Pedofilia, aberraciones y heridas por restañar
Es necesario revisar los criterios de admisión en los seminarios y casas religiosas, así como todo el proceso de formación de los candidatos
Afortunadamente, los casos de pedofilia silenciados durante tanto tiempo en la Iglesia Católica son cada vez más denunciados a pesar de los años transcurridos en muchos de ellos. Constituyen una de las mayores vergüenzas para la milenaria institución religiosa y minan seriamente su credibilidad ante la opinión pública, pero una mirada renovada, junto a la debida atención jamás podremos hablar de resolución-, permitirá, aunque más no sea, restañar parcialmente dolorosas heridas y reducir las probabilidades de que estas aberraciones se repitan a futuro. El papa Francisco reiteró su determinación de aplicar el principio de tolerancia cero.
Las acusaciones se multiplican en muchos países, y el nuestro no es ajeno a este horror. Recientemente se difundieron casos que afectaron al colegio Cardenal Newman de Boulogne, que fundaron los Christian Brothers en la década de 1940, y al colegio parroquial San Francisco Javier, de Caseros, en la diócesis de San Martín. A ellos se suman los conocidos en 2013 del Colegio San Juan el Precursor, donde el abusador era un profesor laico. Hubo dos más, también en San Isidro, protagonizados por un sacerdote que recibió 14 años de prisión y otro que fue removido dentro del ámbito de la justicia eclesiástica. Y, más acá en el tiempo, la admisión del director general del colegio Champagnat, de Recoleta, Ángel Duples, de haber abusado de un ex alumno de otra escuela hace 38 años, además de otros dos casos ocurridos en ese mismo colegio para la misma época.
En el Newman, el acusado fue un sacerdote irlandés, Finnlugh Mac Conastair, al que todos llamaban "padre Alfredo". Los abusos habrían ocurrido hace más de 40 años y las víctimas tienen hoy entre 50 y 60 años, y una de ellas fue quien los hizo públicos. El segundo escándalo citado compromete al sacerdote Carlos Eduardo José, detenido y acusado de tres casos de pedofilia en un colegio de Caseros, delitos agravados dada su condición de sacerdote.
Fue muy difundida la condena que pesa sobre el sacerdote Julio César Grassi, fundador de la institución Felices Los Niños, a quien algunos miembros del clero local aún consideran inocente. Conocimos también otros terribles casos, como el del entonces arzobispo de Santa Fe monseñor Edgardo Storni, investigado y procesado antes de su muerte, en febrero de 2012. Acaso el más espeluznante de los hechos recientemente conocidos sea el del instituto educativo para niños sordomudos Antonio Próvolo, en Mendoza. Dos sacerdotes, un monaguillo y un empleado de una escuela fueron los primeros en quedar detenidos, a los que se sumaron una religiosa y, más recientemente, otras personas empleadas, incluso profesionales, acusadas de omisión por no haber actuado para detener los gravísimos hechos denunciados. En el caso de los religiosos, se trata del padre Nicolás Corradi, de 82 años, y de Horacio Corbacho, de 55. Corradi, italiano, arrastraba denuncias de abuso sexual a menores hipoacúsicos desde 1955, en Verona. El caso fue presentado por una red de víctimas, en Washington, en 2015. Sin embargo, por motivos que resultan inexplicables, el cura estaba trabajando en Mendoza, con decenas de niños y niñas sordos, carentes de posibilidad alguna de defenderse, ya que estaban bajo su dirección. Las declaraciones de algunos miembros de la jerarquía eclesial, en el sentido de que desconocían los aberrantes abusos, resultan cuanto menos inconsistentes. Monseñor Alberto Bochatey, respetado sacerdote agustino, fue nombrado "comisario apostólico" para avanzar en la investigación canónica del caso y colaborar con la Justicia en los procesos abiertos.
Muy recientemente, se desató un nuevo escándalo cuando un sacerdote acreditado como diplomático de la Santa Sede en Washington fue hallado en posesión de imágenes de pornografía infantil y convocado a la Ciudad del Vaticano para abrir una investigación. Por primera vez, fue el Vaticano el que dio la noticia, anticipándose a la prensa.
