¿Se terminó el siglo XX? Fantasmas de ayer en las noticias de hoy
Incertidumbre. Las peores imágenes del pasado se multiplican hoy: ¿puede el siglo de la utopía global dar nuevas respuestas?
Un fantasma recorre el mundo. El fantasma del siglo que pasó. Basta ver las imágenes, reversos en color de las que marcaron el siglo XX, mayormente en blanco y negro: eternas columnas de refugiados, rostros asomando tras alambres de púas, campos de internamiento, ciudades derruidas bajo el peso de los bombardeos aéreos. Son Homs o Alepo (tan poco distinguibles de cualquier ciudad europea hecha añicos durante la Segunda Guerra), pero también la crisis financiera mundial, el Brexit, el resurgimiento de los nacionalismos, los ecos de la Guerra Fría a horcajadas del conflicto de Crimea. Y es Austria, donde en octubre volverán a medirse en las urnas -con similares chances de vencer- Alexander Van der Bellen, candidato de los Verdes, y Norbert Hofer, el arrollador y xenófobo líder de la ultraderecha. Por estos días, no pocos austríacos revisan los libros de historia y se preguntan si no están viviendo un inquietante revival de lo que ocurrió en su país durante los años 30 y 40.
¿Realmente es así? ¿Transitamos una era -la del siglo XXI, Internet, la utopía global y tecnológica- habitada por los peores demonios del tiempo que la antecedió?
"No creo que sea posible ser reenviados al siglo XX porque la historia nunca se repite -considera Tomás Borovinsky, doctor en Ciencias Sociales (UBA), investigador y docente universitario- . Todos aquellos fantasmas del siglo pasado circulan en un siglo XXI que tiene una realidad y hasta una semántica ciertamente distintas de la del siglo XX (que a su vez tuvo distintas etapas)". Si bien el investigador describe el momento actual como "un tramo de profunda incertidumbre", insiste: "Éste es un mundo cuyos puntos cardinales son bien diferentes de los del siglo XX, que estuvo atravesado por las guerras mundiales, el fin del colonialismo y fuertes conflictos ideológicos entre liberalismo, fascismo y comunismo".
Del otro lado del océano, con una mirada donde el análisis político se encuentra con la crítica cultural, el británico Mark Fisher -escritor, crítico y autor de Realismo capitalista (Caja Negra)- coincide al describir la situación actual como riesgosa y "extremadamente volátil". Pero, a contramano del calendario, Internet y la medianoche de diciembre de 1999, desliza la sospecha de que el cambio de milenio todavía no habría acontecido. "La sensación dominante es que el siglo XXI no empezó -comenta, en diálogo vía mail-. Muchas de las estructuras políticas y culturales dentro de las que vivimos son obsoletas, pero persisten."
Continuidades
Diciembre de 1999. Lenny Nero -Ralph Fiennes en la vida real; antihéroe y ángel caído en Días extraños, película de ciencia ficción estrenada a mediados de los años 90- deambula por Nueva York. Asediada por la violencia y una nueva tecnología que permite sumergirse en la memoria de otros y vivirla como propia, la ciudad se prepara para recibir el nuevo milenio: hay insatisfacción, nadie espera demasiado de la política, pero el deseo de celebrar la llegada de un siglo nuevo por momentos parece compensar todo. Licencias ficcionales aparte, sin sofisticados dispositivos para incursionar en recuerdos ajenos pero con multitudes inundando la calle, los festejos por la llegada del 2000 en Times Square en algo se parecieron a los que imaginó Kathryn Bigelow, la realizadora de Días extraños. Sobre todo en la sensación de cambio y continuidad.
"Como toda institución afianzada, un siglo funciona por inercia y es intrínsecamente lento", escribe la ensayista norteamericana Cynthia Ozick en Metáfora y memoria (Mardulce). Para Ozick, la mayoría de quienes hace dieciséis años ingresaron en la nueva centuria son, ante todo, "criaturas nacidas, moldeadas y manchadas por el siglo XX". Por su parte, María Dolores Béjar, doctora en Historia (UNLP) y autora de Historia del siglo XX (Siglo XXI), afirma: "En el pasaje de una época a otra no hay fecha exacta. Desde lo que se derrumba y lo que emerge transcurre un proceso histórico a través del cual lo nuevo arrastra gran parte de lo anterior y entrelaza nuevos factores, actores, contextos".
