Un desafío urgente que requiere recuperar la autoridad
Los episodios de violencia en las escuelas argentinas son un reflejo extremo de un problema que viene gestándose desde hace años. En La Boca, una madre y una abuela atacaron con una lapicera al director de una escuela; en Villa Ortúzar, un alumno arrojó una cartuchera al rostro de su maestra; en Santiago del Estero, una estudiante de 5° grado amenazó con “cortarle el cuello” a su maestro. Estos hechos no son aislados: muestran hasta qué punto la autoridad escolar ha perdido legitimidad.
Aunque no existan estadísticas sistemáticas sobre incidentes de indisciplina, las señales son claras desde hace tiempo. Ya en 2011, un informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA) ubicaba a la Argentina última en un ranking mundial de disciplina: interrupciones constantes, ruido excesivo y docentes que no lograban iniciar sus clases a tiempo. Esos datos no solo hablan de desorden, sino que también muestran aulas donde aprender se vuelve cada vez más difícil.
El problema, sin embargo, no es exclusivo de nuestro país. Un estudio reciente publicado en Latam Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades analizó 41 países y detectó conductas similares: ausencias injustificadas, interrupciones, uso indebido de celulares, faltas de respeto a docentes. Entre las causas se destacan los problemas familiares (62,9%) y la falta de normas claras en las escuelas (47,1%). Pero los números, más que sorprender, confirman lo que cualquier docente argentino vive a diario: la disciplina ya no se asume como un valor compartido, sino como una imposición molesta.
En la Argentina, la ley de educación nacional de 2006 impulsó un modelo de convivencia escolar basado en el diálogo y en medidas reparadoras –mediaciones, talleres– por encima de sanciones punitivas. La intención fue loable, pero coincidió con un fenómeno más amplio: la desvalorización de las figuras de autoridad tradicionales en la sociedad. Según el Observatorio Hacer Educación de 2023, un tercio de las comunidades escolares percibe hoy un debilitamiento de la autoridad docente, lo que dificulta aplicar normas con eficacia. “Los acuerdos de convivencia se han ido vaciando de sentido para evitar conflictos”, comentó en una nota para la nacion Martín Zurita, secretario ejecutivo de la Asociación de Institutos Privados de Argentina (Aiepa).
En este contexto, se popularizó la idea de la “generación de cristal”, jóvenes frágiles, poco tolerantes a la frustración y propensos a desafiar la autoridad. Pero culpar solo a los estudiantes sería injusto: la indisciplina escolar es un síntoma de algo más profundo, que involucra fallas en el sistema educativo, en las familias y en las políticas públicas.
Es hora de asumir responsabilidades. Los docentes deben recuperar su rol como principales garantes del orden en las aulas, no desde el autoritarismo, sino desde una autoridad construida en el respeto mutuo. Poner límites claros no es un acto represivo: reduce la ansiedad de los estudiantes, genera un entorno seguro y mejora la convivencia. Al respecto, un informe de la OCDE (2023) muestra que las escuelas con normas bien definidas tienen un 20% menos de incidentes de indisciplina.
Pero los docentes no pueden solos. Las familias deben respaldar esa autoridad en casa, evitando desautorizar a los maestros frente a los chicos. Asimismo, como padres y abuelos, somos los primeros que debemos ponerles límites a nuestros hijos y nietos. Para eso deben volver a estar realmente presentes y dejar de postergar en las pantallas el encargarse de los niños. Los directivos, por su parte, necesitan políticas que los respalden, formación en gestión de conflictos y normas que combinen flexibilidad con firmeza. Medidas como la eliminación de la repitencia en Buenos Aires, aunque bien intencionadas, corren el riesgo de reforzar el “facilismo” y enviar un mensaje equivocado.
La disciplina no debe ser un tabú. Usada con responsabilidad, es una herramienta formadora: enseña respeto, compromiso y convivencia. Si cada actor –docentes, familias, estudiantes y autoridades– asume su parte, podremos construir un sistema educativo que combine empatía con límites claros. Hacerlo no es volver al pasado, es simplemente volver a hacer las cosas bien.
Vicepresidente primero de la Academia Nacional de Educación (ANE), presidente y rector honorario de la UADE



