Un espía que empuñaba el pincel Peter Malkin
El agente que atrapó en la Argentina a Adolf Eichmann usaba como pantalla su don para la pintura. Acaba de presentar Diarios de la Argentina , libro que reproduce las obras que realizó durante el seguimiento del criminal nazi
NUEVA YORK
"Señor, un momentito por favor." Eran las únicas palabras que Peter Malkin sabía decir en castellano, pero fueron suficientes para, una lluviosa noche en San Fernando, en 1960, acercarse a Adolf Eichmann, meterlo dentro de un auto y finalmente llevarlo a Israel donde fue juzgado. Pero para el famoso agente del Mosad no fue suficiente con haber capturado a uno de los peores criminales nazis. Con la misma destreza también lo quiso hacer sobre papel.
Bajo el título Diarios de la Argentina , acaba de salir a la venta en Nueva York un libro-objeto con reproducciones de los dibujos que Malkin realizó durante su estada en nuestro país, mientras esperaba para concretar su misión y durante los días que tuvo en su poder a uno de los responsables de llevar a seis millones de personas (entre las que se encontraba gran parte de su familia) a la muerte.
Y el resultado -que ya se vio en distintos museos y que ahora se expone en una de las más prestigiosas galerías de la Gran Manzana- es extraordinario. Críticos han ponderado su "expresionismo de vibrante humanidad", como lo llamó The New York Times. Pero para Malkin, esas pinturas son algo más. "La única forma de relajarme en toda la misión. De poder estar en un cuarto con ese hombre y no hacer nada, no mirarlo", le explicó a LA NACION.
El diálogo es en un inglés cargado de acento hebreo. Habla siete idiomas a la perfección, pero castellano nada, salvo aquellas palabras que fueron inmortalizadas en su biografía Eichmann en mis manos y en numerosas versiones para el cine y la televisión, la más famosa protagonizada por Robert Duvall.
"Cuando finalmente pude contar lo que había hecho, nadie entendía cómo me habían mandado a mí que no podía comunicarme con la gente. Pero cuando uno es espía, es mejor no comunicarse con la gente, porque la gente hace preguntas. Y para no tentarse, ¡nada mejor que no entender de lo que están hablando!", asegura.
Con setenta y pico fornidos años, Malkin reparte su tiempo entre su casa en Tel Aviv con su mujer, Roni, y un departamento y atelier en Nueva York. Pero así como Malkin es un artista atípico, el taller del cazador de nazis también dista de lo convencional. Para empezar está dentro de un complejo de viviendas sociales que no tiene nada que envidiarle al tradicional monobloque porteño. Segundo, adentro se ve inmaculadamente limpio. Sospechosamente limpio. Ni un pincel fuera de lugar.
-¿De veras trabaja acá?
-Todas las noches. Un atelier desprolijo no significa ser buen artista. Ser espía o pintor es lo mismo. Cualquier cosa es arte si fue hecha lo mejor que uno puede y con cierta belleza. Y mi trabajo de espía me enseñó a dejar cada lugar impecable. El éxito no depende de cómo entre uno, sino de cómo se va sin rastros.
Como lo hizo de la Argentina, con Eichmann drogado y disfrazado de miembro de la tripulación de la ae
rolínea israelí El Al y sin que las autoridades nacionales se enterasen, por temor a que impidiesen una extradición.
"Me gusta la Argentina. Me gusta Buenos Aires, sus avenidas abiertas y que se pueda caminar por la calle. Y me encantan los argentinos, son buena gente. Lo que no entiendo es cómo les gusta tanto Evita, que era más bien pro nazi. Yo volví unas tres o cuatro veces al país siempre con pasaporte alemán, porque desde Perón era mejor no entrar como nacido en Israel", confiesa. Como artista, Malkin usó durante años su don para el dibujo y la pintura para encubrir sus operaciones para el Mosad. "Para mí, pintar es como una operación secreta. Lo más difícil es la idea", aclara mientras recorre las 175 reproducciones de sus pinturas multicolores. Muchas de ellas van acompañadas de pequeños textos, cartas y poemas que recibía de sus hijos, las palabras pegadas sobre mapas, páginas de la guía de teléfonos, guías de viajes que son el recuerdo de un pasado probablemente muy distinto del de cualquier otro ser humano. Pero del que poco puede hablar.
"Nunca maté a nadie en mi vida", asegura. Pero estuvo a cargo de varias operaciones que no puede discutir en las que -dice- sólo "ayudé a conseguir información".
Aunque concede que, junto con la captura de Eichmann, uno de sus mayores orgullos fue obtener una lista de ex científicos nazis trabajando para Egipto. Desmiente historias de sofisticación sobre los métodos de los superagentes y para ello contó cómo cierta vez escuchó una reunión de los máximos oficiales árabes con el simple recurso de esconderse debajo de la mesa donde estaban.
Lo arrestaron unas cuarenta veces, pero siempre zafó.
-¿Y en la Argentina?
-Me detuvo un policía justo el día que tenía planeado raptarlo a Eichmann. No podía creer mi mala suerte. Me empezó a hacer preguntas. No entendía nada, sólo le pedía que consiguiese a alguien que hablase en inglés, francés o alemán, pero me ignoraba. Al final le ofrecí un paquete de cigarrillos. Con eso, me soltó y fin del asunto. Pero no me gustan los policías en la Argentina. Cuando volví mucho más adelante para asesorar a quienes estaban haciendo una de las películas, nos robaron todas las cámaras y unos cuarenta mil dólares en equipos, y aparentemente, la policía estaba involucrada.
