
Sur, cielo perdido
Por Rodolfo Rabanal
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Algunos de los más destacados representantes de la cultura en lengua española se muestran atónitos ante el drama argentino. A la hora de pronunciar o escribir los discursos encaminados a comprender lo que nos ocurre y por qué nos ocurre, el pensamiento vacila entre el hartazgo y la nostalgia o bien cede frente al sentimiento dolido.
En todos los casos, uno tiene la extraña sensación de que las ideas tratan de hacer pie sin demasiada suerte en el lecho de un río socavado por la turbulencia.
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Ni el peruano Mario Vargas Llosa, ni el español Fernando Savater, o el argentino extraterritorializado Alberto Manguel -los tres vinculados de algún modo con la Argentina- pueden creer que un país vastamente promisorio, centro cultural de América del Sur y de la mayor parte del mundo hispano durante décadas, haya podido permitirse el lujo atroz de despeñarse en esta decadencia.
Para Alberto Manguel, un talentoso escritor que vive desde hace más de tres décadas entre América del Norte y Europa y escribe tanto en inglés como en español para diversas publicaciones de Occidente, la Argentina donde nació y en la que fue formado, es la víctima sin remisión de políticos y dirigentes codiciosos e irresponsables que hundieron en la noche de los tiempos a toda una clase de personas inteligentes y civilizadas e hicieron de Buenos Aires -otrora ciudad de las luces- un caos donde sólo habita la nostalgia y la furia.
Fernando Savater, visitante frecuente de nuestra ciudad y aficionado a las sierras de Córdoba, siente que la división entre la "clase" política y los ciudadanos puede llevarnos a un mal irreparable y vota por que muy pronto salgamos de esta crisis antes de que "el mundo se harte del caso argentino".
Vargas Llosa señala, con peculiar precisión metafórica, nuestra afición cultural a la "irrealidad", tomando como epígono de esa tendencia al mismo Jorge Luis Borges, el hombre que fundó su certeza literaria sobre el valor paradójico de lo irreal. Vargas Llosa también evoca con nostalgia aquella ciudad brillante que fue Buenos Aires "llena de libros y finas ironías", a la que conoció por primera vez a mediados de los años 60.
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Todos ellos, en definitiva, abrigan la genuina nostalgia de un mundo perdido, como si Homero Manzi les dictara la letra.
Cabe sin embargo preguntarnos si es de verdad tan sorprendente lo que nos pasa. Si cualquiera de los escritores mencionados hubiera vivido en la Argentina en los últimos treinta años, ¿se asombrarían como se asombran frente a este presente tan triste?
Dado que son hombres talentosos, sospecho que habrían temido este desenlace desde hace tiempo. Sabrían, como lo supimos muchos de nosotros, con qué aplastante insensibilidad las mejores ideas fueron a parar a las peores manos, y habrían visto sin velos en los ojos con cuánta pasión fundamentalista todo lo peculiar y valioso fue reducido a un término medio abaratado donde ya es imposible distinguir lo bueno de lo malo.



