
Un personaje de Buenos Aires
¿Qué significó exactamente Federico Klemm para el mundo del arte? ¿Quién era realmente el verborrágico protagonista de "El banquete telemático", que se hizo famoso a partir de un programa dedicado al arte hablando en un lenguaje casi hermético?
Ante todo, Federico era uno de esos tipos inclasificables. Mezcla de excéntrico, diletante, artista, empresario, coleccionista y melómano; siempre tensando la cuerda de la vida en experiencias límite, sin asumir los riesgos de los excesos, como si ignorase olímpicamente los códigos y las normas que rigen la conducta del común de los mortales.
Se acercó al arte en los años del Di Tella, para hacer sus propias performances teatrales en el célebre instituto. Era un chico de veinte años, flaco, de lindas facciones y heredero de una inmensa fortuna. Su padre había llegado de Checoslovaquia, huyendo del comunismo, e instaló un laboratorio de productos químicos.
Unico hijo, tuvo siempre una relación intensa con su madre, que lo acompañó de manera incondicional en su aventura estética. Infaltable, era el personaje central en sus famosos cumpleaños, cuando Federico organizaba veladas de ópera con él como único intérprete, en medio de exóticas ambientaciones.
Fue tras la muerte de su padre cuando decidió darle una forma pública a su colección privada y abrir una galería en la plaza San Martín, en un local cargado de historia, porque allí tuvo su espacio Alfredo Bonino, el marchand de los años sesenta que le dio proyección internacional al arte argentino.
Como en todos los actos de su vida, Klemm abrió su galería a lo grande con una muestra de Matta y de Botero. Comenzaban los años noventa y contaba con dos colaboradoras influyentes: Adriana Rosenberg y Teresa Anchorena, que seguirían luego su propio rumbo. En pocos años, la galería se convirtió en fundación, la colección creció y Klemm comenzó a incursionar en la fotografía, con imágenes de gran tamaño de personajes conocidos, como Amalita Fortabat o Susana Giménez, que transformó en iconos locales. Una versión más kitsch que pop, aunque su modelo haya sido Andy Warhol, creador de las series de Marilyn y Jackie.
Los amigos más cercanos definen a Federico como una mezcla de Warhol y Ludwig de Baviera, por ese manera wagneriana de hacer de sí mismo un personaje, básicamente nocturno. La colección se enriqueció con obras de grandes firmas: Picasso, Man Ray, Magritte, Max Ernst, Mapplethorpe, Joseph Beuys, Christo, Rauschenberg, Sol Lewitt.
Reservaba para la intimidad de su casa de la calle French algunas "joyitas" compradas en subastas, como el sillón que fue de María Callas o el traje de torero que usó Rudolph Nureyev.
En el último mes, sus amigos sabían que Federico peleaba contra una feroz infección en una sala de terapia intensiva. Mucho antes había organizado las cosas para que su fundación siguiera abierta al público y la colección en exhibición, bajo la tutela de la Academia Nacional de Bellas Artes.