Malkin nació en la Palestina británica cerca de 1929. En su infancia viajó con su familia varias veces a Polonia, donde vivía una hermana mayor casada, Fruma, intentando sin éxito sacarla de allí. Con su marido y con su hijo, Fruma murió luego en los campos de concentración (y otros 150 miembros de la familia Malkin). Ya en el colegio, el pequeño Peter fue reclutado por la Haganah, el ejército encubierto que estaba luchando por un Estado judío. Luchó en las guerras de independencia de 1948 y luego se unió al servicio secreto del país, entonces llamado Shin Beth, y allí se especializó en explosivos. Muchas de sus misiones fueron bajo la fachada de un artista que viajaba por el mundo.
Algunos de sus mejores trabajos, con colores fuertes y delineados negros, recuerdan a los críticos de The New York Times, nada menos que el trabajo de Georges Rouault. El Jerusalem Post lo llamó "un pintor na•f de poderes formidables". Pero consultado por LA NACION, Malkin lanzó una de sus deliciosas carcajadas. "La verdad que yo ni sé quién es Rouault. Mi única influencia fueron los vidrios de colores de las iglesias argentinas"
"Toda la espera la hice dentro de iglesias, y fueron días y días. Lo que pasa es que si iba a una sinagoga siempre alguno se me iba a acercar a preguntarme quién era, de dónde venía, si era soltero y demás. En las iglesias me dejaban tranquilo. Y la Argentina tiene algunas verdaderamente lindas. No me llamaba tanto la atención la parte escultórica, pero los vitrales de colores son maravillosos, y su atmósfera es muy especial."
Las obras fueron pintadas con acuarelas, óleos, acrílicos y hasta el maquillaje que siempre tenía a mano para disfrazar a Eichmann en el segundo que lo capturasen. Además de las iglesias hay retratos de vecinos, de las guaridas que tenían preparadas, de los miembros de su familia que mataron los nazis y hasta un esquema del secuestro planeado.
"Era como una carrera entre las pinturas y yo. Y definitivamente quería terminar mis obras sobre la Argentina antes de tener que partir". Malkin comenzó a preparar el flamante libro al conocer a la editora Patricia G. Ambinder. Para acompañar las pinturas de la Argentina escribió unos sesenta ensayos en hebreo que luego tradujo al inglés. "Probablemene sea la persona más humana que jamás haya conocido, razón por la cual puedo hacer cosas sobrehumanas", confesó Ambinder a LA NACION (el público internacional puede conseguir los libros directamente a través de la página web www.peterzmalkin.com, a 90 dólares el juego). El compañero de Diarios de la Argentina es un volumen llamado Tirando piedritas al agua con una mezcla de colores y tiene su trabajo más nuevo. Imágenes de parejas de amantes, de escenas urbanas y naturalezas muertas pintadas sobre las páginas de un pequeño Atlas. Fue inspirado, dice Malkin, por la tradición judía de tirar pedacitos de pan al agua "dando solamente, sin pedir nada a cambio salvo ser bendecida". Y la felicidad que transmiten muestra cómo disfruta de la vida a pesar de lo que le tocó vivir.
Usando guantes de látex por la repulsión que le daba tocarlo, en mayo de 1960, Malkin agarró a Eichmann en el momento en que se bajaba de un colectivo de vuelta a casa. Otros seis agentes lo metieron en un auto y lo llevaron a un refugio donde permaneció a cargo de Malkin hasta que se lo llevaron a Israel, donde fue sentenciado a muerte por crímenes contra la humanidad.
"¿Pinta?", dice que esto le preguntó una vez que lo vio concentrado con su anotador. Rompiendo la prohibición de entablar un diálogo con el prisionero, Malkin le repondió "Sí, juego con lo pintura". Ambos terminaron manteniendo un diálogo que quedó plasmado en su libro de 1990, escrito con Harry Stein.
"Pero no podía existir una verdadera comunicación. El me hablaba de su hijito Hasi, de 5 años, y yo le hablaba de todos los chicos de 5 años que él había mandado matar, pero nada. Le conté entonces de mi sobrinito, un rubio de ojos celestes, y que era muy parecido a un hijo de él, muerto en el Holocausto. ¿Por qué su hijo estaba vivo y él no? Eichmann me pregunto si era judío. Le dije que sí. `Yo simplemente estaba cumpliendo órdenes´, fue todo lo que dijo".
-¿Era un monstruo?
-Yo esperaba encontrame con un monstruo. Había visto fotos suyas, me imaginaba su tono de voz. Y de pronto me encuentro frente a un ser humano como cualquiera de nosotros. Y me pregunto cómo fue que pudo mandar millones de chicos y de madres a las cámaras de gas. Y lo miro. Y veo un ser humano normal. Eso es lo más aterrador.
Durante décadas, Malkin no pudo revelar su captura, pero tuvo una gran satisfacción: se lo pudo decir a su madre al oído cuando estaba en sus últimas horas. Después de todo lo que sufrió por su familia, pudo enterase de lo que su hijo había hecho.
-¿Le queda algún buen recuerdo de la Argentina?
-Sí, claro, me gusta la Argentina. Pero le hago un cuento que me conmovió. Debería ser en un boliche de tango, pero la verdad es que pasó en un lugar de música flamenca. Había unos ex oficiales nazis, que yo venía siguiendo, que empezaron a tomar cerveza y a cantar canciones de la guerra. Yo no podía creerlo. Era como volver al pasado. El flamenco de fondo empezó a sonar como un símbolo del mundo libre para mí. ¿Quién iba a ganar? Los argentinos, no sé si demasiado conscientes de lo que estaba pasando, igual los mandaron a callar y siguieron disfrutando de la música española. Es de mis recuerdos más lindos.
-Se parece un poco a una escena de Casablanca...
-¡Ah!, me habían dicho. Pero de Casablanca sólo me acuerdo que Ingrid Bergman estaba muy linda. Quizá cuando era más joven...
lanacionar