
Richard Rorty, ironista liberal
Richard Rorty (1931-2007) fue un filósofo norteamericano heredero de figuras del pragmatismo como Charles Pierce, William James y John Dewey. En 1989 publicó una obra clave, Contingencia, ironía y solidaridad, en la que escribió: “Uno de mis propósitos en este libro es sugerir la posibilidad de una utopía liberal: una utopía en la cual el ironismo, en el sentido pertinente del término, sea universal. Una cultura posmetafísica no me parece más imposible que una cultura posreligiosa, e igualmente deseable”. ¿Qué quiere decir Rorty con esta frase medular de su pensamiento, en línea con las tres palabras del título de su libro?
El pragmatismo de Rorty se opone a la verdad racional y objetiva que ha perseguido la filosofía desde sus comienzos. Para él, la concepción de la verdad como correspondencia con la realidad “es algo de lo que puede prescindirse, y de lo que se debe prescindir”. El conocimiento no consiste en la captación de la realidad en sí sino en la manera de adquirir hábitos para hacerle frente, es decir, frente al racionalismo en cualquiera de sus formas, Rorty sostendrá que la verdad se funda en creencias que evolucionan de modo contingente. Siguiendo a Hume, afirma que una creencia es verdadera no porque represente exitosamente la realidad, sino por ser una regla de acción que proporciona ventajas a los grupos humanos que la siguen. En consecuencia, la sociedad liberal, al igual que el lenguaje y la propia conciencia, son productos contingentes y cualquier intento dogmático de buscarles fundamentos racionales es problemático. Por este modo de describir la realidad y no de explicarla, Rorty se considera un ironista liberal.
“Empleo el término ‘ironista’ para designar a esas personas que reconocen la contingencia de sus creencias y de sus deseos más fundamentales: personas lo bastante historicistas y nominalistas para haber abandonado la idea de que esas creencias y esos deseos fundamentales remiten a algo que está más allá del tiempo y del azar”. Es decir, el liberal ironista “piensa que nada tiene una naturaleza intrínseca, una esencia real”.
Cabe preguntarse si esta concepción no reduce el valor de la sociedad liberal, que es vista como fruto de una compleja evolución contingente más que como una suma de principios teóricos. Rorty no vacila en responder: “la premisa fundamental del libro es la de que una convicción puede continuar regulando las acciones y seguir siendo considerada como algo por lo cual vale la pena morir, aun entre personas que saben muy bien que lo que ha provocado tal convicción no es nada más profundo que las contingentes circunstancias históricas”. Del mismo modo, observa al “progreso moral e intelectual como historia de metáforas cada vez más útiles antes que como comprensión cada vez mayor de cómo son las cosas realmente”. A esta narración histórica, Ortega la describió con maestría como la “razón histórica”. Según esta visión, ¿cómo llega Rorty a postular su esperanza en una solidaridad creciente?
Simplemente verifica que “existe un progreso moral, y que ese progreso se orienta en realidad en dirección de una mayor solidaridad humana”. El progreso moral no deviene del acatamiento a imperativos categóricos kantianos sino del intento de tomar en cuenta las necesidades de los demás. De allí deviene su concepción de la solidaridad, que “se crea incrementando nuestra sensibilidad a los detalles particulares del dolor y la humillación de seres distintos desconocidos para nosotros”. Vivimos en una sociedad determinada por contingencias históricas y cuyo progreso moral difiere de otras. En este contexto, un ironista liberal concibe la solidaridad como “un aumento de la capacidad para responder a las necesidades de una variedad más y más extensa de personas y cosas”.
En nuestro país estamos inmersos en un debate doctrinario entre liberales y libertarios. Con el populismo estatista opuesto a ambos. Rorty seguramente pensaría que ese debate teórico no es lo más importante, sino verificar si en la sociedad argentina se consolida una creencia a favor de una mayor solidaridad que haga posible una disminución de la crueldad y el sufrimiento. Sin embargo, cabe una reflexión final. Rorty vivió en una nación altamente desarrollada, con necesidades básicas mejor resueltas que entre nosotros. Viendo la historia de nuestra decadencia, quizá se le hubiera podido preguntar si es suficiente creer en la solidaridad o es necesario en paralelo impulsar reformas económicas estructurales que la hagan posible. En la Argentina, quizá no alcanza con ser ironistas liberales.
