Un argentino y un yanqui en la Patagonia
El argentino nació el 31 de mayo de 1852, en la ciudad de Buenos Aires, cuando el país pujaba por superar las luchas internas y organizarse como Nación, sancionando su Constitución, en 1853. El norteamericano nació el mismo día, pero cuatro años después -hoy, por tanto, se celebran 150 años de su natalicio- cerca de Nueva York, en otra nación que se había organizado hacía ya largo tiempo, pero cuyo Norte y Sur tensaban una cuerda que se rompería en 1865 con la Guerra de Secesión.
Ambos provenían de familias que estimularon convenientemente su curiosidad y el temprano contacto con la naturaleza que, junto con una disciplinada educación, fue la forma elegida por el padre de uno y la madre del otro para apaciguar los dolores de juventud: la madre de Francisco Moreno había fallecido de fiebre amarilla cuando su hijo tenía quince años; el padre de Bailey Willis, poeta y periodista, murió penosamente cuando éste tenía diez.
Francisco conoció la disciplina de los jesuitas y Bailey la de la escuela alemana. Pero si la disciplina les forjó el carácter, ninguno de los dos dejaría de responder a la inspiración y a la fuerza que siempre despertó en ellos la naturaleza, esa que fatigaron desde niños, el criollo buscando huesos prehistóricos por las orillas del Río de la Plata y el yanqui junto a sus perros inquietos por las praderas de Idlewild.
Francisco juntó huesos hasta armar un museo familiar, que primero fue suyo y que, luego de sus memorables exploraciones veinteañeras a la Patagonia, se integraría al de La Plata, que él organizó, junto a infinidad de técnicos, científicos y paisanos que lo siguieron.
Veinte años de trabajos incansables promovidos desde ese museo permitieron -entre otras cosas- que la Argentina y Chile pudieran delimitar pacíficamente, en 1902, una de las fronteras más largas del planeta.
Willis se graduó de ingeniero en minas, en Columbia, y trabajó en la etapa fundacional del Servicio Geológico de los Estados Unidos, país que recorrió y cartografió de punta a punta, antes de viajar por Japón, China, India y Africa y llegar, en 1910, a la Argentina.
No encontró el origen del hombre americano que alguna vez Ameghino imaginó aquí, pero sí se encontró con hombres que fueron el origen de una nueva etapa de su vida, hasta 1914.
Ezequiel Ramos Mexía, un ministro visionario, vinculó a Willis con Moreno -entonces diputado nacional- impulsándolos a trabajar en conjunto. Eran pocos los argentinos del Centenario que no se dejaban enceguecer con el fulgor del trigo de la pampa húmeda. Y en medio de la euforia de un país que alimentaba al mundo, ellos tres supieron proyectar su mirada amplia rumbo al Sur y al lejano oeste de la Patagonia, llevándola desde el Atlántico (Puerto Deseado, Comodoro Rivadavia, San Antonio) hasta la Cordillera (Esquel, El Bolsón, Bariloche, San Martín de los Andes) y el Pacífico (Valdivia).
El yanqui, geólogo de profesión y aventurero de alma, se dedicó a explorar la remota región de los lagos y montañas de los Andes patagónicos. Clasificó tierras, valuó los recursos naturales, observó a los habitantes, planeó la colonización, trazó vías ferroviarias que llegaban hasta Chile y hasta soñó con una gran ciudad industrial en Nahuel Huapi que sería la capital de la Provincia Cordillerana de la Patagonia, una especie de Suiza argentina.
Moreno dedicó sus últimos esfuerzos a rescatar el plan de Willis, abortado en 1915, poco después del estallido de la Primera Guerra Mundial.
En una carta escrita a Emilio Frey, su fiel colaborador en la Comisión de Límites y segundo de la Comisión de Estudios Hidrológicos, que dirigió el yanqui, le anuncia su viaje a Nahuel Huapi para concretar lo que tantas veces habían proyectado "aunque tenga que dejar mis huesos allá". Pero -triste ironía- Frey recibió la carta junto a un telegrama que anunciaba el deceso de Moreno, ocurrido el 22 de noviembre de 1919.
Willis sobrevivió 30 años a Moreno; falleció en 1949. Después de su trabajo en la Patagonia, el yanqui se estableció en la Universidad de Stanford, de la que fue profesor emérito. Allí fue ubicado, en 1938, por Ezequiel Bustillo, cuando éste empezaba a organizar el parque nacional donado por Moreno, y a desarrollar una formidable labor. A los 80 años, Willis envió a la Argentina los originales del tomo II de su obra El Norte de la Patagonia que, completa, pronto verá la luz, ¡casi un siglo después!
El presidente Frondizi -obsesionado con la obra de Willis- visitó Stanford en 1962; allí el profesor Ronald Hilton le comentó acerca de la existencia de un libro de memorias escritas por Bailey en 1947, cuya edición se había agotado. Al año siguiente, Hilton trajo un ejemplar del mismo a la Argentina, pero no pudo entregárselo a Frondizi, quien, ya derrocado, estaba confinado escribiendo un ensayo ¡justamente acerca de Willis!
Finalmente, la edición española del libro Un yanqui en la Patagonia apareció en el año 2001. Esas deliciosas memorias de Willis conforman un relato ameno y fascinante, escrito cuando el geólogo tenía 90 años, y finalizan con una invocación al amigo, que vale la pena recordar:
"Francisco Moreno, el veterano explorador y geógrafo, una figura única en los anales de la Argentina, había muerto antes, pero su regalo para la Nación, el parque nacional que lleva su nombre, ya echó raíces y prospera en el servicio que él designó. Y Frey, su fiel teniente y mi gran apoyo y amigo, es su intendente... Sí, Moreno, el paisaje cambió, nuestra tierra salvaje avanza con tu gente. Así como hizo que tú salieras de la ciudad, hará lo mismo con ellos, y los espíritus afines aprenderán las lecciones de la Naturaleza, tal como las aprendiste tú, y reforzarán su humanidad así como lo hiciste tú, en las dificultades y con valentía. Más allá de las áreas de esparcimiento que atraen a los más blandos y complacientes, todavía hay tierras salvajes para explorar, cañones para seguir, cimas de montañas para escalar. ¡Ven! ¿Por qué hablamos y hablamos, aquí donde los políticos pululan como mosquitos? ¡A los caballos, y vámonos!"
Moreno y Willis nos siguen convocando para concretar proyectos, alargando la mirada y extendiendo generosamente la mano a todos, como lo hicieron ellos. Cada 31 de mayo siguen cumpliendo años juntos, un argentino y un yanqui virtuosos, que soñaron y trabajaron juntos por ese país mejor que tanto nos cuesta merecer. El único regalo que esperan es que acertemos a perseverar. Para reencontrar el Norte; no sólo de la Patagonia, sino también de la Nación.