Algo de esta postura resuena en un artículo publicado en The New York Times, donde el economista Paul Krugman elogia The Rise and Fall of the American Growth. En ese libro, su colega Robert J. Gordon discute con los defensores del optimismo tecnológico y postula que las múltiples innovaciones en el terreno de lo digital apenas habrían incidido en una dinámica social que sí fue drásticamente sacudida un siglo atrás. "La revolución de las tecnologías de la información es menos importante que cualquiera de las cinco grandes invenciones que impulsaron el crecimiento económico entre 1870 y 1970: electricidad, sanidad urbana, químicos y farmacéuticos, la máquina de combustión interna y la comunicación moderna -escribe Krugman-. Cualquier anuncio de progreso necesita ser comparado con ese punto de referencia." Si alguien de esta época pudiera viajar en el tiempo y trasladarse a las primeras décadas del siglo XX -grafica el economista norteamericano- sin duda extrañaría el alcance masivo de la televisión, el vértigo de las redes sociales, la cercanía de Internet. Pero no mucho más. Porque las grandes estructuras que sostienen la vida actual -sus luces y sus sombras- serían las mismas que regían en aquel tiempo.
"¿Acaso los ahogados en el Mediterráneo que no llegan a refugio no son equivalentes a los ?traslados' de poblaciones entre países: Grecia y Turquía, en 1923; India y Pakistán, en 1948? -se pregunta el sociólogo Christian Ferrer-. Y si a la gente de hoy tanto le complacen los repentinos drones sobrevolando la barriada o despachurrando, con precisión quirúrgica, objetivos de carne, es porque apenas diez años después de la invención del primer avión ya se lo utilizaba para esparcir muerte desde el aire." Para Ferrer, existe algo "demoníaco" en esos "actos de contracreación del mundo" que, durante la centuria de las grandes transformaciones sociales y tecnológicas, se sostuvieron en racionalidades geopolíticas que requirieron de "la creatividad de estadistas y científicos".
Por su parte, Emmanuel Taub, doctor en Ciencias Sociales, editor y escritor, asegura: "La filosofía de la segunda mitad del siglo XX tuvo que hacerse cargo del fracaso del proyecto humanista, o por lo menos dar una voz ante la maldad del hombre y los límites (o falta de límites) para ejecutar cualquier tipo de proyectos destructores". Como marcas actuales de ese fracaso, Taub destaca la permanencia de mecanismos discriminatorios y el regreso -tan paradójico en tiempos de conectividad y globalización- de visiones refractarias a la inclusión del diferente. Su diagnóstico: seríamos algo así como los herederos del fracaso de los Estados nacionales y del proyecto de la Modernidad. "Ya el siglo XX estuvo marcado por un antes y un después; ese después siguió reforzándose como nuevas formas de destrucción y construcción de las identidades, y así inauguramos el nuevo milenio. Todas estas huellas muestran el fracaso de los Estados nacionales modernos y del proyecto de la Modernidad. Huellas que nunca se han borrado sino que, por el contrario, delimitaron el ingreso en el nuevo siglo y se solidificaron como el piso donde las ?supuestas promesas renovadas' del siglo XXI se edificaron. Hemos hecho del ?poner debajo de la alfombra' la realidad negada el piso mismo en el que sostener esa alfombra."
Negados o puestos obsesivamente en evidencia, los traumas por excelencia del siglo XX siempre resultan ser dos: totalitarismo y genocidio. La gran pregunta es si podrían estar encarnando algún temible regreso de lo reprimido. "Los regímenes del siglo XX tuvieron su propia lógica y nada hace pensar que hoy puedan surgir regímenes similares (equivalentes al nazismo, el franquismo, el estalinismo, el Khmer Rouge), en cuanto a la misma estructuración política y el mismo modo de construcción de legitimidad y régimen de gobierno", indica Daniel Feierstein, doctor en Ciencias Sociales y autor de Introducción a los estudios sobre genocidio (FCE/Untref). Pero, así como Feierstein estima que el riesgo totalitario podría considerarse superado, no opina lo mismo respecto de la lógica genocida. "Se trata de una tecnología de poder que se vuelve flexible, y así como pudo utilizarse para crear y organizar Estados nacionales también ha demostrado capacidad de ser una herramienta eficiente para desmembrarlos, como en el caso de la ex Yugoslavia, Irak o Libia o, más cerca nuestro, en experiencias como las de México, Honduras, El Salvador, Guatemala o Colombia -continúa Feierstein-. Si bien no se trata de experiencias equivalentes y si el siglo XXI ha transformado en gran medida las lógicas del siglo XX, no ha logrado reducir los niveles de violencia ni los asesinatos masivos; sólo ha cambiado su modo y su carácter, las lógicas en las que se inscribe el uso sistemático del terror."
