La calle Florida, emblema del abandono
Es incomprensible que una situación tan flagrante, manifiesta y notoria haya generado una polémica y situaciones de extrema tensión cuando debería haber sido corregida y sancionada expeditivamente.
La polémica entre los afectados por el comercio ilegal y los que "defienden sus fuentes de trabajo" se ha trasladado a los medios. Para los primeros se trata de una ocupación ilegal del espacio público que afecta sus oportunidades comerciales al ofrecer imitaciones de marcas conocidas, evadiendo impuestos nacionales y municipales. Señalan que la venta ambulante está prohibida por el Código Contravencional, que afecta al empleo formal y que existe una competencia desleal contra los que pagan alquileres. Por último, se quejan de que ocupan el 60% de la calzada, afectando el tránsito peatonal, señalan evidencias de connivencia con autoridades policiales y advierten que los "pasillos" facilitan la acción de los carteristas.
Los segundos argumentan que con la represión se "criminaliza" la pobreza, al impedir el trabajo de los vendedores ambulantes, y que no constituye contravención la venta de mera subsistencia que no implique competencia desleal para el comercio establecido. Afirman que la ley exime a los artesanos si lo que venden es producto de su actividad como tales.
Más allá de estos argumentos, subyace la operación de poderosas organizaciones clandestinas dedicadas a la logística de compra mayorista, contrabando y distribución de mercaderías, de supuesta relación con sectores de la policía.
Florida es la punta de un iceberg para una estructura de comercialización con foco en La Salada y ramificaciones en Retiro, Constitución, Once, Av. Pueyrredón, Palermo Soho y Hollywood. Curiosamente, las mismas mercaderías son ofrecidas por manteros instalados en las calles peatonales de las principales ciudades del interior. Muchos manteros son marginales desocupados y son víctimas de aquellas organizaciones que los explotan. Otros son inmigrantes ilegales convocados para desarrollar esta actividad.
La mafia maneja la calle, estableciendo el espacio exacto donde cada mantero debe operar. Han subdividido cada cuadra de Florida loteando y asignando cada espacio y han pagado voceros profesionales encargados de la defensa ante los medios.
Pero lo que no se ha evaluado hasta ahora es el costo del impacto de la contaminación ambiental que genera la venta ambulante en Florida.
Se debe entender por contaminación visual o perceptiva aquella intervención, uso o acción en el espacio público que degrade los valores, así como toda interferencia que impida o distorsione su contemplación. La contaminación visual parte de todo aquello que afecte o perturbe la visualización de un sitio o rompa la estética de una zona o paisaje. Se refiere al abuso de ciertos elementos que generan una sobreestimulación visual agresiva. La venta ambulante, con su desorden, con su anarquía, con su transgresión, se ha convertido en un activo agente de contaminación.
No sólo debemos cuidar nuestros parques, la pureza de las aguas o los recursos pesqueros. Existe un Patrimonio Construido que necesita de nuestros mejores esfuerzos para preservar su vigencia. Florida forma parte del patrimonio arquitectónico y cultural de la ciudad y es vulnerable a la suciedad, a la contaminación visual y a la degradación de su estilo.
Miles de pueblos europeos han hecho de la preservación de sus cascos antiguos un culto, asignando máxima prioridad a la conservación de sus activos turísticos. Un criterio equivocado de "proteger a los sectores más vulnerables" ha definido políticas permisivas que avalan la invasión del espacio público amenazando seriamente la condición de vidriera comercial indiscutida de la Ciudad. La arquitectura aparece desvalorizada y miniaturizada. El encanto del paseo comercial queda desvirtuado e invadido por imágenes caóticas que constituyen un panorama agresivo para el turista extranjero.
La Legislatura acaba de ampliar por ley el área del Casco Histórico. ¿Por qué las autoridades han estado demorando la preservación ambiental? Tampoco se entiende por qué las ONG ambientalistas -siempre tan activas- no han hecho escuchar su voz en defensa de un paseo cuyo deterioro resulta cada vez más evidente.
Hasta hace muy poco, los primeros pasos de los casi diez millones de visitantes que tiene Buenos Aires por año comenzaban con un paseo por Florida. Pero el aspecto de un mercado fenicio invade la mirada. Las mantas reducen la calzada a estrechos pasillos por los cuales la circulación se hace dificultosa. Las oportunidades de camuflarse que brinda el tumulto a ladrones y punguistas han convertido esta arteria en una zona peligrosa para los turistas.
Autoridades del Ejecutivo y del Legislativo, jueces y defensores del pueblo tienen que entender que el turismo deja más de US$ 3000 millones por año en la ciudad. Y que necesariamente este tipo de desordenes tendrá un impacto negativo en la afluencia de turistas.
Resulta inexplicable que no sea posible preservar el decoro y la seguridad en los 800 metros de la arteria más prestigiosa del país. Florida es el caso emblemático del abandono. La permisividad con la que se ha tolerado este tipo de contaminación denota un déficit inquietante en la asignación de prioridades a la hora de fijar políticas para preservar nuestro patrimonio arquitectónico.
Es cierto que nadie sale a la calle para defender la conservación y protección del patrimonio histórico-artístico, pero parecería que este fenómeno de indiferencia obedece más a la conciencia de la inutilidad del esfuerzo. Y es que quizá entre tanta norma hayamos olvidado que, más allá de su letra, está nuestra capacidad de hacerla respetar.
La Metropolitana no podrá mantener sus efectivos 24 horas al día y comenzaremos con el juego del gato y el ratón. Es una película que ya vimos. La solución vendrá de la mano de una norma que establezca incautación de mercaderías y su donación inmediata a una entidad de bien público.
© La Nacion
El autor es consultor en asuntos públicos y ambientales