Para qué más pantallas en casa
Este domingo se festeja el Día del Niño. En los últimos años, el regalo más habitual, en los hogares donde se tienen esas posibilidades, es la tablet o el smartphone. Tener la pantalla propia es un anhelo cada vez más fuerte para los niños y eso hace que los dispositivos digitales se multipliquen en casa y que se diversifiquen los contenidos que se consumen, y las situaciones en que ese consumo tiene lugar.
A esta altura, no podemos negar que el acceso a la información y el entretenimiento se da, precisamente, a través de las pantallas, que promueven un consumo hiperindividualizado. Ahora bien, cabe preguntarnos para qué darles entrada a las pantallas en el ámbito doméstico, más allá de ceder ingenuamente a las modas o a los mandatos de la sociedad de consumo.
En el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral tuve la oportunidad de dirigir una investigación titulada "Las TIC en el ámbito familiar", en la que participó un grupo de alumnos de la licenciatura en Orientación Familiar. En el proyecto, cuyos resultados se presentaron en junio pasado, se indagó acerca del uso que se hace de la tecnología digital en los hogares, y para eso se entrevistó a un grupo de diez niños y diez adultos. Una de las conclusiones más destacables es que los niños, en general, tienen mucho acceso a estas tecnologías -consolas de juego, computadoras, tablets, smartphones, TV- y que los adultos ponen más atención a la cantidad de tiempo que los chicos pasan frente a las pantallas que a los contenidos a los que acceden.
En otras palabras, las mediaciones del adulto se dan en gran medida sobre cuestiones de horarios y momentos de uso -por ejemplo, no se pueden utilizar en las comidas-, pero no hay mediación en cuestiones de navegación.
Los conflictos que se producen en el hogar por el exceso de tiempo -sobre todo, en hogares con adolescentes- tienden a soslayar la responsabilidad que tenemos como adultos de educarlos en el uso. La falsa seguridad que proporciona verlos en casa, encerrados en su habitación o sentados en una silla a la vista, parece exceptuarnos de nuestra obligación de protegerlos de eventuales peligros que tienen lugar en ese ámbito privado/público que lo digital tiende a confundir.
Una de las explicaciones la dan los mismos chicos, cuando afirman que sus propios padres son los que pasan mucho tiempo frente a las pantallas, particularmente la del smartphone. Martino, de 7 años, cree que usar los dispositivos todo el tiempo, a su madre le "hace mal". Otro chico, en tanto, afirma que los adultos "también son adictos".
En definitiva, con las pantallas no sucede algo tan distinto a lo que pasaba en casa cuando estábamos largas horas metidos en ese mundo fantástico al que nos transportaba una novela de aventuras, que devorábamos con la misma devoción con la que hoy los chicos miran sus videos favoritos en YouTube, ven series en Netflix o cuando chatean con sus amigos en las redes sociales. Incluso en aquella época no faltaban las voces de los adultos que alertaban sobre la cantidad de horas que los chicos pasaban leyendo sin "salir a la calle". Hoy parece presentarse el mismo desafío: preocuparnos por la calidad de los contenidos, las prácticas y las relaciones sociales que nuestros niños desarrollan, ahora mediados por las pantallas.
Esto requiere, primero, preguntarnos qué uso hacemos nosotros como adultos para darles el ejemplo. Entonces sí, regalarles su primera tablet será fruto de una decisión más consistente porque nos vamos a preocupar porque ese uso sea beneficioso, para ellos y para nosotros.
Doctor en Comunicación, Universidad Austral; docente e investigador de la Facultad de Comunicación y del Instituto de Ciencias para la Familia
Francisco Albarello