
Un expresidente sensible
Es inusual que un presidente, terminado su mandato, continúe realizando actividades en favor de la gente. Es el caso de Jimmy Carter que murió a los 100 años en diciembre pasado. Con su esposa Rosalynn, fallecida un año antes, apoyó durante más de 40 años, al dejar la Casa Blanca, innumerables emprendimientos para aliviar los sufrimientos de los más necesitados, y logró erradicar enfermedades, enfrentando el hambre y la pobreza. Internacionalmente se involucraron en favor de la paz y de la democracia.
Tras su derrota en la elección presidencial de 1980, creó con su esposa el Centro Carter (CC), organización sin fines de lucro cuyos objetivos fueron los mencionados. Con sede en Atlanta, Georgia, desde 2015 la preside su nieto Jason Carter, de 49 años, con antecedentes en la política. Llama la atención que un presidente de Estados Unidos haya desechado el uso de las armas para resolver los conflictos internacionales. Lo expresó al referirse a su gestión: “Nunca fuimos a la guerra. Nunca lanzamos una bomba. Nunca disparamos una bala. Mantuvimos nuestro país en paz y llevamos paz a otros pueblos.” Así logró el acuerdo de Camp David entre Egipto e Israel o un entendimiento entre su país y Corea del Norte; detuvo enfrentamientos al devolver pacíficamente el Canal de Panamá a este país o crear las condiciones para normalizar las relaciones con Cuba que pudo concretar Obama.
Carter nunca modificó su sensibilidad hacia esos problemas, desde antes de ser gobernador de Georgia y presidente de su país, hasta su muerte. Vivió 4 años en la mansión de la gobernación, 4 en la Casa Blanca, y mayormente en Plains, Georgia, en una modesta casa estilo rancho. Como carpintero tenía un taller donde construyó sus muebles. De su esposa, con quien estuvo casado 77 años, dijo: “Ella era mi hogar, tomar su mano, leer nuestra Biblia juntos cada noche, quedarme dormido a su lado; fue el pináculo de mi vida.” En esa casa, que será un museo, ambos fueron enterrados.
El CC ayudó a mejorar la vida de los más necesitados en más de 80 países. De sus 3.500 empleados, sólo unos cientos están en EEUU; el resto, en los países donde se involucran. En salud, desde 1986 logró los recursos para erradicar la lombriz de Guinea, enfermedad tropical endémica en África y Asia. Rara vez mortal, causa gran dolor y sufrimiento; no se elimina con medicamentos sino al evitar tomar agua estancada como ocurre en los lugares más pobres y marginados del mundo. Con ayuda de la Fundación Bill y Melinda Gates y en alianza con la OMS y Unicef, en 2023 prácticamente logró su objetivo al disminuir el número de infectados de 3,5 millones de casos anuales en 20 países (17 de África y 3 de Asia), a sólo 14 casos en 4 naciones africanas. También trabajó en la prevención y reducción de enfermedades mentales e infecciosas.
Durante 40 años el CC se relacionó con Habitat for Humanity International, organización pequeña cuyo objetivo, en 1984, era construir y renovar viviendas. En alianza crecieron y construyeron 4.447 viviendas. Hoy están en 70 países con 910.000 voluntarios.
En referencia a acciones en favor de la democracia, el CC formó observadores especializados en supervisar elecciones. Lo hicieron desde 1989 en 124 elecciones de 43 países, incluida la presidencial de Venezuela del año pasado que no la consideraron democrática. El propio Carter viajó a Nepal, Bolivia y Zimbabwe para mediar en acuerdos políticos y defender elecciones libres y justas. Importante fue también su oposición a la pena de muerte, pidiendo la abolición en su país. Otra preocupación: anticipó el cambio climático y qué hacer para evitar sus consecuencias.
Por todo eso y en especial por buscar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, en 2002 obtuvo el Premio Nobel de la Paz. Al recibirlo dijo: “El problema más grave y universal es la brecha cada vez mayor entre los más ricos y los más pobres de la Tierra. En el mundo industrializado hay una terrible ausencia de comprensión o preocupación por quienes llevan una vida de desesperación y desesperanza.”
Su nieto Jason Carter, al despedirlo en su entierro, expresó: “Él creía que el mayor poder de Estados Unidos no era el ejército sino sus valores. Dedicó su tiempo a vivir con amor y fe junto a los más pobres y marginados. Y creía que la música era una de las creaciones humanas que une a las personas de manera fundamental, en todo el mundo, en todas las culturas.”.
Director ejecutivo de la Fundación Sales
