
Un mundo inundado de novelas sin alma
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Ustedes perdonen, pero el mar incógnito en el que nos estamos adentrando con los avances de la inteligencia artificial me despierta en estos días más preguntas e inquietudes que el escándalo de la AFA (¿entenderemos alguna vez que nuestros niveles de pobreza se deben a nuestros niveles de corrupción?), las sesiones extraordinarias del Congreso o la odisea de María Corina Machado, Nobel de la Paz, que tras escapar del encierro venezolano llegó a Oslo horas después de que llegara su discurso en la conmovedora voz de su hija.
Resulta que el presidente del Tribunal Fiscal de la Nación, Miguel Licht, publicó en dos tomos, casi 1200 páginas, un tratado en el que interpreta los principios constitucionales de nuestro país a la luz de la ley judía, una sesuda aproximación al derecho en clave confesional o personal. Pero no. Ni tan sesuda ni tan personal. Después de que reputados juristas divulgaran en las redes una serie de errores, imprecisiones y falsas atribuciones en los que cae el libro, llegó la reveladora justificación del autor: le adjudicó todas esas macanas a la inteligencia artificial, a la que apeló para escribir la magna obra.
A mí el caso me pareció una muestra de una de las consecuencias que la IA podría producir en el terreno de los libros y la literatura: la muerte del autor, en más de un sentido. En esos dos tomos, ¿cuánto habrá escrito Licht de puño y letra, y cuánto habrá “redactado” la IA? No hay forma de saberlo. Al “autor” no podemos creerle, porque en un tuit empalagoso vendió la descarga gratuita de su libro con este gancho: “No hay algoritmos ocultos, no hay muros de pago, no hay suscripciones señuelo”. Bueno, lo oculto salió a la luz y dejó offside a Licht. Pero vayamos más allá de este caso. Parece claro que hoy cualquiera puede tener su libro. Ya hay quienes dicen que ahora la creatividad y la inteligencia humana residen en el prompt con el que activás la IA, lo que es casi una invitación a considerar propio aquello que los algoritmos devuelven (curioso, porque se trata de un mix de frases que otros han escrito antes). ¿Cuántas novelas o ensayos se estarán fraguando de esta forma en este preciso momento? ¿Cuántos de los libros hoy en circulación están hechos por la IA o en ambigua coautoría con ella?
Vivimos obsesionados por los resultados y nos impacientan cada vez más los procesos
El efecto democratizador que trajo Internet se multiplicó exponencialmente con la inteligencia artificial. Quizá estos libros artificiales estén siendo “escritos” por personas que, sin la técnica o la aptitud, y sin ánimo de engaño, sentían la necesidad de expresarse a través de la palabra. Ahora -buena noticia- han encontrado la vía. Al mismo tiempo, esto supone un impacto enorme en la cultura hasta aquí vigente, aunque quizá se trate más bien del síntoma de un cambio copernicano ya producido. Alessandro Baricco lo analizó con lucidez en un libro profético, Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, de 2006, un título que puede llamar a engaño, porque la intención del escritor italiano no era criticar, sino entender.
Allí dice que lo vertical, con Internet, se volvió horizontal. Y lo que era de unos pocos, o de una elite, quedó al alcance de todos. Eso hizo que se ganara en cantidad lo que se pierde en calidad, porque cuando las cosas pasan de la mano de los especialistas a la de los legos, se produce una inevitable estandarización hacia abajo y se diluyen las jerarquías. A ese acceso a la data, la IA le suma hoy el acceso masivo a la palabra. Con el uso cada vez más intenso y permisivo de los algoritmos, la palabra va dejando de ser una conquista de quienes durante años y por vocación se queman las pestañas leyendo y escribiendo, para ser cosecha express de quien improvisa un prompt sobre la marcha.
¿Se inundará el mundo de novelas que no serán más que la combinación de datos regurgitados por la IA, con escenas recicladas y personajes sin alma? ¿Quedaremos confinados en un loop eterno y claustrofóbico? Puede pasar, porque vivimos obsesionados por los resultados y nos impacientan cada vez más los procesos.
Lo único que importa, a la hora de escribir una novela, es la singularidad de quien la escribe. Ya se trate del nuevo Hemingway o de cualquier vecino. Y esa singularidad –hecha de experiencias, memoria, lecturas, imaginación y riesgo- no se manifiesta en un prompt, sino que surge del esfuerzo obstinado que implica entrar en una maratón de largo aliento que pone a prueba la resistencia física y mental del autor, sin garantía de final feliz. A fin de cuentas, escribir es expresar lo que uno es. O tratar de descubrirlo durante el proceso de la escritura. Dejar que la máquina lo haga por nosotros es renunciar a nosotros mismos. Pero bueno, hoy el esfuerzo no tiene buena prensa.
Según parece, Licht, que era una de las opciones que barajaba el Gobierno para ocupar una de las vacantes de la Corte Suprema, quería acortar camino en más de un sentido: la aparición del libro, que como se dijo entrecruza nuestro derecho con el Talmud, se interpretó como un gesto calculado dirigido hacia el presidente Javier Milei, devoto del judaísmo. “El Talmud enseña que quien admite sus errores se eleva más que quien presume no tener ninguno”, se allanó, aunque sin perder el orgullo, Licht, que fue denunciado ante el Consejo de la Magistratura. Ignoramos si fue a buscar la frase a la IA.
La palabra es mi casa. Aunque golpea con insistencia, no me atrevo a abrir la puerta para dejar entrar a la inteligencia artificial. Temo que acabe por ocupar todos los espacios y yo termine durmiendo afuera, a la intemperie.





