Negocios y poder: un tango de dos que se profundizó en la era K
Si bien el kirchnerismo hizo de la acusación a la corrupción privada una de sus banderas, el caso Ciccone revela algo diferente: la existencia de un entramado político-empresarial donde favores, extorsión y falta de transparencia se conjugan con el desmantelamiento de los organismos de control y la utilización discrecional de los recursos públicos. Una dinámica estructural, que trasciende las administraciones y afecta a buena parte de la clase dirigente
Pocos casos como el affaire Ciccone son tan ilustrativos de aquella ya famosa frase de Néstor Kirchner que, en sí misma, enunciaba un proyecto de poder: "Para hacer política, hace falta tener platita". Frase que, curiosamente, Cristina Fernández llegó repetir en público, tal vez sin medir el alcance de sus palabras, y que la ultrakirchnerista Diana Conti hizo aún más explícita cuando, ya en plena era K, justificó que para permanecer en el poder "hay que tener la vida hecha".
En un país donde la corrupción aparece como un tema estructural de la clase dirigente -un específico modo de articular el sector público y privado-, el avance de la investigación de Ariel Lijo no hace más que dejar en claro cómo, desde el Estado, se habrían movido los hilos para apoderarse de la ex imprenta más importante del país y de su máquina de hacer billetes.
Si la trama corrupta del menemismo hacía foco en el soborno y su caldo de cultivo fueron las privatizaciones de los años noventa, la de la era K parece haberse nutrido de las estatizaciones y los nexos non sanctos con las actividades reguladas por el Estado (juego, obra pública, petróleo, transporte). Podría decirse, entonces, que el kirchnerismo no se habría conformado con la plata negra de la coima, sino que habría "innovado" buscando formar parte del negocio. Y, en el mejor de los casos, creando desde el Estado la contraparte privada.
En El buen salvaje, una biografía política de Guillermo Moreno, los periodistas económicos Francisco Olivera y Diego Cabot describen bien este esquema cuando comparan al kirchnerismo con el modelo implementado por Vladimir Putin, el presidente ruso que más tiempo estuvo en su cargo desde la caída de la Unión Soviética. Es decir, un modelo político que buscó apoderarse de los activos de las empresas, ya sea formal (mediante las acciones de la Anses para integrar los directorios de las empresas, por ejemplo) o informalmente. ¿El objetivo? Garantizar la vuelta al poder.
Lázaro Báez, principal beneficiario de la obra pública en Santa Cruz y sospechado de ser testaferro del santacruceño, o Rudy Ulloa, ex cebador de mate de los Kirchner y actual empresario mediático, serían dos ejemplos de esta innovación. Con su didáctica frase, Kirchner apuntaba probablemente a dos cosas: una forma de financiar la política para llegar al poder y, una vez allí, la necesidad de generar una alianza con corporaciones "amigas" para permanecer.
"El problema de hoy es que la política está desacreditada, devastada por la corrupción, el fenómeno de los sobornos. La corrupción es por desgracia un fenómeno mundial. Hay incluso jefes de Estado que se encuentran presos por eso", señalaba el papa Francisco hace unos días, durante una extensa entrevista con el diario italiano Il Messaggero, en la que, pese a todo, reivindicó la función política. "No digo que sean todos corruptos, pero creo que es difícil permanecer honestos en política. A veces es como si algunas personas estruvieran fagocitadas por un fenómeno endémico, a diferentes niveles, transversal".
Otra cosa que pone en entredicho Ciccone es uno de los guiones del discurso K: el argumento de que el mayor foco de corrupción habita en las corporaciones económicas, y no en la política. Luis Moreno Ocampo, que hasta 2012 fue fiscal de la Corte Penal Internacional, define a la corrupción como la compra de poder público en beneficio privado. Y no duda en ubicarla como un tema estructural de la clase dirigente argentina, que trasciende las administraciones. "Se compraba la aduana en la Argentina colonial: Buenos Aires era la entrada del contrabando que iba al Perú. Los gobiernos conservadores de los años 30 estuvieron plagados de escándalos. Desde los 70, las empresas estatales estaban parcialmente privatizadas, algunos de sus integrantes recibían los beneficios. Al final de su gestión como empresa pública, Segba no facturaba el 30% de la energía que distribuía: alguien recibía plata por no cobrarla. Las privatizaciones y desregulaciones exportaron el problema al sector privado, pero permitieron otra forma de corrupción en la Argentina de Menem."
