Presupuesto 2025: contradicción y trampa libertaria
El presidente Milei presentó por cadena nacional el proyecto de presupuesto 2025 y en el mismo acto desnudó una gran contradicción.
Con la grandilocuencia de la que presume, dijo que el presupuesto nacional “va a cambiar para siempre la historia de nuestro país” y les pidió a los legisladores su aprobación recordándoles, como si hiciera falta, que su principal tarea “es establecer un presupuesto nacional para definir qué hace el Estado con el dinero de los contribuyentes”. No obstante, a renglón seguido, ratificando sus ideas, citó a Friedman y aseguró que el gasto del Estado –el que determina el presupuesto– es la peor forma de gastar dinero porque es “gastar el dinero de otros en otros”.
Resulta altamente contradictorio que el Presidente pretenda cambiar la historia del país con una ley que, según él, establece la peor forma de gastar el dinero público. A continuación, y refiriéndose al contenido del proyecto, puntualizó que proponía un presupuesto que no solo era distinto, “sino el más radicalmente distinto de nuestra historia”. En realidad, en su esencia, nada lo distingue y aparece la misma trampa de siempre: subestima los ingresos para luego disponer de manera discrecional de los excedentes de recaudación que se generen. El resultado de esta práctica es conocido; el Poder Ejecutivo, contrariando principios republicanos, modifica por decreto lo que votó el Congreso y técnicamente relativiza todas las asignaciones nominales sancionadas.
Si la pretensión distintiva obedece al objetivo de déficit cero, tampoco lo hace; invito a las autoridades a revisar la historia reciente en la materia. Ahora estamos en otra instancia, el debate ha comenzado en el ámbito legislativo y sus miembros fijarán posición atentos a su responsabilidad constitucional y a la representación que ejercen. En nombre de esta representación quedarán expuestas las lógicas diferencias de visión y de prioridades. Es de esperar un arduo debate respecto de la proyección de las variables macroeconómicas que dieron sustento a la subestimación expresada. Porque si bien adhiero a aquello que con razón afirmó el profesor Galbraith cuando se refirió “a la inquebrantable tendencia al error” de quienes hacen proyecciones económicas, entiendo que es muy difícil sostener que este año terminará con una inflación de 104%, como prevé el proyecto, cuando en los primeros nueve meses acumuló 101,6%. También, que la estimada para 2025 sea 18%, y que el tipo de cambio, con el atraso que arrastra, pueda ajustarse al mismo ritmo.
Desde ya que el debate no se agotará en el contexto macroeconómico por significativo que sea. Seguramente abarcará también, entre otros aspectos, los vinculados al financiamiento de la educación y las jubilaciones, a la relación de la Nación con las provincias, a la política de subsidios y tarifas y al obstinado mantenimiento oficial del gasto tributario. Estarán presentes en la discusión los últimos vetos, el pedido irracional del Presidente a los gobernadores de un ajuste que representa dos tercios de lo que gastan, lo que implica la baja de subsidios en materia tarifaria y que, ante tanto ajuste, se mantengan las reducciones impositivas a empresas por el equivalente a 3,5% del PBI.
No obstante, y más allá de los lógicos disensos, sería muy saludable que se alcance un amplio acuerdo político sobre la necesidad de sostener en el tiempo una sólida disciplina fiscal. Significaría un valioso aporte a la estabilidad y a las instituciones, aunque esto último pareciera no importarles demasiado a quienes nos gobiernan, y lo primero resulte poco compatible con la concepción del conductor de la Cámara de Diputados que, hablando de su propia tarea, sentenció que “cada vez que el Congreso trabaja sube el dólar y crece el riesgo país”.
Ahora los diputados y senadores nacionales tienen la palabra. Ni las diferencias opositoras ni la actitud del oficialismo deberían ser un obstáculo para abandonar la anomalía de gobernar sin presupuesto.
Las diferencias son propias del sistema democrático. La trampa que hace el Gobierno con el presupuesto es la misma de siempre. Y la contradicción libertaria trasciende el debate sobre el presupuesto, hunde sus raíces en la profundidad del pensamiento del Presidente, que, siendo el responsable político de la administración general del país, asegura que odia tanto al Estado que “está dispuesto a soportar todo con tal de destruirlo”.
Exministro de Economía de la provincia de Buenos Aires y exdiputado nacional