
Una gestión incompetente
En los casi cuatro meses transcurridos desde la reelección presidencial se han presentado problemas de gobierno de poca monta pero de mucho ruido, y esta paradoja tal vez nos está hablando, si escuchamos con atención, del modo de ser y de hacer de esta segunda presidencia de Cristina Kirchner. Detengámonos en tres de ellos: la policía del mercado de cambios, la eliminación de los subsidios a los servicios públicos y la enfermedad presidencial.
Que la autoridad decida ordenar y blanquear las operaciones con divisas extranjeras no es un hecho revolucionario, menos aún en un ambiente de trepidación como el que azota los mercados financieros. Téngase en cuenta que si en los foros mundiales se está planteando la posibilidad de establecer una tasa a las transacciones financieras internacionales, es porque los países más avanzados tienen, todos, sistemas de control de esas operaciones capaces de incorporar un impuesto. Y es así: en casi todos los países del mundo los empresarios, los operadores financieros y aun los particulares tienen restricciones administrativas y bancarias para operar con divisas. Más todavía, en muchos países centrales un particular no puede retirar de los bancos cualquier cifra de dinero sin limitación de monto y destino.
De tal modo, pasar a un sistema más ordenado, con una fuerte o total restricción de las operaciones de dinero negro -sospechosas además de integrar redes de lavado- y procurando que los movimientos de dinero blanco quedaran armonizados con la capacidad contributiva y patrimonial de los interesados, debió ser presentado y recibido como un acto de prolijidad administrativa. No fue así: en las primeras semanas se impactó a la opinión pública con la idea de un control de cambios a la antigua, que impediría hasta los viajes al exterior. Una tormenta en un vaso de agua que, con el paso de los días, fue menguando, aunque sin tener nunca parámetros confiables. Una verdadera desprolijidad.
Con parecidos gestos fundamentalistas se anunció el fin de una larguísima e inexplicable política de subsidios generalizados a los servicios públicos en las regiones con mayor capacidad adquisitiva. Esta decisión tuvo, además, toques pintorescos, porque el gobierno que dispuso de oficio tales subsidios pretendió que cada uno de los beneficiarios se hiciera cargo de la tarea administrativa de desligarse, mediante renuncia, del tutor que no había solicitado.
Pero como el proyecto sigue adelante en la mayor nebulosa, todos tratamos de adivinar el tamaño de la piedra que se nos vendrá encima, porque no se ha organizado un sistema de avance por etapas y por sectores sociales como habría resultado de una buena gestión de gobierno, tratándose de grandes montos y fuertes compromisos para los usuarios. Otro paso en falso.
Entretanto, a la Presidenta se le detectó una deficiencia en la tiroides bastante común entre las mujeres. Por lo que sabemos ahora, los equipos médicos tuvieron diferencias de criterio en cuanto a la gravedad y urgencia del daño, diferencias que se presentan muchas veces en los diagnósticos y que no desautorizan la idoneidad científica y técnica de los galenos. Pero los más altos voceros oficiales, empezando por el vocero presidencial, le arrojaron a la opinión pública la piedra del cáncer, sin matices, sin precauciones, sin reservas de posteriores resultados. Por suerte para la Presidenta y para el país, no hubo cáncer ni riesgo, y sólo nos ha quedado una catarata de entredichos que desmerece la jerarquía pública del asunto. Otra macana.
Estos primeros pasos de la nueva presidencia están definiendo un modo de gobernar que los agrupa: grandes anuncios para asuntos medianos o pequeños. O, peor aún, una ínfima capacidad de gestión pública para resolver cuestiones que no superan la más banal cotidianeidad de la vida gubernamental. En cada caso el Gobierno engoló la voz, nos asustamos todos un poco y luego descubrimos -¿el Gobierno también?- que el asunto no era tan serio.
Así nos podríamos quedar en una sonrisa folklórica, mirando a los actores oficiales agitarse en el escenario público con más desmesura que gracia. Pero si estas maneras nos están indicando el grado de idoneidad del Gobierno para encarar y resolver las cuestiones de su competencia, podemos empezar a preocuparnos. Porque sin ninguna vocación por los malos augurios, cualquiera que tenga experiencia de gobierno sabe que siempre se presentan, en el lapso de cuatro años, problemas de diferente envergadura y, sobre todo, problemas no previstos.
