Un cuadro de Leonardo vale por todos
El Museo Metropolitano de Nueva York (MET) realizó una muestra literalmente singular: un único cuadro y, además, inconcluso. A veces hay casos, muy pocos, en los que no hace falta nada más, y este es uno de esos casos. Leonardo da Vinci pintó San Jerónimo hacia 1480, antes de su llegada a Milán.
El San Jerónimo de Leonardo no se parece en nada a otras imágenes bien conocidas, como la que hizo Domenico Ghirlandaio del santo en su estudio. El trabajo de Leonardo está probablemente más cerca de la pintura de Caravaggio, que muestra el torso enflaquecido del santo en un momento de lectura. Como sea, estamos hablando de la pintura más expresiva y dramática -dramáticamente expresiva, diríamos incluso- de todas las de Leonardo. No lo sitúa en su celda de trabajo, en pleno trabajo de traducción de la Vulgata. No: es el momento de ayuno, momento de desierto, en Antioquía. San Jerónimo es aquí una figura exangüe, piel y hueso, sufriente.
No parece que Leonardo fuera particularmente devoto, pero había algo en San Jerónimo que estaría como imantado para él. Benedicto XVI dijo del santo: "Salvó los elementos positivos y válidos de las antiguas culturas judía, griega y romana en la naciente civilización cristiana. San Jerónimo reconoció y asimiló los valores artísticos, la riqueza de los sentimientos y la armonía de las imágenes presentes en los clásicos".
¿No hizo algo semejante Leonardo? ¿No fue él quien dijo, justamente, que "la imitación de las obras antiguas es más digna de elogio que la de las modernas"?
Es famosa la epístola que San Jerónimo redactó en el año 395. Se defiende en ella de las acusaciones de Rufino según las cuales habría traducido de manera deficiente una carta de Epifanio al obispo Juan. La defensa incluye una definición, una profesión de fe de la traducción que no le resultará extraña a ningún traductor: "Porque yo no solamente confieso, sino que proclamo en alta voz que, aparte las sagradas Escrituras, en que aun el orden de las palabras encierra misterio, en la traducción de los griegos no expreso palabra de palabra, sino sentido de sentido...".
Pero la palabra "sentido" se revela insuficiente. No da todo el alcance de sensus, que también podría admitir ser vertido como "idea", y así se hizo en traducciones a otras lenguas. Yo me tomaría una libertad y optaría -acaso con exageración- por "experiencia". Les pido que me permitan que me quede con esa palabra. Me justifica el emblemático diccionario Gaffiot (latín/francés), que sitúa la palabra sensus más del lado del "sentimiento" (la acción de sentir, de percibir, de darse cuenta de algo) que del "significado". De este modo, San Jerónimo diría que no "expresa" palabra de palabra, sino "experiencia de experiencia".
Y ahí vamos. Leonardo, en su representación del traductor de la Biblia, logró traducir una experiencia: la de la penitencia, la de la mortificación de la carne, la de la ascesis.
Que la tabla haya quedado inconclusa también debería darnos bastante que pensar. La inconclusión puede tener dos causas: una interrupción involuntaria del trabajo (ocasionada, acaso, por su viaje a Milán) o bien un trabajo voluntariamente interrumpido, eso que en italiano se llama non finito. Tiziano, Rembrandt, Turner y Cézanne, en épocas muy diferentes, pintaron guiados por la estética del non finito. Como sea, Leonardo no concluyó San Jerónimo, y ya no nos importa mucho por qué razones.
Lo fragmentario y lo inconcluso son la utopía, y lo son porque representan -precisamente por su ausencia- una totalidad que no tenemos derecho a consumar todavía. Lo sabía San Jerónimo, desde ya. Pero también Leonardo, que magistralmente nos privó de su contemplación.