Un obstáculo al desarrollo del país
El desequilibrio territorial es uno de los obstáculos más relevantes del desarrollo de la Argentina. La excesiva concentración poblacional en el Gran Buenos Aires es la expresión demográfica más elocuente de los desbalances existentes. Se trata de un rasgo histórico que se ha mantenido desde los inicios de la organización política del país, con relativa independencia de las estrategias de desarrollo implementadas.
Por ello, la caracterización del "país abanico" hecha por Alejandro Bunge en los años cuarenta refleja aún hoy los contrastes que hacen de la Argentina un país territorialmente desequilibrado. Bunge dividía el territorio del país en tres zonas, que al proyectarse como semicírculos contiguos adoptaban la forma de un abanico con extremo en la Capital Federal. Sus cuadros estadísticos demostraban cómo la densidad poblacional, la capacidad económica, el desarrollo cultural y el nivel de vida de la población disminuían en la medida que aumentaba la distancia a la Capital Federal. En su análisis, la atracción demográfica del litoral, la inversión de la mayor parte de los recursos fiscales en la zona privilegiada y la ausencia de una política económica orientada al desarrollo del interior contribuían a explicar el desequilibrio.
Dos décadas antes, en 1919, Juan Álvarez había llamado la atención sobre la cuestión. Para él, era la excesiva preponderancia de Buenos Aires en el contexto nacional la causa principal del problema. Tres factores concurrían a explicarlo: la confluencia de los sistemas de medios de transporte, la conformación de un núcleo industrial y el asiento de las autoridades nacionales. Su proyecto es el de impulsar el crecimiento concertado de varias grandes ciudades del interior. Para ese fin destaca las ventajas de Córdoba, Tucumán y Mendoza, dotadas de capacidades industriales y adecuada ubicación geográfica. Señala, además, su vinculación con los grandes puertos de Rosario y Bahía Blanca. En su propuesta, las cinco ciudades se ligan entre sí y con el resto del interior por vías ferroviarias que sirven de cauce a dos corrientes comerciales entre la costa, el norte y el oeste, constituyendo los sistemas armónicos Bahía Blanca-Mendoza y Rosario-Córdoba-Tucumán.
Comenzado el siglo XXI, las desigualdades territoriales descritas por Bunge muestran una inexcusable actualidad; lo mismo que la centralidad de Buenos Aires alertada antes por Juan Álvarez. Pese a su relevancia, la cuestión no ha sido sistemáticamente abordada por los gobiernos federales, más allá de los impulsos modernizadores de las experiencias desarrollistas. Si bien con la recuperación democrática, la problemática apareció en el debate público, casi siempre estuvo ligada a necesidades de la coyuntura política y no a una discusión de fondo sobre el diseño de país. Aun en estos casos, las propuestas anunciadas se limitaron a proyectar el traslado de la Capital Federal. Paradójicamente, esta era la opción menos apropiada para Álvarez, dada la importancia de los determinantes económicos. Estos, contrariamente a lo que buscaba evitar, potenciaron su influencia, y con ello la gravitación económica y social de Buenos Aires.
La formulación de una política de Estado de población y desarrollo territorial sigue siendo así uno de los desafíos principales de la dirigencia política de nuestro país. De ello depende nuestra capacidad de establecer líneas de acción duraderas en aspectos nodales del desarrollo argentino.
Doctor en Sociología. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina
Eduardo Lépore