Moreno Ocampo, que actualmente trabaja de abogado en Nueva York, insiste: "El gobierno de De la Rúa asumió con la bandera de enfrentar la corrupción y se desintegró por pagos de sobornos que no se pudieron probar. La corrupción en la Argentina es una forma constante de armonizar el sector público y privado. No empezó ni va a terminar con este gobierno. Es un tema estructural de nuestra clase dirigente. Si no lo enfrentamos, si lo transformamos en un tema de algunos individuos que deben enfrentar investigaciones judiciales, no va a haber desarrollo económico ni justicia social. Porque para hacer justicia social con fondos públicos hace falta un Estado eficiente y honesto".
Los modus operandi
El mismo día que murió Kirchner hubo un robo en la casa de El Calafate. Probablemente alguien de su entorno -o varios- se sintieron habilitados para sacar plata de una de las cajas que el santacruceño atesoraba con obsesión. Aunque los testimonios difieren en el monto robado, el dato circuló entre los kirchneristas en los días que siguieron y también entre empresarios cercanos al Gobierno. Se trata de un episodio revelador porque, como pocas veces, deja al desnudo el esquema verticalista de la corrupción K. Desaparecido Kirchner como primer eslabón en el poder, la plata negra dejaba de tener un amo. El esquema se desordenó. Muchas cajas podrían haber quedado "sueltas" en medio de un desorden que, según muchos en el oficialismo, derivó en que lo de Ciccone saliera a la luz. Son los mismos que aseguran que tal desprolijidad jamás habría ocurrido en vida de Kirchner, quien controlaba todos los hilos.
"Una característica de la corrupción kirchnerista es que tenía por fin crear una especie de sector económico vinculado al Gobierno -sostiene Ezequiel Nino, cofundador de ACIJ, ONG que lleva adelante el programa Sin Corrupción-. Todos los favores que se les otorgaron a Lázaro Báez, Rudy Ulloa, Cristóbal López, Electroingeniería, Szpolski-Garfunkel, Moneta muestran a las claras el plan diseñado por esta gestión de gobierno. Hace poco, Horacio González reconoció que la idea de crear una burguesía nacional, a la que vinculó hechos como los adjudicados a Báez, no salió como se esperaba. Además, una forma de corrupción muy utilizada durante estos años es el uso de recursos públicos para fortalecer el espacio político en el poder. En el menemismo pareciera que la idea tenía más que ver con el aprovechamiento individual del Estado por parte de los funcionarios de gobierno."
Todo indica que en el modus operandi de la década K hay un diferencia importante, sin embargo, entre la creación de un empresario -Báez, caso emblemático- y la alianza con un empresario amigo, como podría ser Cristóbal López. El empresario del juego, incluso, suele hacer esta distinción en la intimidad aclarando que él "no es testaferro" de Kirchner. Otra variante que ensayaron las corporaciones privadas durante la era K fue sumar a empresarios amigos del Gobierno, como cuando la familia Eskenazi, de enorme cercanía con los Kirchner, entró a YPF mientras era controlada por Repsol. Pero las grietas del "doble comando" se habrían dejado ver cuando años más tarde la Presidenta, ya viuda, decidió expropiar las acciones del grupo español. Entonces, escandalizada por el enorme giro de beneficios que hubo -aunque había sido su propia administración la que lo había permitido-, se lo enrostró en una reunión privada a Eskenazi, quien se habría limitado responder: "Eso no había sido lo acordado con Kirchner".
"Es falso el punto que distingue la corrupción económica de la corrupción política -continúa Nino-. La corrupción tiene siempre aspectos políticos y económicos. En los sobornos hay una parte -el agente económico- que solicita un favor a otra parte -el agente político- a cambio de una contraprestación para sí mismo o para el espacio político al que pertenece este último. El Estado siempre es responsable por acción o por omisión de los hechos de corrupción que se producen. En la década kirchnerista se desmantelaron los organismos de control, un precioso regalo para empresarios y políticos que quisieran aprovecharlo y hacer buenos negocios."
