Un policial negro con estilo
Sobre Zona caliente, de Charles Williams
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Durante mucho tiempo el título más difundido en castellano del estadounidense Charles Williams (1909-1975), destacado autor de policiales, fue El arrecife del Escorpión, varias veces reeditado. Antes, Ricardo Piglia había incluido dos títulos en la colección Serie Negra, que dirigió entre 1969 y 1977: Una mortaja y Mar calmo. Mucho después, en 1989, se hizo una versión en cine de esta última obra, que le dio el espaldarazo inicial a las carreras de los australianos Nicole Kidman y el director Phillip Noyce. Un año después se estrenó The Hot Spot, dirigida por Dennis Hopper, con Don Johnson, Virginia Madsen y Jennifer Connelly. A pesar de la carga de nombres célebres del cine, nunca pasó de película de culto. La novela de Williams en la que se basaba esta último film es editada ahora, en una muy buena traducción de Carlos Gardini, como Zona caliente.
La estructura del relato no puede ser más típica del “pulp” o del cine negro común y silvestre. Un hombre vagabundo e insatisfecho consigo mismo llega a un pueblito. Dos mujeres, la Buena y la Mala, se le pegan casi de inmediato. Hay un banco, hay un villano repulsivo. La frase “Pueblo chico, infierno grande” se cumple minuciosamente.
No es de asombrarse que Piglia haya elegido en su momento títulos de Williams para su colección: resulta un placer especial para cualquier escritor ese estilo ajustado, minucioso, que va cargando bajo la superficie los elementos de una posterior explosión lírica o violenta. Muchos lectores nunca pudieron olvidar, por ejemplo, el momento cuando –en El arrecife de coral– un buzo ve pasar ante sus ojos y bajo el agua el cuerpo desprovisto de vida de su amada.
En el caso de Zona caliente hay un interés adicional en ver cómo el autor lucha con hidalguía contra los límites de un argumento que cumple con los requerimientos más rancios del género. En parte, logra imponer su calidad gracias a la extensión del relato. Williams emplea a fondo, en los sucesivos capítulos, el espacio mismo de las calles y edificios corroídos del pequeño pueblo para dotar de un carácter casi teatral la presión progresiva de los hechos sobre el protagonista. Ese espacio parece existir fuera de los mapas, como lugar donde forcejean la corrupción y la esperanza, los defectos personales y el intento desesperado por imponer cierta virtud y ética a un personaje que las ha dejado atrás hace rato.
Los demás personajes exhiben la misma mezcla, incluida la casi virginal Gloria, que en su perfil angélico también oculta un par de secretos. En cambio, la casi satánica Dolores (Williams no les temía a los nombres simbólicos) es de una sola pieza, decidida a demoler cualquier obstáculo que se le oponga. Tal vez por eso mismo el final pesimista y sombrío se adivina mucho antes de que ocurra, en buena medida gracias a una equivocación del protagonista y narrador, que se basa justamente en la visión distorsionada que promueve su personalidad resquebrajada.
Charles Williams fue muy admirado por otros autores de novelas negras, que lo consideraban equiparable a William Irish o James Cain, aunque su nombre cayó en la oscuridad luego de su suicidio en 1975, corolario de una prolongada depresión por la muerte de la esposa. Había escrito veintidós novelas, muchas de ellas en el formato de pocket-book. Sería bueno ver más títulos en castellano de este escritor que no elevó el género a otra dimensión (como habría pretendido un escritor de literatura a secas), sino que lo llevó, exigiéndolo al máximo, a su destino natural.
ZONA CALIENTE
Por Charles Williams
La Bestia Equilátera
Trad.: Carlos Gardini
267 págs., $ 260









