Un crimen en el corazón del modelo K
Roberto Sabo, el kiosquero asesinado en Ramos Mejía, podría haber sido el hermano, el amigo o el hijo de cualquiera de nosotros, por eso nos dolió tanto su muerte. No fue acribillado en cualquier geografía, sino en La Matanza, el showroom del peronismo. Tierra de nadie, gobernada eternamente por barones y baronesas del PJ, donde el 40 por ciento carece de cloacas y de una red de servicios esenciales. Concentra la mayor cantidad de villas del país, 130, y dos de las más peligrosas, San Petesburgo y Puerta de Hierro.
Allí, el narco reina. Bajo el imperio de un Estado quebrado, un búnker de la droga produce 1 millón de pesos por día. En esa competencia desigual, el delito es parte de la normalidad. Como afirma Alejandro Finocchiaro: “No hay decisión política de combatir el delito porque el poder convive con él”. Una trama que, según el candidato de JxC, convierte ese polvorín en una zona liberada.
Nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente vive en la “quinta provincia”, que contiene a los tres cordones del conurbano y toda la gama de clases sociales. En La Matanza asesinan a entre tres y cuatro personas por semana, del mismo modo que a Sabo, aunque podrían ser muchos más: lo que pasa en el conglomerado de barrios marginales del tercer cordón, donde no ingresa el Estado, ni mucho menos los encuestadores, es una total incógnita. Detrás de esa muralla impenetrable, en un territorio amputado del sistema, está la “villa de los zombis”. Un ejército de jóvenes rotos por el paco, privados de la oportunidad de elegir.
“No me dé perpetua, yo me quiero morir”, le pidió al fiscal el joven acusado de asesinar al kiosquero. En verdad, Leandro Suárez, de 29 años, ya estaba muerto desde hacía mucho tiempo, como tantos otros jóvenes marginales de su generación. Según Unicef, la cuarentena estricta expulsó a un millón y medio de niños y jóvenes vulnerables del sistema educativo, como consecuencia de una decisión política aberrante: cerrar las escuelas durante un año. No los excluyó el capitalismo salvaje, como pretende el clóset ideológico del kirchnerismo, sino un sistema que fracturó a la Argentina y destrozó su tejido social. El drama del populismo tiene varias dimensiones.
En 2016, la administración de Vidal le otorgó a La Matanza 16 millones de dólares, 3200 millones al cambio de hoy, destinados a mejorar la seguridad. ¿Qué pasó con ese dinero? Nadie lo sabe. Nunca se usó para combatir el delito, tampoco se rindió. En 2020, Fernando Espinoza ejecutó apenas el 31% del presupuesto destinado a la lucha contra el crimen y hasta diciembre de 2021 solo había utilizado el 55% de esa partida. No solo es la matriz delictiva. También daña la inoperancia.
Al anochecer del día del crimen, el barón matancero ordenó gasear a los vecinos de Ramos que manifestaban por la muerte del comerciante, pero también por la vida de ellos. Es un modus operandi. En febrero de este año también habían reprimido brutalmente a vecinos en una marcha contra la inseguridad. Entonces, detuvieron al padre de una víctima y un comisario que responde al jefe policial Walter Mamani invitó a “pelear a la plaza” al concejal opositor Eduardo Creus. Los Soprano del peronismo. Entonces, ¿por qué siguen reinando? Florencia Arietto lo interpreta, picante: “No es el mérito de Espinoza, sino las fallas de construcción política de la oposición”.
El sesgo ideológico completa el ajedrez mortal que terminó con la vida de Sabo. El día que asumió como gobernador, Kicillof dedicó casi 8 minutos de su discurso al hacinamiento en comisarías y cárceles. La Justicia captó el mensaje: había que buscar penas alternativas. El gobernador forma parte de una facción política que cree que chequear los datos personales de un sospechoso en la vía pública –o sea, prevenir el delito– es violencia institucional.
Pero Kicillof fue más allá: manoseó las estadísticas sobre criminalidad con la intención de neutralizar el efecto político de un crimen inoportuno, a las puertas de una elección. La Dirección Nacional de Estadística Criminal pone los datos en blanco sobre negro: durante el primer semestre de 2020, en plena cuarentena estricta, se duplicaron los homicidios en ocasión de robo con respecto a 2019.
Mientras la familia Sabo enterraba a Roberto, un desconectado Kicillof hacía la V de la victoria en Lomas de Zamora, durante el cierre de campaña. El Estado presente.