Nobel: categorías del siglo XX, premios del siglo XXI
Creados en 1895, los galardones más famosos del mundo lograron acompañar y reflejar cambios de época
Cierta rutina acompaña octubre. El anuncio de los ganadores del Premio Nobel viene con costumbres que incluyen, en ocasiones, sorpresas dosificadas: una mujer, un país inédito hasta el momento en la lista de premiados, una disciplina no tan difundida, el premio de la Paz a responsables políticos de conflictos armados. Este 2015, el de Medicina a Youyou Tu (china, mujer e investigadora en parásitos) y el de Literatura a Svetlana Alexievich (bielorrusa, mujer, periodista) brindaron las cuotas habituales.
Pensado hacia finales del siglo XIX, el Nobel todavía es considerado "el" premio y aún genera intensos rumores previos tanto como apuestas, detención de rotativas tanto como ansiedades y consagraciones absolutas. Pero, ¿tienen todavía sentido las categorías que utiliza la célebre Academia Sueca en un mundo que borra barreras y que, por ejemplo, incluye en equipos de investigación de psicólogos a matemáticos, de físicos a sociólogos? ¿Por qué literatura sí y otras artes (visuales) no, en un mundo cada vez más visual? ¿Cómo se mide un logro hacia la paz? ¿Y el lugar de las ciencias sociales? ¿Y el del medio ambiente, acaso?
Lo cierto es que el Premio Nobel fue diseñado en 1895 en uno de los testamentos más famosos de la historia, realizado por el creador de explosivos Alfred Nobel. Pero los albaceas tuvieron la capacidad de generar metamorfosis suficientes para que los galardones originales de Medicina y Fisiología, Física, Química, Literatura y Paz se dieran con elasticidad y acompañaran cambios de época.
Así, el de Literatura pudo ser otorgado durante el siglo XX a matemáticos (Bertrand Russell) y políticos (Winston Churchill). El de la Paz fue a numerosos políticos de los Estados Unidos (con Henry Kissinger a la cabeza de un grupo en el que está Barack Obama, que preside el país que acaba de bombardear un hospital de una ONG también premiada: Médicos sin Fronteras); así como a diversas instituciones de la ONU, del Acnur al IPCC.
En ciencias, los académicos han demostrado que bajo el paraguas de las disciplinas tradicionales puede incluirse a investigadores en astronomía o astrofísica, tal el caso de Antony Hewish por su rol en el descubrimiento de los pulsares en 1974; y el de Arno Penzias y Robert Wilson en 1978, por el hallazgo de radiación cósmica de fondo como vestigio del Big Bang, sólo por poner un par de ejemplos. Y también a las neurociencias, como el de Medicina de 1981 a la dupla David Hubel-Torsten Wiesel, por descubrir cómo es el desarrollo de mapas visuales en el cerebro. Es decir, pudieron sacarse el corsé de las definiciones estrictas y premiaron lo que les pareció oportuno premiar sin romper (demasiado) con la intención aparente del testamento de Nobel.
Básico o aplicado
Al neurocientífico Mariano Sigman un caso de laxitud de principios que le gusta en particular, y que citó en su reciente libro La vida secreta de la mente (Debate), es el de Churchill, el político inglés que lidió con los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y al que le dieron el Nobel de Literatura principalmente por su libro autobiográfico. "Lo que escribió Churchill es un verdadero tratado de psicología. Un gran ensayo sobre psicología humana, sobre cómo tomar decisiones en contextos adversos. Y es también un relato introspectivo. Así que es todo lo singular que podría ser: un político al que le dan el Nobel de Literatura por un libro de psicología. Eso me gusta", dice.
Sigman sostiene, además, que a lo largo de los años la Academia mostró un razonable equilibro entre cierta persistencia y cierta innovación. Está de acuerdo, incluso, en que no haya un Nobel a la disciplina que él mismo ejerce. "La neurociencia mezcla mucho, pero si mezclás de entrada no tenés manera de profundizar; lo mismo sucede a la hora de estudiar. Por eso, la división entre química, física, matemática y biología me resulta más que razonable, aunque en el fondo sea arbitraria", agrega. En fin, está claro que lo interdisciplinario necesita disciplinas.
