Prostitución: la dignidad del cuerpo, violentada
Es necesario combatir todas aquellas actividades que implican lisa y llanamente una forma de explotación humana
Previo contacto a través de internet, un hombre llama al teléfono de un departamento particular de la zona de Retiro donde se ejerce la prostitución. Quien recibe la llamada se excusa por no poder satisfacer ella misma el pedido y pone a disposición a otra señorita. No hubo acuerdo. La situación llega a los medios, pues se descubre que la mujer que atiende la llamada era una estudiante de derecho, hija de la proxeneta que regenteaba el negocio, y que la joven sustituta ofrecida tenía tan solo 15 años y era rehén sexual junto a otras jóvenes. La Justicia desbarató el vil entramado, ordenó detenciones e incautación de las armas de fuego halladas en una de las viviendas del grupo.
En un país en el que el Código Penal y la ley sobre trata de personas consideran delito a la explotación sexual, este es solo uno de los miles de casos que se repiten diariamente. Ha habido, por otra parte, numerosas iniciativas dirigidas a regular la prostitución sin que, hasta ahora, hubiera en el Congreso Nacional interés por sancionarlas. Menos aún ha prosperado el criterio de quienes consideramos que, lejos de legalizarla, a la prostitución hay que prohibirla.
Pareciera no advertirse el horror que sufren las víctimas, muchas de ellas dramáticamente atrapadas por situaciones de explotación sexual. Aun las que llegan por distintos tristes caminos al ejercicio de la actividad, pagan con su cuerpo y con su psiquis el entregarse en calidad de mercancía. Ya el famoso tango "Mano a mano" describía a los "cafishios milongueros". Sería Arlt, años después, quien esculpiría la patética figura de Haffner, el rufián melancólico que vivía de las mujeres que para él trabajaban.
Delia Escudilla ejerció la prostitución. Su experiencia la llevó a luchar hoy desde varias organizaciones para evitar que se regule, y por lo tanto, se legitime el trabajo sexual. Durante una entrevista con LA NACION, recordaba sus comienzos por necesidad económica, en su lucha por sobrevivir. Confesaba incluso que, en algún momento, pensó que podía considerarlo un trabajo. No tardó, sin embargo, en advertir que la prostitución "es equivalente a la esclavitud", y que sobre ella recae "una de las peores violencias ejercidas contra las mujeres".
Por estas horas, en España se debate si cabe regular o prohibir la prostitución. Quienes buscan legalizarla sostienen que de ese modo se garantizarían mejores condiciones de vida para las denominadas "trabajadoras del sexo" y que las "relaciones laborales" transparentes ordenarían el "mercado", reemplazando así un viejo comercio que suele moverse en la clandestinidad.
Para quienes nos situamos en la otra vereda, habría que prohibir, lisa y llanamente, la prostitución fundados en un amplio abanico de razones:
- La prostitución viola derechos de las personas que se ven obligadas a su práctica como forma de supervivencia, incluso inducidas o forzadas también a ello en beneficio de terceros.
- Es absurdo hablar de trabajo autónomo o cuentapropismo en prostitución de mujeres o de hombres. Son raros los casos de personas que deciden, libremente y asumiendo todos los riesgos implícitos, dedicarse a la comercialización del cuerpo propio. Hoy, y siempre, la prostitución ha estado directamente vinculada con la pobreza, la marginalidad y el crimen.
- No se puede hablar de una relación laboral cuando este oficio se sustenta en la explotación del cuerpo, como bien ha sentenciado la Audiencia Nacional de España, al vetar las aspiraciones de legalización de un sindicato de prostitutas y anular sus estatutos.
- Una mujer o un hombre que se prostituye se degrada en su condición de ser humano.
- Muchas mujeres, especialmente las más jóvenes, ingresan en ese nefasto mundo engañadas por una pantalla de promesas de trabajos rentables que nada tienen que ver, en principio, con la prostitución y que terminan convirtiéndolas en víctimas de explotación sexual. A veces, llegándose al extremo del secuestro y el asesinato.
- Alentar la prostitución es incentivar el tan sombrío como condenable tráfico de seres humanos.
- Legalizar la prostitución es proclamar la indiferencia frente a la dignidad vejada de las personas forzadas a ejercer una actividad habitualmente asociada al comercio de drogas y a la pornografía.
"Llega un momento en que las prostitutas piensan que solo sirven para eso", dijo Escudilla, en la mencionada entrevista. Expuso, además, el grado de horror que sintió la enorme cantidad de veces en que estuvo en peligro de perder la vida a raíz de encuentros sexuales pactados por dinero.
Cuando en nuestro país se debaten con energía cuestiones de género, desde esa misma mirada debería contemplarse la naturaleza francamente inhumana y degradante de esta actividad que alimenta, de distintas formas, el millonario negocio del crimen organizado. No hacerlo nos convierte en cómplices y nos confirma que, muchas veces, somos más propensos a los dobles discursos que al verdadero compromiso.