
Mujer frente al espejo

La contemplación de un cuadro es siempre un cruce de miradas: el cuadro también nos mira a nosotros, y nosotros, en cierto modo, también miramos al artista en la medida en que vemos las cosas como él las vio. No, digamos mejor: no miramos al artista, miramos con sus ojos. En Mujer frente al espejo (1932), Pablo Picasso pintó a Marie Thérèse Walter mirándose en un espejo. La pintó incluso más de 80 veces. Pero esa vez, la del espejo, no admite comparación con ninguna otra. Lo que vemos (con los ojos de Picasso) es el reflejo de ella en el espejo oval. Pero ¿es eso lo que vemos? El reflejo depara una imagen envejecida, e incluso los colores parecen invertirse. La construcción es un arquetipo: la mujer es para nosotros la Eva bíblica. Todo espejo nos da una imagen que no es la nuestra y en la que, sin embargo, nos reconocemos. En la Tate Modern, la mujer embarazada (¿será también una mujer la de su vientre?) mira a esa mujer que se mira para siempre en el espejo. ¿Se reconocen?





