
Transgresores
Por Alina Diaconú Para LA NACION
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Somos críticos y está bien advertirlo: hay algunos programas de televisión cuyo nivel de grosería y lascivia produce indignación.
Pero he aquí que somos nosotros los que, al ser espectadores de esas propuestas, hacemos que el rating trepe a las cifras que consagran su éxito.
En otro orden de cosas, la basura en nuestra ciudad está muy mal manejada por las autoridades. Pero ¿por qué nosotros, los que generamos esa basura, tiramos papeles, botellas de plástico, latas y cualquier otro desecho a la calle, como si ésta fuese un gran basural colectivo?
Y otra más: caminar por las veredas sembradas de excrementos de perros ¿es culpa de la deficiente limpieza de las empresas dedicadas a la recolección de residuos... o culpa nuestra? Nosotros somos los dueños de los preciosos animales a los que llamamos “los mejores amigos del hombre”.
Muchos de los embotellamientos –que tanto tiempo nos hacen perder– se producen no sólo porque las autoridades no controlan el estacionamiento de vehículos como es debido, ni la carga y descarga de mercadería sólo en los horarios permitidos, sino que también nosotros, los que manejamos nuestros autos, estacionamos a veces en cualquier lugar, como si la calle fuese nuestro garaje privado.
Hay tantas otras cosas que transgreden la ley en nuestra ciudad: los cortes de calles, la venta ambulante. La lista podría ser mucho más larga, pero nos detenemos aquí para no cansar.
La respuesta a todo esto nos la dio un día un amigo porteño (quien vivió muchos años en el exterior) y que nos dijo con un tono lapidario: “Lo que pasa es que el argentino es transgresor”.
Claro que hay transgresiones y transgresiones. Algunas son positivas, porque gracias a su audacia aportan algo nuevo, implican un avance. Es ese lado de la transgresión, el que tiene que ver con la rebeldía, con la iconoclasia, con la ruptura de esquemas que ya son viejos y obsoletos.
Para crear, progresar, se necesita de un espíritu transgresor. Las vanguardias fueron siempre transgresoras y las obras de esos pioneros significaron talento, coraje, libertad, convicción. Así, en las artes plásticas y en la literatura hubo movimientos famosos como el impresionismo, más tarde el dadaísmo y el surrealismo, el expresionismo, el pop art en los años 60, y también el estilo renovador en música, en la moda. Para no retroceder hasta el Renacimiento, que fue, desde ya, una transgresión mayúscula en la historia.
En el buen sentido de la palabra, transgresores fueron, entre nosotros, Piazzolla, Borges y Cortázar, el Instituto Di Tella con sus propuestas provocadoras.
Pero hay otra forma de transgresión. Es la que infringe las normas de convivencia; la que nos lleva a molestar y a dañar al otro y que tiene que ver con burlarse de las leyes, de los preceptos, de la disciplina.
En sus ensayos transgresores, Georges Bataille, un intelectual transgresor, hablaba de una moral de la transgresión, con relación a la naturaleza, a la ley, a la tradición.
¿Es el argentino un transgresor innato? ¿Le gusta realmente infringir las normas, violar los preceptos? Decimos “gustar” porque es como si hubiera cierto goce y deleite en esa actitud. Como si la transgresión en la vida diaria no fuese algo serio, sino más bien una travesura. Por aquello de la “picardía criolla” y también por el estribillo autóctono “hecha la ley, hecha la trampa”.
La transgresión busca lo que está prohibido, ignora o ataca la legalidad. Es una falta, una infracción, una vulneración. Transgredir es quebrantar órdenes y costumbres.
En una nota de este mismo diario, leímos algunos datos interesantes que resultaron de una encuesta realizada por el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano.
El estudio fue hecho sobre una muestra de 600 personas adultas de la ciudad de Buenos Aires. Según la encuesta, el 72% de esos porteños afirmaba que la ley debía ser cumplida, pero el 25% (que es un porcentaje alto) sostenía que hay situaciones en las que se puede decidir, según criterios personales, aunque eso implique transgredir las normas vigentes. Como si el cumplimiento de las leyes fuese una cuestión de elección individual.
Kafka tiene un cuento tan enigmático como exquisito que se llama Ante la ley. En ese cuento, un campesino llega hasta las puertas de la Ley, pero un guardián le impide entrar. El hombre va a tener que pasarse la vida esperando; envejece y finalmente muere sin que el guardián la haya permitido el paso hacia la Ley y sus laberintos. El cuento puede tener varias interpretaciones, pero en una de las posibles conjeturamos que lo que el escritor nos dice es que, a veces, queremos cumplir con las leyes, pero que son justamente sus guardianes los que nos disuaden y nos prohíben hacerlo.
Se nos ocurre pensar, por ejemplo, que ser incorruptible en un mundo de corruptos no es tarea fácil y, a veces, hasta puede volverse “misión imposible”.
El tema de la transgresión es muy complejo. Podemos decir también, por propia experiencia, que lo que era transgresor en una época no lo es hoy. La transgresión varía también según los tiempos.
En la vida cotidiana, el argentino ¿es o no es transgresor? La pregunta está planteada. Recordando siempre que detrás de la transgresión hay agresión, que detrás de un transgresor hay un agresor.




