre, se divirtieron con el asunto. Hoy, cerca de ellas, se escucha respeto hacia la vicepresidenta.
Las otras críticas vienen, justamente, con el ejercicio. Entre sus colegas de gabinete no se habla en voz alta del asunto, pero ya asoman algunos síntomas de celo para la super e inagotable vicepresidenta, que salva las papas -incluso y de manera ostensible- a más de un ministro. Es que se encarga de todo: desde la crisis de las autonomías a la negociación con la banda terrorista ETA, pasando por cuestiones internacionales.
¿Ejemplos? No fue el ministro de Trabajo -y responsable de inmigración- Jesús Caldera, quien se presentó en el espanto de Melilla, cuando los africanos quedaban enganchados en la reja de alambre de púa, desesperados por huir del hambre y llegar al primer mundo, lanzándose contra el cerco perimetral. Fue De la Vega quien llegó hasta allí, para enfrentar el doble fuego del drama humano, de un lado, y la ira -también humana- de los pobladores de la ciudad autónoma, hartos de inmigración.
Y fue ella, también, quien tuvo a su cargo viajar a la santa sede e intentar un acercamiento imposible con otra super fogata: la que se alzó en el Vaticano ante los primeros golpes de efecto del gobierno de Zapatero, con la ley en favor del matrimonio homosexual, el llamado "divorcio express" y la degradación de la enseñanza religiosa al grado de optativa y no sujeta a calificación.
Los críticos -que siempre están- le objetaron que haya ido vestida a la audiencia vaticana "como un cardenal". Llegó María Teresa vestida de púrpura -su color favorito- como un diablo femenino. Y cuenta la crónica romana que su interlocutor, el entonces "número dos" vaticano, el durísimo Angelo Sodano, no pudo contener una ironía por ese lado.
¿Impericia, error casual o gesto a conciencia? Nunca se sabrá. Lo cierto es que, de un modo u otro, la vicepresidenta hizo reír al temible cardenal apenas comenzó su intercambio político. "El Vaticano es un Estado como cualquier otro, y el Papa, su titular", dijo, después, la vicepresidenta, una vez cosido -gracias a su aguja- el tremendo desgarro en el tejido de la relación con la cabeza de la Iglesia.
Poco después, sin embargo, se emocionó ante el papa Benedicto XVI, cuyo anillo besó cuando el pontífice alemán visitó, en julio último, su Valencia natal para participar del Encuentro Mundial de la Familia. Fue en esa misma ocasión en que el presidente Rodríguez Zapatero avaló, en presencia de Ratzinger, a De la Vega como su máxima representante ante el Vaticano. Hábilmente instalados, para que nada escapara, los micrófonos de la televisión estatal española captaron al Pontífice y a la vicepresidenta en el momento en que se prometían "trabajar en los muchos puntos en común". Un diálogo en que el alemán, habló, naturalmente, en español.
Lo peor de la crisis en la relación con la cabeza de la Iglesia quedaba atrás. Tanto como la anécdota que mostraba todo lo que había que aprender: un colaborador de presidencia del gobierno informó, por entonces, que el Papa había obsequiado a la vicepresidenta "un collarcito de perlas". Luego se supo que el funcionario en cuestión lo había confundido con un Rosario Pero, para entonces, el avión del Papa ya había despegado. Y en una de ésas, nunca lo supo.
Otros le celan su altísima exposición pública. Ocurre que la vicepresidenta es, también, ministro Portavoz: o sea, la que habla en nombre del presidente. Y todos los viernes, la responsable da la cara por las decisiones del gobierno, a cuyos miembros les suele conferir un tiempo -a veces, muy cortito- para que expliquen lo suyo en el micrófono que, finalmente, siempre vuelve a ella.
Su despacho queda cerca del de Zapatero, en el Palacio de la Moncloa. Tiene casi la misma decoración que dejó su predecesor, el hoy jefe de la oposición Mariano Rajoy, aunque ella lo iluminó con un par de alfombras claras y algún que otro toque en los cuadros. Suele haber sobre el escritorio un té de manzanilla, y no es raro que se le enfríe cuando se apasiona con lo que hace, como suele ocurrir a menudo.
Ella, que de chica quería ser -en realidad- directora de orquesta, jura y perjura que jamás imaginó que dirigiría un equipo de gobierno. Ni que le llegarían a suceder las cosas que le ocurren, como, por ejemplo, que corriera un clamor popular para pedir a Zapatero que no apelara a ella para tapar una candidatura imposible en el gobierno de Madrid porque eso hubiera significado dejarla fuera de la vicepresidencia. "Queremos que ella siga donde está", era el mensaje de texto que saturó los teléfonos móviles españoles. Zapatero tuvo que dejar de lado la idea y María Teresa se quedó en su puesto. ¿A qué dirigente, servidor público o figura política le hacen hoy semejante ruego colectivo?
Delgada y huesuda, la figura de De la Vega ha crecido. ¿Puede llegar a opacar al Presidente? Aquí se asegura que no, que la número dos es justamente eso: una perfecta número dos que, hasta el momento, no ha esbozado siquiera ambición alguna de proyecto propio. Transpira y trabaja a diario por el gobierno del partido en el que, paradójicamente, no tiene carnet de afiliada. "Nunca lo tuve porque trabajé en la Justicia", explicó a LA NACION. Y trabaja por su presidente, el hombre que, según repite, mejor llevó a cabo el sueño de su profunda militancia feminista.
Es dura. Es firme, pero no pierde la capacidad de emocionarse. Y, al final, es su modo entero el que terminó por ganarle adhesiones, incluso, entre sus primeros críticos. ¿Por ejemplo? Hace poco, cuando estuvo por aquí la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, se le ocurrió a De la Vega agasajarla con una cena que -salvo contadas excepciones- fue "sólo para mujeres".
La oposición del derechista PP saltó como un león sobre la presa: "eso es una barbaridad", bramaron sus hombres. Pero, esta vez, la ascendente Esperanza Aguirre y la espada Ana Pastor se anotaron pese a la crítica de sus colegas masculinos. La idea les pareció bien y fueron de las primeras en llegar a la comida que, al parecer, estuvo de lo más animada. De la Vega, en tanto, se anotó, con pura fidelidad a su estilo, otro tanto en la lista. Tiene, sí, una frustración: no sabe pintar. Y dice que le gustaría. Pero ahora no tiene tiempo para eso. Y, tal como van las cosas, difícilmente vaya a tenerlo.
Quién es
Estudios de derecho
Nació el 15 de junio de 1949, en Valencia, España. En los 70 estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, realizó un doctorado en Barcelona e inició una larga y exitosa carrera en el ámbito de la justicia.
Carrera política
En 1996 fue elegida diputada nacional por el PSOE, cargo que renovó en 2000 y 2004, aunque ese mismo año llegó a la vicepresidencia de la mano de Rodríguez Zapatero. Es soltera y no tiene hijos.



