Más universidades, pero menos calidad educativa
Inclusión y federalismo fueron las palabras clave en una reciente sesión de la Cámara de Diputados en la que la mayoría oficialista aprobó la creación de nueve universidades nacionales. Se trata, sin embargo, de palabras que la dirigencia política sigue usando como si fuesen sinónimos de democracia. ¿Lo son? No. El debate sobre la educación superior en la Argentina sugiere tres cosas: que el Congreso no enseña, que se prioriza incluir sin democratizar y que se consolida la fragmentación en nombre de un federalismo con mucho de clientelismo y poco de proyección estratégica.
¿Quién penaliza al Congreso? Hace un mes se sancionó la ley de abastecimiento con el objetivo de penalizar a las empresas que violen el programa de Precios Cuidados. Antes se había sancionado una ley que penaliza el trabajo informal, creando un registro público de infractores. ¿Qué ocurre cuando es el propio Congreso el que viola la ley que el mismo organismo sanciona? Ése fue el caso con la creación de las universidades nacionales. Se violó el artículo 48 de la ley de educación superior, que establece el procedimiento para aprobarlas: un estudio de factibilidad y un informe habilitante del Consejo Interuniversitario Nacional.
La mayoría no cumplía con estos dos requisitos. El Congreso las aprobó igual. Nada explica que no pudieran esperar a cumplir con los requisitos exigidos para garantizar igual calidad e idénticas reglas para todos los proyectos, salvo el atajo de la arbitrariedad. Ocurre que en democracia uno no se prepara para vivir en la arbitrariedad. Se prepara para vivir con reglas legitimadas por un Congreso Nacional. Cuando las reglas regulan, en el mejor de los casos se experimenta justicia, y en el peor de ellos, derrota. Sin embargo, cuando la arbitrariedad es la norma, en el mejor de los casos el resultado es impotencia y, en el peor de ellos, violencia. ¿Impotencia o violencia? Confianza debería ser la palabra que nombre al Congreso a 30 años de democracia.
¿Quién dijo que todo lo bueno viene unido? Inclusión no es una de las mejores palabras en democracia. De hecho es una palabra conservadora. Nacida en el clima de los años 90, su destino fue implementar políticas de contención del conflicto en sociedades con pobreza estructural. Así es que inclusión remite a una situación ad hoc, no a una política de liberación.
El desafío era precisamente incluir democratizando, lo cual se logra garantizando la misma calidad educativa para todos los estudiantes del país. ¿Se votó eso en el Congreso? No. Se avaló la creación de universidades que no cumplen con la misma calidad educativa. Se legitimó la diferenciación, no la democratización.
Es verdad que Harvard no será igual que Ezeiza, donde según el informe del CIN (Consejo Interuniversitario Nacional) el 23% de los profesores no tiene título universitario. ¿Por qué sus estudiantes no tendrían el derecho a la misma calidad de profesores que los alumnos de la Universidad de Buenos Aires? No es un problema de recursos. Es un problema de enfoque. La educación no es un acto de caridad. Es una responsabilidad. En democracia los derechos no se agradecen; se exigen. Perdimos la oportunidad de exigirnos. Y lo celebramos con aplausos.
Federalismo sin innovación. La ley de educación superior establece que la creación de universidades deberá procurar el desarrollo regional en el marco del principio federal. ¿Cómo se interpretó este principio? De modo literal: político y territorial. Se crearon universidades duplicando la oferta de las mismas carreras en una misma área geográfica bajo el lema de llevar la universidad a la puerta de la casa. Se omitieron, en cambio, las ideas que implementaron los países que ofrecen educación superior estatal y de máxima calidad. La primera: becas para los estudiantes en lugar de burocracias universitarias con poca demanda y baja calidad. La segunda: pocas y buenas universidades con oferta diferenciada, ubicadas en áreas geográficas que incentiven el traslado de los estudiantes, la migración poblacional y el desarrollo regional. Nos perdimos de proyectar arte en el Norte, ciencias duras en el Sur, sociales en el centro, medicina en el Este; nos acostumbramos a repetir. Paradojas si las hay. En lugar de que la universidad nacionalice democratizando, erigiéndose en el factor de la movilidad social ascendente, se legalizó el viejo modelo conservador, más por menos, esta vez con la educación superior.
La autora, politóloga y docente universitaria, es diputada nacional por la ciudad de Buenos Aires de Suma+UNEN