Un Congreso nuevo para un viejo desafío: escucharnos
Parece que siempre -al menos desde que tengo conciencia política y social, muchos lustros- estamos en puntos clave de nuestra historia, hecha de controversias violentas hasta las balas. Hoy la violencia se expresa sobre todo en el terreno verbal, aunque de un modo preocupantemente exacerbado.
La sociedad parece vivir atrapada en una cadena incesante de conflictos, en un discurso público cada vez más beligerante, en narrativas que excluyen y en escándalos que se interpretan siempre del peor modo. Incluso en el plano institucional, abundan bloques parlamentarios que se conforman “para bloquear las iniciativas de…”, sin importar de quién provengan. Es un camino que revela más luchas de desgaste que vocación de encuentro.
La ciencia social, para peor, mide en las redes que “la confrontación garpa”. Este modo de actuar supone la aceptación implícita de que el estado normal de las personas es la guerra.
“El hombre es el lobo del hombre”, decía Lúculo (o Hobbes, da lo mismo). El pensamiento social cristiano ofrece otra visión: iluminado por la caridad, entiende -con razón- que estamos hechos para el amor, no para la guerra (con un tono muy distinto del slogan del mayo francés). Por eso, propone un binomio de oro para nuestro tiempo: la amistad social como fundamento de la vida común.
Los orígenes de nuestro país nos conforman como una sociedad plural, y nuestra historia ha mostrado numerosos intentos de construcción nacional. Esas visiones distintas no son irreductibles, sino que comparten un fondo común que requiere sosiego, atención y buena voluntad para descubrirlo. Ensayo algunos elementos: florecimiento y armonía individual y social; educación y cultura; seguridad y salud; trabajo y esparcimiento. Los buscamos por caminos diversos, pero en el fondo es lo que todos deseamos. Todos: lo llamamos bien común.
El entonces cardenal Ratzinger, en una conferencia en la Sorbona, recordaba la parábola budista del elefante y los ciegos: un rey del norte de la India reunió a todos los habitantes ciegos de la ciudad y les hizo tocar distintas partes de un elefante: la cabeza, la oreja, los colmillos, la trompa, la pata, el lomo, los pelos de la cola. Luego les preguntó: “¿Cómo es un elefante?”. Y cada uno, según la parte que había tocado, respondió: es como un tonel, como la reja de un arado, como una columna, una escoba, un abanico… Entonces, dice la parábola, comenzaron a discutir y a gritar “el elefante es así o asá”, hasta terminar a los golpes, para diversión del rey. En definitiva, no le importaban las opiniones distintas, sencillamente se reía de ellas, pues la importante era la suya, la del poder.
Tenemos por delante una tarea enorme: construir juntos una nación, con valores plurales y diversos, pero con un fondo compartido. Una empresa tan grande no puede reducirse a una sola voz que excluya a todas las demás, sino a un camino que sirva a todos. Son muchos los caminos, muchas las imágenes: todas reflejan algo del todo, y ninguna es por sí misma el todo. ¿Qué pasaría si los ciegos establecieran un diálogo en el que compartieran amistosamente sus experiencias? Llegarían juntos a una idea más clara de lo que es un elefante, enriquecida por el aporte de cada uno. Seguridad, progreso, crecimiento, empresa, pobreza, educación, respeto, democracia… todo eso es el elefante.
¿Qué ocurriría si, con la intensidad propia de las convicciones de cada uno, nos sentáramos a hablar a fondo, respetuosamente, de lo que queremos? ¿No alcanzaríamos juntos una verdad más grande que la puramente mía? Ciertamente, quedarán cosas afuera y no podremos integrar todas las visiones, pero el resultado será más rico que la imposición de una única perspectiva del poderoso.
El requisito indispensable es la básica amistad social. La amistad, decía Aristóteles, supone la semejanza (no la igualdad), y eso lo tenemos. Y añadía: requiere la benevolencia, es decir, la decisión de querer el bien del otro. No la entiende como algo espontáneo, sino como una decisión y un esfuerzo, y lo es. Hace pocos días quedó conformado el nuevo Congreso. Libertarios, peronistas (de todas las cepas), radicales, socialistas, políticos de todas las corrientes del país, de ustedes depende esa decisión. Querer establecer un diálogo desde la amistad social, para buscar el bien común. No parece mucho pedir, pero es un viejo desafío.
Teólogo, profesor de la Universidad Austral y Capellán del IAE Business School



