Sueños de verano
Sentado en un banco en la plaza Murialdo, de Villa Bosch, el hombre con icónica sonrisa raya la indignación. De lejos, es casi el retrato de Juan Domingo Perón en su esplendor; podría haberle competido a Víctor Laplace en un protagónico sobre el líder justicialista. Pero la noche lo encuentra agobiado y no sólo por la ola de calor y los cortes de energía eléctrica. Se siente burlado; sabe que la Argentina superó sus más afamadas ficciones que hicieron reír a generaciones en el mundo entero.
En este enclave italiano en el conurbano bonaerense, donde esta cronista aprendió casi en forma simultánea, aunque rudimentaria, las lenguas del Dante y de Cervantes, el personaje se desahoga a borbotones: “Cómo un gobernador que no ha logrado que se inicie el ciclo lectivo le puede decir a una docente ‘vaya a trabajar, vaga’, y, para peor, sucede ese desprecio cuando acompaña a otro mandatario provincial a presentar un libro, cuyo título es un chiste mayúsculo Argentina merece más”. El hombre se refiere al enojo de Ricardo Quintela, el mandamás de La Rioja, que acompañaba a su par chaqueño, Jorge Capitanich, en un acto político cultural que será recordado por la actitud de una maestra de reclamarle en plena calle que resuelva el conflicto salarial.
“¿En serio un intendente no sabe siquiera usar bien los tiempos verbales?”, se pregunta al mencionar la confesión de Jorge Ferraresi, el exministro nacional de Desarrollo Territorial y Hábitat, que volvió a su refugio en la intendencia de Avellaneda, sellando el fracaso del Gobierno que integró. “Massa asumió un día antes de que nos vayáramos (sic) en helicóptero”, dijo Ferraresi, aquél cuya joven secretaria se vacunó contra el Covid, “saltando la fila”, como sintetizó el Presidente al intentar quitarle gravedad al episodio del vacunatorio vip. “El 4 de agosto debería ser agendado como el día en que Alberto Fernández pudo convertirse en el segundo De la Rúa de la Argentina, pero por incapacidad propia y por el jaqueo de su coalición de gobierno”, sugiere el hombre.
“Veo la situación argentina y me pregunto si no es tiempo de una remake de Los inútiles, con actores y guión criollos. Lo que protagonizan los políticos argentinos no tienen nada que envidiarles a las grandes comedias italianas”, se despide Alberto Sordi, con su típica sonrisa y haciendo la V, mientras la cronista se esfuerza para que no termine el sueño de verano y escucha a lo lejos a Federico Fellini, casi a los gritos, decir: “Por qué no se dan cuenta de que la Argentina es la mejor sátira del mundo”.