Poder de fuego
En su libro La torre elevada (Sudamericana), ganador del Pulitzer, el periodista norteamericano explica los orígenes de Al-Qaeda y la ideología que inspiró los ataques
El 2 de mayo de 2011, miembros del Team Six de los Navy Seals estadounidenses mataron a Osama bin Laden, un prisionero de su propia fama, y quizá también de los servicios de inteligencia paquistaníes, en una casa de tres plantas situada cerca de una academia militar de elite en el norte de Pakistán. La persecución más exhaustiva de la historia concluyó con un disparo en la cabeza y otro en el pecho. Su cuerpo fue trasladado en avión hasta el USS Carl Vinson, donde lo lavaron y amortajaron para después arrojarlo sin dejar rastro al mar del norte de Arabia. Era el fin de un hombre, aunque quizá todavía no de su movimiento.
Habían transcurrido quince años desde que el agente especial del FBI Daniel Coleman entrara en la estación Alec de la CIA, en Tysons Corner, Virginia, para abrir una investigación sobre un hombre del que pocas personas habían oído hablar en Occidente, e incluso en los servicios de inteligencia estadounidenses. En el lapso de tiempo que medió entre aquel momento y la misión con la que concluyó el caso, Osama bin Laden definió una época. Los tres mil estadounidenses que murieron el 11-S fueron solo una pequeña parte de las víctimas causadas por al-Qaeda en su orgía de sangre global. [...]
Según informaciones de miembros de la propia organización, el 80 por ciento de los seguidores de Bin Laden fueron capturados o murieron. El movimiento quedó destrozado. Los dirigentes seguían con vida, pero estaban dispersos, empobrecidos, humillados y desacreditados en todo el planeta, incluido el mundo musulmán.[...]
La fatídica decisión de la administración Bush de invadir y ocupar Irak en 2003 revivificó el programa del islamismo radical. Las guerras simultáneas que se libraban en dos países musulmanes dotaron de contenido al discurso de Bin Laden de que Occidente estaba en guerra con el islam. [...]
Ya en 1998, tras los atentados contra las embajadas estadounidenses en África oriental, los estrategas de Al-Qaeda empezaron a concebir una organización menos jerárquica que la ideada por Bin Laden, el empresario. Su al-Qaeda se basaba en una burocracia terrorista jerárquica, pero ofrecía a sus miembros asistencia sanitaria y vacaciones pagadas; era un buen trabajo para muchos jóvenes desarraigados.
La nueva al-Qaeda era emprendedora, espontánea y oportunista, con la estructura horizontal de las bandas callejeras, lo que un estratega de Al-Qaeda, Abu Musab al-Suri, denominó "resistencia sin líder". Estos hombres fueron los que mataron a 191 viajeros en Madrid el 11 de marzo de 2004 y los que cometieron el atentado de Londres el 7 de julio de 2005, en el que murieron 52 personas [...].
La relación de estos émulos con el núcleo de al-Qaeda era, en el mejor de los casos, tangencial, pero se habían inspirado en su ejemplo y habían actuado en su nombre. Estaban unidos por internet, que les brindaba un lugar seguro para conspirar. Los dirigentes de al-Qaeda empezaron a proporcionar a esta nueva generación online un legado de planes, objetivos, ideología y métodos.
En los años inmediatamente posteriores al 11-S, los islamistas habían tenido la oportunidad de presentar su visión de un sistema político regenerado que ofreciera mejoras reales a las vidas de las personas. En cambio, siguieron propagando sus fantasías sobre la teocracia y el califato, que tenían pocas probabilidades de materializarse, y no hicieron nada para tratar de resolver los verdaderos problemas de los jóvenes musulmanes: el analfabetismo, la pobreza, el desempleo y la desesperación que nace de observar cómo el resto del mundo les deja atrás.
Los fracasos tácticos y políticos de al-Qaeda plantearon un reto filosófico devastador en el seno del islam político. Este hecho quedó patente en 2007, cuando Noman Benotman, antiguo líder del Grupo Combatiente Libio, un aliado de al-Qaeda, publicó una carta abierta dirigida a Ayman al-Zawahiri, el lugarteniente de Bin Laden, en la que pedía a la organización que suspendiera sus operaciones y decía que esas acciones no habían conseguido nada y los intereses occidentales las estaban empleando como subterfugio para extender su influencia en los países musulmanes. [...]
Un decenio después del 11-S, al-Qaeda no está derrotada. Ha demostrado ser una organización adaptable, flexible y evolutiva que ha sobrevivido más tiempo que la mayoría de los proyectos terroristas de la historia. Un día al-Qaeda desaparecerá, como acaba sucediendo con todos los movimientos terroristas. Pero el modelo de guerra asimétrica y asesinato en masa que Bin Laden y sus cómplices han creado inspirará a futuros terroristas que ondearán otras banderas.
El legado de Bin Laden es un futuro de desconfianza, dolor y pérdida de determinadas libertades que ya se están desvaneciendo en el olvido.
No obstante, Bin Laden no logró su objetivo principal: apoderarse de un país musulmán e instaurar un califato. Se han frustrado la mayoría de sus conspiraciones. Es más, sus declaraciones parecían tener que ver cada vez menos con los anhelos que estaban despertando en el mundo musulmán. [...]
Lawrence Wright