La inteligencia y los lobos
No tenemos idea de qué es la inteligencia. Las hay muchas y de muchas clases. Pero sí sabemos qué no es.
La inteligencia no es violenta. No conjura patotas. No mendiga prebendas (que son una forma de agresión) ni saca ventaja con subterfugios. Tampoco es prepotente. Y no solo no le teme al debate, sino que lo prefiere. Porque la persona inteligente está convencida de muy pocas cosas; duda a menudo y de forma sistemática, cartesiana.
La inteligencia no grita ni amenaza, aunque es por sí una afrenta para el que grita y amenaza. Porque le alcanza con estar ahí, con la pregunta perspicaz latente. Más temible todavía, la persona inteligente admite un error u otorga la razón con la misma calma con que refuta un sofisma; es capaz de darse cuenta de que ha cometido una falta, en lugar de enrostrarle al otro todo desacierto.
No tenemos idea de qué es ser inteligente. Pero sabemos, me atrevo a decir que a ciencia cierta, que la persona inteligente dispone de muchos recursos antes de caer en las celadas que tiende el cerebro reptiliano. Una sociedad que recurre a la violencia con tanta frecuencia no parece, pues, muy inteligente. Decían los latinos que "el hombre es el lobo del hombre" (Homo homini lupus est). Pero no somos lobos, ¿o sí?