Sirve recordar las escenas del film Spotlight, que narra la investigación del diario The Boston Globe sobre casos de pedofilia en la arquidiócesis de Boston. El cardenal Bernard Francis Law se vio obligado a renunciar por haber ocultado los delitos de numerosos sacerdotes. Sobre el final de la trama se enumeran cinco casos de abuso en la Argentina, en las diócesis de Buenos Aires, Salta, Paraná, Quilmes y Morón. "Queda claro que dentro de la Iglesia hay demasiadas personas que están más preocupadas por la imagen de la institución que por la gravedad del acto", reconoció la teóloga Lucetta Scaraffia en L'Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede, al comentar el premio otorgado por Hollywood a la película. Lamentablemente, muchas veces se reitera la acción de priorizar la preservación de la imagen de la institución antes que denunciar e instar a que sean investigados los hechos para defender a tantas víctimas inocentes desprotegidas.
Los jesuitas Hans Zollner y Giovanni Cucci, profesores de Psicología de la Universidad Gregoriana de Roma, publicaron siete años atrás, en la revista La Civiltá Cattolica, un extenso estudio sobre el tema. Observaban que "la fenomenología pedofílica presenta algunos elementos comunes con lo que en psicología se denominan perversiones y desviaciones". Señalaban que entre 2001 y 2010 se denunciaron ante la Congregación para la Doctrina de la Fe aproximadamente 3000 abusos registrados a lo largo de los últimos 50 años por parte de sacerdotes católicos. De estas denuncias, el 60% eran predominantemente casos de efebofilia, esto es, la atracción sexual hacia adolescentes; el 30% son casos de abusos heterosexuales, y el 10% son actos de pedofilia, es decir, determinados por la atracción sexual hacia niños impúberes. Refieren, además, que un número importante de esos abusadores fueron a su vez víctimas de abuso.
En el contexto mundial, fue reciente la comparecencia del importante cardenal australiano George Pell, el de mayor jerarquía que afronta cargos, quien debió dejar su puesto de prefecto de la Secretaría de Economía del Vaticano para defenderse de las imputaciones de abusos sexuales ante la justicia de su país. Él rechaza firmemente tales acusaciones, se declara inocente y, además, asegura que no tenía conocimiento de las prácticas pederastas en el seno de la Iglesia australiana. Igualmente escandaloso es el informe que vincula a monseñor Georg Ratzinger, hermano de Benedicto XVI, con el ocultamiento de los abusos de decenas de niños del coro de una catedral en Baviera, Alemania.
Caben algunas consideraciones que pueden ser de utilidad a la hora de reflexionar sobre estas conductas aberrantes que tanto daño producen. Resulta indiscutible plantear que esos comportamientos tienen origen en un desorden psicológico grave que se asocia a la conducta de cualquier abusador. Cuando la Iglesia encara en términos exclusivamente morales y espirituales estas situaciones, olvidando la cuota de patología que referimos, se equivoca y, por ende, yerra también el camino a la hora de implementar cualquier política preventiva. A la luz de un mayor conocimiento científico, es importante revisar los criterios de admisión en los seminarios y casas religiosas, así como todo el proceso de formación, en el que sería ya impostergable apelar a la psicología para el acompañamiento permanente de todos los candidatos, en reemplazo del recurso limitado a una eventual terapia para casos particulares.
También resuena como discutible aplicar a esta dolorosa cuestión la expresión "tolerancia cero", que en el ámbito civil designa políticas criminales duras con el delito a expensas de las debidas garantías de los imputados. En el caso de delitos comprobados de abuso sexual de menores, la Iglesia es corresponsable por haber admitido equivocadamente al candidato a la profesión religiosa y por no haber denunciado oportunamente aquellos delitos cometidos de los que hubiera tomado conocimiento, incluso ocultándolos y simplemente cambiando de sede a los abusadores, como si con ello los males se dieran por terminados. Finalmente, no está de más recordar que el deber de misericordia de la Iglesia incluye brindar asistencia fundamentalmente a las víctimas, pero también a los victimarios, algo que puede resultar difícil de comprender para muchos.