
Un gobierno entre el sushi y el choripán
Si algo le destacaban a Mauricio Macri propios y extraños sobre sus ocho años al frente del gobierno de la ciudad de Buenos Aires era su habilidad para entenderse y llevarse bien con el sindicalismo. No parece casual que, ayer, la CGT haya sido la llave para encontrar la salida al conflicto por el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias sobre los salarios en el que había quedado enfrascado el gobierno nacional.
El presidente de la Nación conoce la lógica que guía los movimientos de los caciques sindicales, acostumbrados desde siempre a golpear para negociar. Y por si algo le faltase a Macri, debe haber pocos hombres de su partido que conozcan tan bien al mundo sindical como su ministro de Trabajo, Jorge Triaca, quien desde niño ha sido testigo de las negociaciones que, como líder del gremio del plástico y como ministro de Carlos Menem, protagonizaba su recordado padre con algunos de los mismos dirigentes que hoy conducen la CGT.
Precisamente a la flexibilidad en sus relaciones con el sindicalismo le debe Macri haber finalizado su primer año al frente del Poder Ejecutivo sin paros generales. Algo inédito en la historia de los presidentes no peronistas que gobernaron la Argentina desde el nacimiento del movimiento justicialista. Pero también algo que no le evitará dolores de cabeza al primer mandatario, como el que habrá sufrido en la mañana de ayer con el paro del transporte, que trastornó durante unas horas la vida de no pocos argentinos.
La principal central sindical se ha convertido en una suerte de factor de equilibrio dentro de un peronismo dividido, en el que ningún sector ni ningún dirigente pueden ostentar el liderazgo. Es difícil que la oposición peronista ponga palos en la rueda para la sanción del nuevo proyecto sobre Ganancias en el Congreso luego del aval de la CGT a la negociación, que debería ser convalidada, al menos mayoritariamente, por los gobernadores provinciales en el día de hoy.
Sergio Massa podría seguir proclamando que su iniciativa alternativa era mucho más generosa para los asalariados que la mezquina propuesta original del Poder Ejecutivo e incluso algo mejor que la consensuada ayer entre los representantes del Gobierno y del gremialismo. Sin embargo, carece de margen político para unirse en nuevas aventuras con el kirchnerismo. Razón por la cual, ayer terminó avalando el acuerdo sellado por los funcionarios y los sindicalistas.
Los límites del massismo favorecen al oficialismo macrista. ¿Cuántas veces podría pactar el líder del Frente Renovador con Axel Kicillof y Máximo Kirchner sin que su imagen termine mimetizándose con figuras políticas que su propio electorado rechaza mayoritariamente?
El encuentro, con sushi incluido, que en la noche del domingo mantuvo en su propia casa Massa con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio; el vicejefe de Gabinete, Mario Quintana; el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, y los diputados macristas Nicolás Massot y Luciano Laspina, le permitió al ex intendente de Tigre empezar a dejar atrás la imagen del “tren fantasma” con la que tanto jugó el propio Macri para desacreditar a quien es uno de sus principales adversarios políticos de cara a las próximas contiendas electorales.
Gran parte del electorado que votó a Massa en las últimas elecciones presidenciales sigue teniendo diferencias con el gobierno de Macri, pero mayoritariamente cree que Massa debe ayudar a la gestión presidencial, de acuerdo con sondeos de opinión pública.
Al líder del Frente Renovador le conviene que la sociedad se olvide lo antes posible de su acuerdo con los diputados kirchneristas, aun cuando se tratara de una mera jugada táctica y no de una estrategia electoral.
Al mismo tiempo, el gobierno nacional sabe que va a seguir necesitando del massismo para avanzar en el Poder Legislativo. Por eso, el miércoles pasado, cuando todavía estaba fresco el duro calificativo de “impostor” que Macri le asestó a Massa, el ministro Frigerio, al ser consultado en el programa televisivo A dos voces sobre esa declaración presidencial, no dudó en responder: “Prefiero mirar para adelante”.
No fue casual que ayer Frigerio avalara al castigado Emilio Monzó, al señalar que Cambiemos debe ampliar “su base de sustentación política”, para lo cual pidió a sus socios ser “generosos” y subrayar: “No somos un gobierno antiperonista”.
Cuando la gobernabilidad muestra sus límites, retorna la política y debe hacerse presente la habilidad de los gobernantes para codearse tanto con el sushi como con el choripán.