Pero hay más y no tan llevadero. La disimulada aflicción del gobierno federal por el achicamiento de la caja y el agrandamiento del desequilibrio fiscal parece haber producido una orden de marcha para los gobiernos provinciales consistente en aplicar ajustes fiscales en sus propias jurisdicciones, para disminuir la asistencia nacional. Y a medida que empiezan a llegar las novedades "locales", los implicados reciben sorpresas de peso. Y son tan dispares las decisiones provinciales que, por esta vía, se están creando diferencias entre jurisdicciones que amenazan cambiar las oportunidades de inversión en cada una. Feliz del empresario que se radicó en una provincia equilibrada, y sangría impositiva para el que está en otra parte. ¿No nos acercamos así a un sistema de aduanas interiores para la inversión productiva? Y sobre este mapa impositivo en mutación y deformación no parece operar una coordinación del gobierno nacional, sino la simple actitud "pragmática" de que cada uno arregle sus cuentas como pueda.
El telón de fondo de esas improvisaciones es que para este período presidencial ya estamos advertidos de que habrá problemas nuevos o renovados y de envergadura. El desdén de los gobiernos kirchneristas por las inversiones públicas productivas, que nos coloca ahora en el grupo de los países deficitarios en energía, en el balance industrial y en la calidad de los transportes de mercaderías y personas, acarrea un daño estructural que se hará sentir pase lo que pase. La liviandad con que se han inflado las plantillas de personal del Estado sin ninguna precaución por la calidad productiva de tales empleos ha convertido a la Argentina en uno de los países de mayor proporción de gasto público improductivo, mientras empieza a estrangularnos a todos una presión impositiva récord con el agregado de esas urgencias provinciales aberrantes, como sucede con las reformas fiscales en la provincia de Buenos Aires, sin ir más lejos.
Además de esos daños endógenos, hace ya tiempo que venimos atisbando un desmejoramiento de las condiciones internacionales para la economía argentina. Nadie puede decir si esas influencias negativas serán súbitas o progresivas, pero nadie niega que su presencia está ya a la vista. Frente a esa reversión de tendencia, el Gobierno debería hacer "sintonía fina", como dice la señora Presidenta, y hablarle a la sociedad con verdad y calma, algo que ha faltado en los cuatro asuntos que hemos comentado. De modo que, sin esperar sorpresas, ya sabemos que los daños estructurales acumulados por la desidia en las inversiones públicas y los vientos menos favorables en lo internacional nos anuncian cuatro años difíciles.
Elegimos a los presidentes no sólo por lo que prometen en el año cero de la campaña electoral, sino por su capacidad, cultura, principios e ideología para afrontar los problemas que se pueden presentar en el año dos o en el año tres de su mandato, problemas previstos o imprevisibles. No elegimos sabios, se supone que elegimos idóneos. Y lo que venimos viendo en este comienzo presidencial es una carencia de idoneidad.
Y no hablo de las condiciones personales de la señora Presidenta, sino de la sospecha de que, debajo de su alta jerarquía, no hay gobierno, salvo que se trate de un estilo interno del Gobierno que impide el debate de ideas y el estudio de los problemas. O, más importante, que falte la voluntad o la capacidad para llamar en consulta a los argentinos capacitados en las distintas cuestiones y que no necesariamente integran el equipo oficial. Desde el comienzo de la democracia, en 1983, todos los presidentes, incluso el doctor Néstor Kirchner, han integrado a su gobierno a figuras independientes o extrapartidarias y han practicado consultas con distintos referentes cuando fue necesario.
Ningún partido y ningún grupo de gobierno, en ninguna gran democracia, tiene todos los recursos humanos de que dispone la sociedad en su conjunto. La acción política consiste, justamente, en articular esos recursos en función de los objetivos y así lo vemos hoy en el trajín de los asuntos mundiales. Y este rasgo de calidad política se hace cada vez más virtuoso a medida que los problemas son más complejos o inesperados. Esa es la competencia del gobernante.
Me gustaría pensar que la Presidenta lo sabe y que estará tomando nota de los borrones de estos primeros meses para dejar atrás la impericia con la celeridad que exige el horizonte.
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