Narrativa
Por algún motivo que escapa a mi comprensión, se le asigna al relato más o menos el mismo poder que el que tenía el canto de las sirenas homéricas. Pero no somos niños pequeños a los que les cuentan sobre los Reyes, Papá Noel o el Ratón Pérez. Los chicos (y cada vez menos, pero esa es otra historia) carecen de las herramientas para chequear datos y, además, quieren creer en esas fábulas. ¿Por qué hablamos del relato como si los adultos no tuviéramos más remedio que creerlo, pasivamente, ovejunos y acríticos?
Primero, porque parece inofensivo. Cuidado con esto, porque el relato ha sido una de las herramientas más devastadoras de las tiranías. Segundo, somos adultos. No niños pequeños. Somos responsables. Siempre lo fuimos. Hagámonos cargo de una vez de que la causa principal de lo que nos ocurrió, nos ocurre y nos va a ocurrir son nuestras propias decisiones. Dejemos de jugar a la víctima o al benjamín indefenso.
Y además hoy tenemos internet. Me pasé la vida chequeando datos, como todo periodista. Los relatos hoy se hacen pedazos contra la evidencia, y la evidencia está por todas partes. Solo es cosa de saber buscar y abrir los ojos. ¿Cuánto cuesta conectarse a internet? Un café. A veces incluso menos.