Los riesgos de ciertos pactos
En "Enoch Soames", el admirable cuento de Max Beerbohm (el calificativo es de Bioy Casares, en el prólogo de la antología que lo contiene), un escritor sin talento, Enoch Soames, ha celebrado un pacto con el diablo. Según nos describe el autor del cuento, al momento de cerrarlo el diablo ofrece una mirada "vulgarmente triunfal". Ocurre que este personaje conoce que el pacto será una tremenda frustración para el pobre Soames. Su viaje al futuro, acordado con el diablo a cambio de su vida, donde aquél visitará una biblioteca para ver cuánto de su obra alcanzó la posteridad, le revelará a Soames una realidad diabólica. Sólo ha trascendido como un personaje de fantasía, justamente a raíz del relato de quien se propuso describirlo como alguien real. Soames, que soñó con ser un escritor afamado, advierte gracias al diablo que el mundo lo considera sólo una ficción.
El memorándum de entendimiento firmado entre los gobiernos de la Argentina e Irán, por el cual se describe con fórmulas muy vagas qué actos de investigación podrán efectuarse en Teherán con objeto de destrabar la causa por el atentado contra la AMIA, puede muy bien concluir para nuestro país con un nivel de frustración equivalente al experimentado por el irreal Enoch Soames. La Argentina ha puesto toda su confianza en que las autoridades de Irán, entre las que se cuenta su ministro de Defensa, Ahmad Vahidi, sobre quien pesa una orden de captura internacional, se comportarán como una contraparte que nada habrá de ocultar y que exhibirá lealmente las pruebas en su poder.
Y para esa asunción, rayana en la ingenuidad, no parece un obstáculo que la política oficial iraní incluya cosas tan tremendas como la negación del Holocausto o que sus sucesivos gobiernos hayan prohijado durante años un régimen de tal fanatismo religioso que llevó a la condena pública a muerte del escritor Salman Rushdie por el pecado de haber escrito un libro. Esto sin contar con que dos traductores de esa obra encontraron efectivamente la muerte a manos de asesinos alentados por el propio gobierno iraní.
Hay un error de base en el pacto celebrado por nuestro país y que justifica la mención del cuento del comienzo. El gobierno de Irán sabe exactamente qué es aquello que puede eventualmente incriminar a personas de importancia bajo su régimen, mientras que su contraparte en el convenio, o sea nuestro país, sólo está en condiciones de efectuar imputaciones. Al haberse colocado a ambos gobiernos en un pie de igualdad, como si se tratara de una colaboración conjunta para determinar responsabilidades de terceros, se le facilitará inmensamente al gobierno iraní la posibilidad de mostrar sólo aquello que le sea útil a su posición negadora de cualquier responsabilidad por el brutal atentado.
En un conflicto internacional anterior, el de las papeleras en Uruguay que supuestamente contaminaban el medio ambiente, tal vez no se habría objetado, o al menos no tan unánimemente como ahora, que la Argentina aceptara la intervención de expertos que, trabajando juntamente con técnicos de nuestro país, de Uruguay y de Finlandia, país al que pertenece la empresa a cargo de la obra en cuestión, determinaran si efectivamente existía algún grado relevante de contaminación. Y seguramente no habrían existido objeciones de relevancia, pues Finlandia es una nación con un altísimo "récord" de respeto al medio ambiente y a la ley. En vez de haber hecho eso, se sabe, emprendimos durante años una política de bloqueo ilegal de un puente internacional.
Con estos antecedentes, cuesta entender por qué hemos elegido el caso de Irán como uno propicio para celebrar este memorándum de entendimiento, que nos deja tan a merced de la buena voluntad de un país con muy discutibles antecedentes a la hora del respeto por la ley. Más bien es probable que sean los gobernantes iraníes quienes festejen la firma de este acuerdo y que al suscribirlo se les haya dibujado una sonrisa "vulgarmente triunfal", como la padecida por el escritor Enoch Soames.
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