Precisamente por ser un fenómeno que atraviesa administraciones políticas, la corrupción es ahora estudiada desde la academia. Juan Pablo Montiel, que dirige uno de los centros de investigación en la Universidad de San Andrés, coincide en que se trata de una trama armada que tejen el sector público y el privado. "Para bailar un tango, hacen falta dos", grafica. Sin embargo, marca diferencias: "Ello no debe interpretarse como que el sector público y el privado hayan hecho similares esfuerzos para fomentar prácticas transparentes. Al contrario, se observa que los esfuerzos del mundo empresarial son mucho mayores por las exigencias que existen a nivel internacional por competir en los mercados de un modo transparente. De modo que cuando vemos que la percepción de la corrupción es más alta en nuestro país que en Chile, Brasil, Uruguay, Colombia, Surinam, Perú y Ecuador (según el ranking elaborado por Transparency International en 2013) resulta difícil pensar que la responsabilidad principal esté en el empresariado. Más bien, ello invita a pensar que está del lado público".
Trama endémica
Si hay algo que une al menemismo con el kirchnerismo es la creencia, fuertemente arraigada, de que la generación de dinero negro es una práctica inherente al ejercicio del poder real. Después de haber adherido con mucha convicción al gobierno de Néstor Kirchner, José Nun, ex secretario de Cultura K, se fue decepcionado por la "naturalización" de la corrupción. Era de los que suscribían que el mayor foco de corrupción estaba en el sector privado, y lo sigue creyendo. La diferencia es que ahora no exculpa al poder político. Lo dejó en claro hace un par de años en el Coloquio de IDEA (Instituto parar el Desarrollo Empresarial de la Argentina), cuando habló del peligro de normalizar la corrupción dentro de la política, y de los estragos del populismo, que destruyó las instituciones destinadas a garantizar la transparencia.
Desde Poder Ciudadano, el director ejecutivo Pablo Secchi admite que desde los años 90 se investigan casos aislados, como la venta de armas, el enriquecimiento ilícito, el caso María Julia, Boudou. Pero nunca se llegó a trabajar sobre estas tramas de corrupción "vinculadas en muchos casos con el financiamiento de la política, el narcotráfico y el juego, entre otros factores".
Secchi también destaca que no necesariamente la presencia del Estado genera mayor corrupción: "Tanto cuando la presencia del Estado es fuerte como cuando no lo es, deberían existir organismos de control fuertes. Sí está claro que, durante el kirchnerismo, estos organismos de control fueron debilitados en forma sistemática. La Oficina Anticorrupción no lleva adelante investigaciones significativas; de la Sigen sabemos poco y nada porque es inaccesible; la Fiscalía de Investigaciones Administrativas ni siquiera tiene un fiscal nombrado, y la Auditoría General de la Nación trabaja fuertemente, pero sus informes no son tenidos en cuenta. Con este panorama ciertos grupos beneficiados por políticas del Gobierno se sienten protegidos".
Politólogo y profesor emérito de Flacso, Carlos Strasser pone el asunto en perspectiva histórica y ubica la naturalización de la corrupción como resultado del "apagón ideológico" posterior a la caída del Muro de Berlín y de la implosión de la Unión Soviética, entre otros avatares. Para Strasser, ese vacío generó "una cultura de descreimiento, retraimiento, falta de participación y autopreservación personal egoísta, en la que se vota mayormente por inercia y sin entusiasmo. Y en la que los pretendidos «representantes» están prácticamente libres de rendirles cuentas a sus «representados». Los representantes han podido volverse «cuentapropistas», esos que Max Weber decía que no viven para la política, sino de la política. Lo que era posible, y aún más habitual de lo esperado en el mundo privado de los negocios y las empresas, está ahora cada vez más compartido por quienes se ganan la vida en la esfera pública, a la que, para empezar, ya no se ingresa sin buen respaldo monetario: eso que entrevieron los Kirchner cuando, todavía jóvenes, se fueron al Sur".
En una palabra, en el apagón ideológico, según Strasser, política y negocios encuentran un terreno fértil para consumar su matrimonio por conveniencia. Unión que, por ahora, parece inmune al divorcio.