En consonancia, el periodista, historiador y autor de Todo lo que necesitás saber sobre los genocidios del siglo XX (Paidós), Daniel Muchnik, alerta sobre el peligro de nuevos genocidios. Asimismo, recuerda que, entre las advertencias que podrían rescatarse del siglo XX, está la necesaria atención a "lo que ocurre cuando en una sociedad comienza a cundir el resentimiento frente a la desigualdad y a la falta de respuestas de las instituciones políticas". Como si semejante alerta sonara a poco en la era del "Somos el 99%" y la crisis de las democracias representativas, Muchnik indica: "Trump es un personaje del siglo XX; el historiador norteamericano Robert Paxton recientemente lo definió como un fascista, de los pies a la cabeza".
Apuestas a futuro
"Aparentemente nadie quiere saber que la historia contemporánea ha creado una nueva clase de seres humanos: la clase de los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos y en campos de internamiento por sus amigos." Cuando, en enero de 1943, Hannah Arendt escribió esta frase en Nosotros, los refugiados, sin duda lo hacía para hablarle a su época. Lo que quizás no sospechaba era la vigencia que su voz tendría muchos años después. Quizás por eso uno de los últimos trabajos de la escritora y cineasta francesa Ruth Zylberman es Los herederos, documental que sigue el trabajo de cuatro escritores integrantes de una singular "bisagra": hijos o nietos de quienes vivieron el Holocausto, que eligieron escribir sobre hechos en los que no participaron, pero de los que recibieron testimonios en sus hogares. La última generación poseedora de lazos medianamente directos con los sucesos de la Segunda Guerra Mundial. En un pasaje del film, Yannick Haenel, uno de los autores entrevistados, insiste en el carácter radical, devastador e indefinible del abismo que desgarró Europa en la primera mitad del siglo pasado: "Si la historia del siglo XX no está cerrada -concluye frente a las cámaras- es porque esa devastación no termina".
Con una mirada menos fatídica, el historiador británico Ian Kershaw, autor de Descenso a los infiernos. Europa 1914-1949, asegura en una entrevista publicada por El País: "Hay desarrollos muy preocupantes en la Europa actual que generan ecos de lo vivido, pero, a la vez, existen grandes diferencias. Enfatizo que no tenemos un continente dominado por los militares y la democracia ya no es un sistema de gobierno al que se le puedan presentar complicaciones irresolubles". A su vez, en un artículo publicado por The New York Times, el historiador Jan-Werner Müller niega que los sucesos que hoy conmueven a los austríacos sean asimilables al ascenso nacionalsocialista de los años 30. Aunque alerta sobre lo que considera un "conflicto político fundamental que puede encontrarse en muchas democracias occidentales hoy": el enfrentamiento entre quienes defienden una mayor apertura (tanto hacia las minorías locales como hacia el mundo globalizado) y los que piden volver a cerrar los Estados-nación, fortificar las fronteras, "y de paso preservar las jerarquías tradicionales que se pusieron en riesgo. ?Hagan América grande nuevamente' podría significar, sobre todo, ?asegúrense de que los varones blancos estén a cargo'".
Pesos y contrapesos: la densa marca de las catástrofes humanitarias, la xenofobia y la devastación política provienen de la misma era que nos legó la preocupación por los derechos humanos, las políticas de la memoria, los movimientos en defensa de las minorías. También, recuerda Borovinsky, la era que aportó una lacerante enseñanza histórica: "Sabemos que después de lo terrible puede venir lo peor".
Entonces, ¿qué hacer -la vieja pregunta- frente a las huellas de un siglo que pasó y los esbozos de otro que aún busca su propio rostro? "Necesitamos un proyecto político que en realidad nunca empezó", reclama Fisher, para quien la marca del momento actual es cierta expectación ante el descrédito, a izquierda y derecha, de las fórmulas políticas tradicionales y la ausencia de un proyecto verdaderamente innovador.
"Es preciso buscar para los problemas del siglo XXI soluciones del siglo XXI, sabiendo que seguiremos teniendo problemas que tuvimos en el siglo XX y antes también", señala Borovinsky. "Creo que el desafío político pasa por reducir daños e intentar que los ciclos de crecimiento y de consensos políticos duren el máximo tiempo posible. Hasta renovar consensos una vez más. La historia en cierto sentido es un encadenamiento de ciclos que se van sucediendo. Hay auge y decadencia, consensos y crisis." Por su parte, Taub sugiere un camino donde lo político se anudaría con lo ético: "Responsabilidad ante el otro y por el otro, responsabilidad ante el sufrimiento y la pobreza, responsabilidad ante el presente, buscando construir otras formas políticas y comunitarias que permitan transformar las herencias pasadas y no negarlas".