Pablo de León, el ingeniero argentino que diseña trajes espaciales en los Estados Unidos, mencionó por su parte que, cuando el galardón fue creado, un premio Nobel a la astronáutica por separado era impensable. Sin embargo, cuenta que en 1957-1958, tras el lanzamiento del Sputnik, primer satélite artificial, el comité seleccionador preguntó a la Unión Soviética quién había sido el cerebro detrás de esa gesta para darle el Nobel de Física. "Como la identidad del ingeniero al mando, Sergei Korolev, era entonces secreta, se cuenta que Nikita Kruschev respondió oficialmente que el Sputnik había sido el triunfo de todo el pueblo soviético y debían dárselo a todos, cosa a la que los suecos se negaron. Y así se perdió una oportunidad", dijo. De León también puntualiza que "muchas veces los jurados eligen los desarrollos básicos antes que los aplicados. Y hoy las ciencias aplicadas, que tienen gran impacto en nuestras vidas y modifican el bienestar de las sociedades, son un poco desmerecidas".
Ese es justamente el punto en el que insiste el cardiólogo y jefe de contenidos del portal Intramed, Daniel Flichtentrei: "No suele ser lo habitual, pero el Nobel de Medicina de este año a la investigación sobre antiparasitarios es un ejemplo de esa clase de conocimiento situado en el mundo y consciente de sus responsabilidades para con los semejantes. Mi impresión es que por fin dieron un premio de Medicina y no de bioquímica o biología básica, que es lo que hacen casi siempre. Es destacable que se oriente a un problema real". Flichtentrei observa que ese desvío no es sólo de los Nobel, sino de la ciencia en general: "Las prioridades las fijan las agendas de subsidios y no los problemas de los médicos y de los pacientes", se lamentó.
Para el escritor y periodista Juan Boido, director editorial de Penguin Random House de Argentina, "seguramente los griegos clásicos hubiesen dado sus premios Nobel a la matemática, el teatro y la filosofía. La Edad Media, a las siete artes liberales (¡incluidas la gramática, la astronomía y la música!). El testamento de Alfred Nobel se hizo para reconocer a quienes hubieran hecho el mayor aporte anual 'en beneficio de la humanidad', según las ciencias y artes que en ese momento parecían moldear el mundo", dice.
Boido, sin embargo, acepta que es posible que hoy se esté reconfigurando la idea del saber: "Se habla de equipos interdisciplinarios, se estimula el trabajo colectivo y las oficinas derriban paredes. Pero, ¿no es todo saber una suma de saberes anteriores? ¿O no son interdisciplinarios los estudios de los premios Nobel de Economía que se valen de la teoría matemática para iluminar el comportamiento de los mercados bursátiles?", se pregunta.
Cintura académica
Justamente un párrafo aparte merece la economía. Aunque no es en sentido estricto uno de los Nobel, sino un premio instituido por el Banco del Reino de Suecia de manera tardía en 1969 y dado en la misma época del año, ha sido criticado por galardonar tupido a la neoliberal Escuela de Chicago. Pero también ha tenido la astucia de premiar, por ejemplo, a John Nash (con paso a la posteridad gracias al film de Hollywood Una mente brillante) por su teoría de juegos, pese a su precaria situación psiquiátrica.
Eso es lo que opina el economista Walter Sosa Escudero, autor de Qué es (y qué no es) la estadística (Siglo XXI): "El comité Nobel tuvo una actitud flexible, y le ha dado espacio a una definición un tanto laxa de economía y, a mi juicio, ha mostrado bastante cintura para avenirse a la vaguedad de la división de las ciencias. Algunos ejemplos recientes son Kahneman (comportamiento), Vernon Smith (experimentos), Elinor Ostrom (instituciones políticas), y más lejos en el tiempo Herbert Simon (organizaciones) y el propio Nash. Es decir, a lo largo de su historia (polémica, por cierto, tanto como la misma existencia del Nobel en Economía), el comité mezcló el centro histórico de la disciplina con sus costados más fronterizos, en decisiones polémicas", indicó. En síntesis, "podría ser una institución más dinámica, pero no se la puede acusar de un conservadurismo extremo con respecto a la evolución de la economía en los últimos 40 años". Como en otros sentidos, lo que aquí vale para la economía, vale para todo.
Con sus interminables disputas, errores, renuncias dramáticas y aciertos, los premios Nobel siguen marcando la época de la que somos contemporáneos. Y, si alguien cree que existe quizá injusticia en los otorgados este año, convendría que repita como un mantra este listado: "Tolstoi, Proust, Joyce, Virginia Woolf, Borges, Auden", que no lo ganaron, en contraposición con los (en buena parte del mundo) ignotos suecos Eyvind Johnson y Harry Martinson, que sí.